Hola a todo aquel que se tome su tiempo para pasar por este humilde rincón. En este blog, se publicarán mis fics, esos que tanto me han costado de escribir, y que tanto amo. Alguno de estos escritos, contiene escenas para mayores de 18 años, y para que no haya malentendidos ni reclamos, serán señaladas. En este blog, también colaboran otras maravillosas escritoras, que tiene mucho talento: Lap, Arancha, Yas, Mari, Flawer Cullen, Silvia y AnaLau. La mayoría de los nombres de los fics que encontraras en este blog, son propiedad de S.Meyer. Si quieres formar parte de este blog, publicando y compartiendo tu arte, envía lo que quieras a maria_213s@hotmail.com

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jueves, 24 de diciembre de 2015

Puddle Jumping * Capítulo 12

Summary: Soy Isabella Marie Swan y esta es la historia de cómo terminé enamorada de un chico que me hizo creer que el amor es todo menos convencional.
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La autora dice: Esto es una adaptación del libro con el mismo nombre de Amber L.Jonshon. Los nombres son de la maravillosa Meyer.
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CAPÍTULO 12

Nos quedamos en cuartos separados esa noche. Pensé que tal vez lo mejor sería tener nuestro espacio. Pareció estar de acuerdo. Era fácil entre Edward y yo cuando se trataba de cosas como esas.

Abrir regalos con sus padres no fue ni de cerca tan incómodo como pensé que sería. Y el regalo que me dieron me hizo sonrojar y sonreír, porque sabía para qué era. Habían comprado dos entradas para el Museo de Arte en el centro de Filadelfia. Con acceso a todo o algo así. Para todo un año. Todas y cada exhibición.

Una parte de mí se hallaba emocionada.

Otra parte de mí sintió desaprobación por la señora Cullen, pues pensé que quizá se sentía aliviada al no tener que ir todo el tiempo.

Aunque estoy segura que, después de años de escuchar los mismos hechos sobre pintores, pudo haberse vuelto algo aburrido para ella.

Sin embargo, para mí no. Todo respecto a Edward era mágico y deseaba todo el tiempo posible para pasarlo con él.

Mis padres regresaron esa noche y dejé la casa de Edward sintiéndome más ligera que el aire. En cuanto llegué, nuestra pintura fue colocada en mi pared.

Debido a lo que ocurrió en el cuarto de invitados la víspera de navidad, tuve una breve idea de que tal vez necesitaba hablar con alguien sobre anticonceptivos. 

Porque, si estuvimos tan cerca de hacerlo, quién sabe si el acto en sí podría suceder si nos dejábamos llevar.

Traté de reunir el coraje para hablar con mi mamá sobre poder tomar la píldora.

Una.

Dos.

Tres veces.

Para la cuarta vez que empecé a abrir la boca para preguntarle, me puse tan nerviosa que sólo terminé abandonando el lugar y juro que escuché a papá decir algo sobre las "extrañas hormonas de adolescente".

Él no tenía ni una maldita idea.

Fui con Rosalie. Y con Angela. E incluso con Alice. Porque, a pesar de lo genial que la señora Cullen había sido con lo de las toallas pegajosas y cosas así, no estaba dispuesta a preguntarle sobre condones.

Rosalie fue predecible, queriendo conocer sobre la experiencia en sí, pero me avergonzaba contarle que no estaba preparada para el acto real, porque tocarlo me asustó. ¿Por qué nunca me contó que la piel se movía?

Al menos debió decírmelo. 

Angela fue de mucha más ayuda.

—Espera. Dijiste que él no usa guantes en sus manos por sus problemas "sensoriales", ¿verdad?

—Sí. ¿Y?

Sacudió la cabeza como si fuera igual de hueca que ellos. 

—Entonces, si no quiere usar guantes de látex, ¿qué te hace pensar que usará uno allí?

¿Por qué demonios no pensé en eso? Era mi novio. Sabía lo suficiente de su "naturaleza específica" que los condones, al igual que los guantes y globos, quizá no serían algo que él tocaría o permitir que lo tocara. Especialmente en esa muy sensible... zona.

Estaba jodida sin haber jodido. Una virgen en busca de anticonceptivos para el sexo que aún no sucedería. 

Inevitablemente, tuve que ir con Alice. Ella tenía algunas conexiones en la oficina de Planificación Familiar, y también hacía algo de trabajo voluntario en el hospital dos veces al mes. Supongo... en verdad nunca lo dijo... pero creo que robó muestras. Esencialmente había tomado el equivalente a un año de suministros del hospital, entregándomelos como si no fuera la gran cosa. Sólo tenía que recordar tomarlas todos los días.

Noté cosas extrañas el primer mes. Mi piel lucía increíble. Además, era una perra malhumorada y loca. Como si ser adolescente no fuera suficiente. Por último, mis pechos eran enormes.

No es broma. Mis madrigueras de conejo se convirtieron en el Monte Vesubio prácticamente en una noche. Tuve que comprar nuevos sujetadores, pero usé la excusa de que los viejos me molestaban. Mi mamá ni siquiera preguntó. 

Simplemente le dije que eran asquerosos, así no curiosearía.

Claro está que a Edward no parecía importarle los cambios de mi cuerpo. De hecho, se quedaba tan absorto en mis pechos que tenía que voltearlo hacia otra dirección para poder proceder con cualquier otra cosa.

Pasamos un montón de tiempo estudiando, y mi promedio subió un punto entero. También el de Rosalie. Supongo que la influencié, también. Pero creo que la asustó porque estaba acostumbraba a ser la chica bonita y fácil, pero nunca pensó en ser la chica inteligente.

Con el tiempo, comenzó a verse a sí misma como algo más que un par de pechos en tacones, y creo que salir con nuestro grupo de amigos la hizo ser un poco más exigente con los chicos con los que salía.

Bueno, eso y que una de las chicas del escuadrón de porristas se contagió de clamidia en su mejilla, debido a que se recostó del lado equivocado en una cama de bronceado y todo el mundo empezó rumores sobre Clam-ojos y Clam-rosto. Así que, ¿quién sabía cuánta distancia nos separaba y si terminarías contagiándote de algún modo, también?

* * *

Me preocupé sobre la graduación. Ya que Edward se encontraba mucho más aclimatado para entonces, y tener que empezar algo nuevo podría serle más difícil que para la mayoría. Faltaban solo unos meses para que él cumpliera dieciochoaños, y ya comenzaba a mezclarse más al mismo tiempo que aún destacaba por ser guapo y más inteligente que la mayoría de nuestros compañeros de clase, gracias a 
sus tutores y su enfoque.

Me di cuenta que, dado que Edward no siempre podía entender mis actitudes a través del lenguaje corporal o ciertas frases, mucho menos los suspiros y jadeos molestos, podía entender más o menos en qué tipo de estado de ánimo me encontraba prestando atención a la música que escuchaba. Era otra forma en que podíamos comunicarnos sin conversarlas, porque, bueno, somos adolescentes y terribles comunicadores para empezar, lo que sólo significaba ser otro obstáculo a superar.

De camino a la escuela, pondría ciertas canciones y él percibiría de qué humor me encontraba: bueno o malhumorada. Los buenos eran siempre por él, así que nunca tuvo que preocuparse por eso; pero siempre estaba un poquito inseguro en cuanto a qué decir o hacer si me encontraba molesta por algo. La escuela. Mis padres. Tareas. Una pequeña discusión con Rosalie. Lo encontraba extraño, como 
si todo lo que me irritara o enfadara fuera innecesario. A veces ayudaba a poner las cosas en perspectiva. A veces hacían que mi cabeza doliera. A veces me exasperaba sobre todo.

Y luego hablaba con mis otras amigas y notaba que la mayoría de los chicoseran así. Ninguno de ellos realmente entiende por qué las chicas se molestan por un mezquino y estúpido drama, así que me hizo sentir que tal vez nuestra relación era igual de normal que las otras.

Eso fue hasta ese horrible día de febrero.

Sabes a cuál me refiero.

A ese.

Lo detesto.

Creo que el día de San Valentín es cuando mi cinismo comenzó a asomar su fea cabecita.

Día-V. Día del Corazón. Día del Amor. Día de San Valentín.

¿Esas palabras no te dejan con las ganas de matar a alguien? Como si no fuera bastante malo, la mascota de ese día es un bebé con alas usando pañales y un arma... prácticamente, es un día en donde todo el universo está obligado a comprar regalos rosas y rojos en la tienda más barata, y proclamar su amor por todos... en todas partes. Por lo que esa mañana puse un rock angustioso para chicas cuando 
fui a recoger a Edward, ya que simplemente sabía que la escuela sería una explosión de flores y dulces, y yo sería la Gretchen Wieners de San Valentín, sentada en clase, mientras que a Glen Coco le entregan galletas de azúcar y claveles, y a mi nada.

Mi exnovio no hizo un gran alboroto el año pasado, pero intercambiamos tarjetas. Esta vez simplemente no era lo mismo, pues de verdad estaba enamorada de Edward.

No soy la típica chica que se enamora, y se emociona con cosas de chicas y quiere flores o declaraciones de amor públicas. Pero... tal vez con Edward las quería.

Porque pensé que no podía tenerlas.

Me estaba preparando para eso.

Imagina lo sorprendida y culpable que me sentí cuando golpeé la puerta de su casa esa mañana y me saludó con un ramo de flores silvestres en mano. Rosas... azules... púrpuras... sostenidas con fuerza en su puño y casi empujándolas en mi rostro tan pronto como entré al recibidor. 

—Estas son para ti.

O sea, era obvio que la señora Cullen las compró. De todos modos, Edward lucía como si no tuviera idea de por qué me las entregaba. Galantear y cortejar era mi área, no la suya, así que no me ofendí. Al ser chicas, siempre tenemos esas ridículas expectativas de todas formas. No es de extrañar que los chicos estén tan confundidos todo el tiempo.

Esme me abrazó y deseó un feliz día de San Valentín antes de entregarme un sobre rojo que contenía reservaciones para cenar en el Taste, un restaurante súper exclusivo en el centro, que se encontraba al interior del museo. Sabía con seguridad que significaría que conseguiríamos la comida para llevar, pero la idea aún continuaba ahí. El corazón... el corazón de la señora Cullen... aún se hallaba ahí en el regalo.

Intentó con tantas fuerzas compensar lo que Edward no entendía. Al igual que yo.

Nos esforzamos y esforzarnos, hasta que nos vimos consumidas porque lo amábamos. 

—La cena es a las seis —susurró y me dio una sonrisa—. Eres bienvenida a volver aquí y ver una película si deseas. Carlisle y yo saldremos a cenar también, pero nuestras reservas no son hasta más o menos las ocho. Regresaremos tarde a casa.

Y ahí estaba. Cómo si me dijera, sin palabras, que tendríamos la casa para nosotros por un tiempo.

Pero que sin duda volvería.

La señora Cullen era la mamá más genial del planeta.

Le agradecí y tomó mis flores para que las recogiera más tarde en la noche y, de un momento a otro, me encontraba muy, muy envuelta en el espíritu del día de San Valentín.

Edward sonrió desde el asiento del copiloto y tomó mi mano como lo hacía siempre. 

—¿Estás contenta con la cena de esta noche?

—Lo estoy. 

—Y te gustaron las flores.

—Sí, me gustaron. 

Asintió y se echó hacia atrás para relajarse un poco en el asiento. 

—¿Te quedarás a dormir?

Me reí un poco y le apreté la mano. 

—No estoy segura de que tu mamá estéde acuerdo con eso. Pero definitivamente me quedaré por un rato.

—Me gustaría eso.

Mis padres estuvieron de acuerdo en que pasara la noche con Edward en navidad, pero este sería un asunto completamente distinto que no estaba dispuesta a presionar.

Rápidamente, el día de San Valentín se convertía en mi día favorito del año. 

Y estaba bastante segura de que quería por fin llegar hasta el final con él esa noche.

En el lapso de un día, todo fue decidido. Esa noche sucedería. 

Me apresuré a casa desde la escuela, deteniéndome sólo el tiempo suficiente para dejar a Edward en su casa con un rápido beso, antes de salir corriendo a mi habitación para tomar mi ropa, dejar una nota a mis padres diciéndoles que tenía planes para cenar, y luego apresurar mi trasero a lo de Rosalie para alistarme. Era un desastre sudoroso, llena de nervios y emoción, escuchándola a medias mientras me hablaba sobre todo el proceso. Me daba raras indicaciones y me decía cosas que no pude comprender, dado que no soy más una persona visual y algunas de las cosas que describía sonaban como si no fueran físicamente posibles de lograr con la gravedad trabajando en nuestra contra. 

Cuando finalizó conmigo, me veía... bueno, me veía realmente muy linda.

Rosalie me dio un abrazo, me dio una nalgada y me ordenó a que me fuera, gritando:

―¡Buena suerte!- mientras me alejaba conduciendo.

En mi cabeza, me dirigía hacia mi destino.

Pero hasta los planes meticulosamente hechos a menudo salen mal, como descubriría de primera mano más tarde.

Edward lucía asombroso, así que ese no fue el problema.

Yo usaba un vestido, por el amor de Dios. Ese no fue el problema.

Disfrutamos del paseo hasta el museo, escuchando música y tomándonos delas manos. Hacía preguntas y él las respondía. Hablamos. En mi mente, continué intentando planear exactamente cómo irían las cosas por el resto de la noche. Pero ahí fue donde quizá comenzaron a desmoronarse. Cualquier cosa que mi mentepudo haber planeado no fue en lo que Edward había estado pensando en cuantopasamos las puertas del museo.

Llegamos lo bastante temprano para iniciar nuestro recorrido por las exhibiciones, pasando a duras penas a través de una multitud más grande que la habitual. Porque, al parecer, otras personas también pensaron que observar arte en el estúpido Día de Cupido era divertido. Por supuesto, eran personas de mucha más edad. Como, al menos, treintañeros o más, bebían y conversaban, haciendo más ruido de lo normal.

No me molestó, por supuesto. Me encontraba con él. Y nada importaba cuando estábamos juntos, excepto nosotros.

Pregúntame cualquier cosa acerca de arte. Impresionismo. Surrealismo. 

Contemporáneo. Vanguardista. Estoy bastante segura de que podría contarte lo suficiente para conseguir que me pongas los ojos en blanco, y hacer que murmures que soy una snob sabelotodo. Pero prestaba atención a lo que Edward decía. Traté de ver con tanta claridad como él veía las cosas que le fascinaban. Y a veces, podía se centraba tanto que era como si me perdiera en el fondo en lugar de hallarme a su lado, pero no me importaba.

Porque con lo único que era así de apasionada... era con él.

Tú lo llamas obsesiva, yo lo llamo ser devota.

Recorrimos un ratito y discutimos sobre ciertas piezas, hasta que alguien lo reconoció. Verás, estar con un famoso artista local en un museo, no siempre consigues mantener un perfil bajo. Y con la cantidad de personas a nuestro alrededor esa noche, me sorprendió que no lo hayan abordado antes. No hizo nada para aliviar mi frustración cuando llegó la hora de nuestra reservación, y Edward aún hablaba de arte con un puñado de adultos que estaban pendientes de cada palabra suya.

Traté de interrumpir, pero no había forma correcta de hacerlo. Al final, tuve que ponerme frente a él, sintiéndome estúpida y pequeña, sin importancia e inmadura mientras le informaba que iría sola al restaurante y le esperaría. Que es precisamente lo que hice. Y mientras esperaba y esperaba y esperaba en la mesa a que llegase, comprendí que estaba cenando en San Valentín... sola.

Me dolió. Bastante. Pero no quería ser la chica que lloraba sobre su costosa pasta.

No. Yo no.

En su lugar, conté todas las cosas buenas que teníamos. Traté de imaginar lo que sería el resto de la noche. Por desgracia, después de media hora, supe que sería inútil esperar más tiempo... y la mesera dijo que necesitaba la mesa, por lo queordené su comida para llevar y me dirigí al auto sola antes de volver al museo para encontrarlo.

Yacía en el mismo exacto lugar. Ahora solo. Observando fijo una de las tres piezas de la exhibición de Van Gogh: La Noche Estrellada.

—Estaba buscándote. —Intenté no sonar molesta, y esperaba haber tenido 

Por fin, me reconoció. 

—He leído que esta fue la manera que Van Gogh retrató la esperanza. La esperanza de escapar de su infierno en el mundo; estando atrapado en su cuerpo mientras empezaba a envejecer. Un escape de su mente mientras permanecía en el asilo. Esas nubes... son representaciones de la libertad. 

El paraíso. Una cura para su enfermedad.

Levantó su dedo para señalar. 

—Las pinceladas son impecables. La mayoría de la impresión viene de los recuerdos de su infancia.

Sólo me quedé lo más quieta posible, comprendiendo el significado detrás de cada una de sus palabras.

—¿Y tú qué pintarías de tu infancia? —pregunté en un simple susurro, olvidándome de haber sido plantada en la cena, y ahora completamente fascinada por él.

Me miró con esa sonrisa. Leve. Significativa.

—A ti.
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