Hola a todo aquel que se tome su tiempo para pasar por este humilde rincón. En este blog, se publicarán mis fics, esos que tanto me han costado de escribir, y que tanto amo. Alguno de estos escritos, contiene escenas para mayores de 18 años, y para que no haya malentendidos ni reclamos, serán señaladas. En este blog, también colaboran otras maravillosas escritoras, que tiene mucho talento: Lap, Arancha, Yas, Mari, Flawer Cullen, Silvia y AnaLau. La mayoría de los nombres de los fics que encontraras en este blog, son propiedad de S.Meyer. Si quieres formar parte de este blog, publicando y compartiendo tu arte, envía lo que quieras a maria_213s@hotmail.com

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lunes, 14 de junio de 2010

Amante de ensueño * capítuLo 8/2

— Yo te ayudaré.

La duda que reflejaban los ojos azules hizo que se le revolviera el estómago.

— ¿Por qué?

— Porque somos amigos —le respondió con ternura, mientras le acariciaba la mejilla con el pulgar—. ¿No fue eso lo que le dijiste a Cupido?

— Ya escuchaste su respuesta. No tengo amigos.

— Ahora sí.

Él se inclinó y la besó en la frente, atrayéndola hacia su cuerpo para darle un fuerte abrazo. El cálido aroma del sándalo la inundó mientras escuchaba cómo el corazón de Julián latía frenéticamente bajo su mejilla rodeada por sus bíceps tostados por el sol. Fue un gesto tan tierno que a Grace le llegó al alma.

— De acuerdo, Grace —le dijo en voz baja—. Lo intentaremos. Pero prométeme que no dejarás que te haga daño.

Ella lo miró ceñuda.

— Estoy hablando en serio. Una vez que me pongas los grilletes, no me sueltes bajo ninguna circunstancia. Júralo.

— Pero…

— ¡Júralo! —insistió él con brusquedad.

— Muy bien. Si no puedes controlarte, no te liberaré. Pero yo también quiero que me prometas una cosa.

Él se apartó un poco y la miró con escepticismo. No obstante, siguió abrazándola.

— ¿Qué?

Grace apoyó las manos sobre sus fuertes bíceps y sintió cómo la piel de Julián se erizaba bajo su contacto. Él bajó la mirada hacia sus manos, con una de las expresiones más tiernas que ella había visto nunca.

— Prométeme que no vas a desistir —le dijo—, que vas a intentar acabar con la maldición.

La miró con una sonrisa extraña.

— Está bien. Lo intentaré.

— Y lo lograrás.

Julián sonrió al escuchar su comentario.

— Tienes el optimismo de una niña.

Grace le devolvió la sonrisa.

— Como Peter Pan.

— ¿Peter qué?

Ella se alejó de sus brazos de mala gana. Tomándolo de la mano, lo llevó hasta la puerta del
dormitorio.

— Acompáñame, esclavo macedonio mío, y te contaré quiénes son Peter Pan y los Niños Perdidos.

— Entonces, ¿ese chico nunca se hizo mayor? —preguntó Julián mientras preparaban la cena.

Grace estaba muy sorprendida, ya que él no se había quejado cuando le pidió que se encargara de la ensalada. Parecía bastante acostumbrado a usar cuchillos para cortar comida.

Sin muchas ganas de investigar aquella pequeña peculiaridad, se concentró en la salsa para los tallarines.

— No. Regresó a la isla con Campanilla.

— Interesante.

Grace metió una cuchara en la salsa y, poniendo una mano debajo para que no goteara, se la acercó a Julián para que la probase, después de haberla enfriado.

— Dime qué te parece.

Él se inclinó, abrió la boca y dejó que Grace le diera a probar la salsa.

Ella observó cómo la saboreaba.

— Está deliciosa.

— ¿Demasiada sal quizás?

— No, está perfecta.

Ella sonrió alegremente.

— Ten —le dijo él, ofreciéndole un trozo de queso.

Grace abrió la boca, pero él no se lo dio; aprovechándose de las circunstancias, se adueñó de sus labios para besarla a conciencia.

¡Cielo santo! Una lengua con tal capacidad de movimiento debería ser inmortalizada con un monumento, o encontrar el modo de conservarla para la posteridad. Semejante tesoro no podía desaparecer. Y esos labios…

Mmm, Grace no quería pararse a pensar en esos deliciosos labios y en lo que eran capaces de hacer.

Julián la sujetó por la cintura apretándola contra sus caderas, justo sobre el lugar donde su miembro se tensaba bajo los vaqueros. ¡Por amor de Dios!, este hombre estaba maravillosamente dotado y Grace comenzó a temblar ante la idea de que desplegara todos sus encantos sexuales para ella.

¿Sería capaz de sobrevivir a algo así?

Sentía cómo Julián se tensaba y cómo su respiración comenzaba a alterarse. Estaba dejándose arrastrar por la pasión, y Grace empezaba a temer que, si no lo detenía en ese momento, ninguno de los dos iba a ser capaz de parar después.

Aunque no le apetecía nada separarse de él, dio un paso atrás, deshaciendo el tórrido abrazo.

— Julián, compórtate.

Jadeando, observó la lucha que sostenía consigo mismo mientras la devoraba con los ojos.

— Sería mucho más sencillo comportarse si no fueses tan jodidamente deseable.

El comentario fue tan inesperado que ella se rió con ganas.

— Lo siento —le dijo, captando el gesto irritado de Julián—. Al contrario de lo que te ocurre a ti,
yo no estoy acostumbrada a que me digan cosas como ésa. El mayor cumplido que me han hecho nunca, fue el de un chico llamado Rick Glysdale. El día de la graduación, vino a recogerme a casa, me miró de arriba abajo y dijo: « ¡Joder!, te has arreglado más de lo que esperaba».

Julián resopló.

— Me preocupan los hombres de esta época, Grace. Todos parecen ser unos completos imbéciles.

Riéndose de nuevo, ella le dio un ligero beso en la mejilla y se acercó a la olla para sacar la pasta del agua antes de que se pasara.

Mientras echaba los tallarines en el escurridor, se acordó del pan.

— ¿Puedes echarle un vistazo a las baguettes?

Julián se acercó al horno y se inclinó, ofreciéndole a Grace una suculenta visión de su parte trasera. Ella se mordió el labio inferior, mientras se esforzaba por no acercarse y pasar la mano por ese firme y prieto trasero.

— Están a punto de quemarse.

— ¡Ay, mierda! ¿Puedes sacarlas? —le preguntó, intentando no derramar el agua que estaba hirviendo.

— Claro —Julián cogió el trapo de la encimera, y comenzó a sacar el pan. De repente, soltó un juramento que llamó la atención de Grace.

Ella se giró y vio que el trapo estaba ardiendo.

— ¡Allí! —exclamó, quitándose de en medio—. Échalo al fregadero.

Él lo hizo, pero al pasar por su lado, le rozó la mano con el trapo y Grace siseó de dolor.

— ¿Te he quemado? —le preguntó.

— Un poco.

Julián hizo una mueca al cogerle la mano para examinarle la quemadura.

— Lo siento —le dijo, un momento antes de llevarse el dedo de Grace a la boca.

Atónita, no fue capaz de moverse mientras Julián pasaba la lengua por la sensibilizada piel de su dedo. A pesar de la quemazón de la herida, la sensación era muy agradable. Muy, muy agradable.

— Eso no le viene bien a la quemadura —susurró.

Con el dedo aún en la boca, Julián le dedicó una sonrisa traviesa y alargó el brazo para abrir el grifo, que estaba a su espalda. Hizo un círculo completo con la lengua alrededor del dedo una vez más antes de abrir la boca y colocarlo bajo el chorro de agua fría.

Sosteniéndole el brazo para que el agua aliviara el escozor de la quemadura, se acercó a la planta de aloe, que estaba en alféizar de la ventana, y cortó un trozo.

— ¿Conoces las propiedades del aloe? —le preguntó ella.

— Sus propiedades curativas se conocían mucho antes de que yo naciera —respondió él.

Cuando frotó el dedo con la viscosa savia de la planta, Grace sintió que un escalofrío le recorría la espalda y se le hacía un nudo en el estómago.

— ¿Te sientes mejor?

Ella asintió con la cabeza.

Con la ternura y el deseo reflejados en los ojos, Julián contempló sus labios como si aún pudiese percibir su sabor.

— Creo que, a partir de ahora, dejaré que seas tú la que se encargue del horno —le dijo.

— Probablemente sea lo mejor.

Grace se apartó de él y sacó las baguettes, que aún eran comestibles.

Sirvió los platos y precedió a Julián hasta la sala de estar, donde se sentaron a comer en el suelo, delante del sofá, mientras veían Matrix.

— Me encanta esta película —dijo ella cuando empezaba la película.

Julián colocó el plato sobre la mesita de café y se acercó a Grace.

— ¿Siempre comes en el suelo? —le preguntó antes de llevarse un trozo de pan a la boca.

Fascinada por la armonía de sus movimientos, Grace observó atentamente cómo la mandíbula de Julián se tensaba al masticar.

¿No había ninguna parte de su cuerpo por la que no se le hiciese la boca agua? Comenzaba a entender por qué el resto de sus invocadoras lo habían utilizado.

La idea de mantenerlo encerrado en una habitación durante un mes estaba empezando a resultarle muy tentadora.

Y además tenían aquellos grilletes…

— Bueno —dijo alejando su mente de aquella maravillosa y bronceada piel, y de lo bien que se vería si Julián estuviese totalmente desnudo y desparramado sobre su colchón—, está la mesa del comedor, pero puesto que la mayoría de las noches estoy sola, prefiero tomarme un tazón de sopa en el sofá.

Julián giró de forma magistral el tenedor sobre la cuchara, hasta que los tallarines estuvieron perfectamente enrollados.

— Necesitas a alguien que cuide de ti —le dijo antes de llevarse el tenedor a la boca.

Grace se encogió de hombros.

— Yo me cuido sola.

— No es lo mismo.

Grace lo miró ceñuda. Había algo en su voz que le indicaba que no lo decía desde el punto de vista machista. Julián hablaba desde el corazón y basándose en su propia experiencia.

— Supongo que todos necesitamos alguien que nos cuide, ¿verdad? —susurró ella.

Él giró la cabeza para ver la televisión, pero no antes de que Grace captara el destello del deseo en sus ojos. Ella lo observó mientras permanecía unos minutos atento a la película. Aun distraído, comía de forma impecable. Grace estaba toda cubierta de manchas de salsa, y él ni siquiera había dejado caer una sola gota.

— Enséñame cómo haces eso —le dijo.

Julián la miró con curiosidad.

— ¿El qué?

— Lo que haces con la cuchara. Me estás poniendo de los nervios. No consigo que mis tallarines acaben enrollados en el tenedor; se quedan todos sueltos y me pongo perdida.

— Claro, y no queremos que nos rodeen un montón de tallarines gigantes que lo dejen todo hecho un asco, ¿verdad?

Grace se rió porque sabía que no hablaba precisamente de los tallarines.

— A ver, ¿cómo lo haces?

Julián tomó un sorbo de vino y dejó la copa a un lado.

— Veamos, así me resultará más fácil enseñártelo.

Y se deslizó entre el sofá y Grace.

— Julián… —le advirtió ella.

— Sólo voy a enseñarte lo que quieres.

— Hum… —exclamó dubitativa. De todos modos, no podía evitar sentir su proximidad le calara hasta los huesos, hasta el alma. La calidez del pecho de Julián se extendió por su espalda cuando la rodeó con sus maravillosos brazos.

Al sentarse tras ella, él dobló las rodillas, de modo que quedaron a cada lado de su cuerpo y cuando se inclinó hacia delante, Grace notó su erección presionándole en la cadera. Esta vez no se sorprendió. Curiosamente, estaba empezando a acostumbrase.

Sentía el poder y la fuerza de Julián mientras su cuerpo fibroso y esbelto se acomodaba tras ella, dejándola sin aliento y muy insegura.

Unos sentimientos extraños e intensos comenzaron a extenderse en su interior, jamás le había ocurrido algo así. ¿Qué tenía Julián que le hacía sentirse tan protegida y feliz?

Si se trataba de la maldición, deberían cambiarle el nombre, porque no había nada malévolo en las sensaciones que la embargaban.

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