Hola a todo aquel que se tome su tiempo para pasar por este humilde rincón. En este blog, se publicarán mis fics, esos que tanto me han costado de escribir, y que tanto amo. Alguno de estos escritos, contiene escenas para mayores de 18 años, y para que no haya malentendidos ni reclamos, serán señaladas. En este blog, también colaboran otras maravillosas escritoras, que tiene mucho talento: Lap, Arancha, Yas, Mari, Flawer Cullen, Silvia y AnaLau. La mayoría de los nombres de los fics que encontraras en este blog, son propiedad de S.Meyer. Si quieres formar parte de este blog, publicando y compartiendo tu arte, envía lo que quieras a maria_213s@hotmail.com

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lunes, 21 de diciembre de 2015

Los placeres de la noche * Capítulo 2

Sinopsis: Kyrian, príncipe y heredero de Tracia por nacimiento, es desheredado cuando se casa con una ex-prostituta contra los deseos de su padre. El bravo general macedonio, traicionado por la mujer a la que tanto ama, venderá su alma a Artemisa para obtener su venganza, convirtiéndose así en un cazador oscuro. Amanda Deveraux es una contable puritana que sólo ansía una vida normal. Nacida en el seno de una familia numerosa y peculiar, tanto sus ocho hermanas mayores como su madre poseen algún tipo de don, una de ellas es una importante sacerdotisa vodoo, otra es vidente, y su propia hermana gemela es una caza-vampiros. Cuando su prometido la abandona después de conocer a su familia, Amanda está más decidida que nunca a separarse de sus estrambóticos parientes. Pero todo se vuelve en su contra y, tras hacer un recado para su gemela, se despierta en un lugar extraño, atada a un ser inmortal de dos mil años y perseguida por un demonio llamado Desiderius. Por desgracia para ellos, Desiderius y sus acólitos no son el único problema que deben enfrentar. Kyrian y Amanda deben vencer ahora la conexión que los une; un vínculo tan poderoso que hará que ambos se cuestionen la conveniencia de seguir juntos. Aún más, él sigue acosado por un pasado lleno de dolor, tortura y traición que le convirtió en un hombre hastiado y desconfiado. Cuanto más descubre de su pasado, más desea Amanda ayudarle y seguir con él y darle todo el amor que merece...



La autora dice: Este libro es completamente propiedad de Sherrilyn Kenyon. Es el 4º libro de la serie Dark Hunter. Yo lo publico sin ningún tipo de interés económico, solo para que podamos disfrutar de esta increible historia.. y para que la temperatura suba!






CAPÍTULO 2

Amanda se despertó con un fuerte dolor de cabeza y sintiéndose fatal.

¿Qué había pas...?

Se puso rígida al recordar al tipo oculto en casa de su hermana. Al recordar sus palabras.

Aterrorizada, intentó incorporarse y descubrió al instante que se encontraba tendida en el suelo –que
por cierto, estaba bastante frío– en una habitación cubierta de polvo.

Y esposada a un desconocido de pelo rubio.

Tenía un grito atascado en la garganta, pero logró contenerlo.

Que no cunda el pánico. Por lo menos hasta que descubras lo que ha sucedido. Según parece, Ta-
bitha ha cumplido la amenaza de arreglar una cita a ciegas; como en aquella ocasión en la que «acci-
dentalmente» te encerró en la despensa con Randy Davis durante tres horas. O cuando te «secuestró» y te metió en el maletero del coche con aquel músico extraño.

Tabitha siempre le arreglaba citas muy poco ortodoxas con chicos. Aunque, para ser justos, su her-
mana no solía dejar al tipo en cuestión inconsciente antes de obligarlos a quedarse a solas.

Aunque con Tabitha siempre había una primera vez para todo. Y una cita «completamente a ciegas»
era muy de su estilo.

Obligándose a no perder la calma hasta tener más información, Amanda echó un vistazo a su alre-
dedor. Estaban en un cuarto pequeño, sin ventanas y con una puerta de hierro oxidada. Una puerta a la
que no podía acercarse sin arrastrar a su «amigo» por el suelo.

No había muebles ni nada más. La única luz en la estancia procedía de una bombilla que colgaba del
techo, justo en el centro de la habitación.

Vale, al menos el peligro no era inminente.

No obstante, esa idea no ofrecía mucho consuelo. Echó un vistazo al cuerpo que estaba a su lado. Se
encontraba tumbado de costado, de espaldas a ella; y una de dos: o estaba muerto o estaba inconscien-
te.

Pensando que la segunda posibilidad sería mucho más agradable que la primera, se acercó a él. Pa-
recía bastante alto y, por la postura, se podía decir que lo habían arrojado al suelo sin muchos mira-
mientos.

Se puso de rodillas lentamente; le temblaban las piernas. Se acercó al tipo de modo que al aproxi-
marse pudiera estirarle el brazo que, hasta ese momento, tenía doblado en un ángulo extraño a causa
del grillete.

El hombre no se movió.

Lo miró de los pies a la cabeza. Llevaba un abrigo de cuero negro, vaqueros del mismo color y un
jersey de cuello vuelto, también negro, que le daban un aspecto extremadamente peligroso, aun en es-
tado inconsciente y tumbado en el suelo. Calzaba botas negras de motorista, con unas extrañas incrus-
taciones plateadas en las suelas, bajo el talón.

El pelo, rubio y ondulado, le caía sobre el rostro y le llegaba hasta la solapa del abrigo, ocultando sus
rasgos.

–¿Disculpe? –susurró, mientras le tocaba el brazo–. ¿Está vivo?

Tan pronto como su mano tocó el duro y bien formado bíceps le falló la respiración. Ese cuerpo pos-
trado era como acero al tacto. No había un lugar que pareciese blando; rezumaba fuerza y agilidad.

¡Vaya, vaya!

Y antes de poder contenerse, deslizó la mano a lo largo del brazo. ¡Qué gustazo!

Dejó escapar el aire de forma lenta.

–¿Oiga? ¿Señor? –lo llamó de nuevo, mientras le sacudía el hombro–. Colega, ¿te importaría mucho
recuperar el conocimiento para que pueda marcharme? No me apetece estar encerrada en una habita-
ción con un muerto más tiempo del necesario, ¿vale? Venga, por favor, no hagas que esto parezca Un
fin de semana con Bernie

Ni se movió.

De acuerdo, tendré que intentar otra cosa.

Mordiéndose el labio, tiró del hombre hasta dejarlo tumbado sobre su espalda. Al girarlo, el pelo ca-
yó hacia los lados, junto al cuello del abrigo, y el rostro quedó a la vista.

Y Amanda se quedó sin aliento. Vale, ahora sí que estaba impresionada de verdad.

Era guapísimo. Tenía un mentón fuerte y cuadrado y los pómulos marcados. Sus rasgos eran aristo-
cráticos, con un minúsculo hoyuelo en la barbilla.

¡Oh, Señor! El tipo poseía esa clase de belleza masculina que solo un puñado de mujeres tenía la
suerte de ver en carne y hueso alguna vez en la vida.

Sus labios eran los más atractivos que había visto jamás; llenos y expresivos. Esa boca estaba hecha
para dar besos largos y abrasadores...

En realidad, el único defecto de su rostro era una delgada cicatriz que descendía desde la oreja hasta
la barbilla, a lo largo de la mandíbula.

Podía rivalizar en apostura con el marido de Grace. Y Julian, el semidiós, era un duro competidor.

Jamás le había impresionado tanto la apariencia de un hombre. Siempre había preferido la mente al
cuerpo, especialmente porque cualquier hombre con la mitad de atractivo del que poseía el que estaba
tumbado delante de ella en esos momentos, no solía tener un coeficiente intelectual mayor que el nú-
mero de sus zapatos.

Al contrario de lo que le ocurría a su hermana Tabitha, un culo bonito y unos hombros anchos no
conseguían llamar su atención, necesitaba algo más. Aunque...

Paseó la mirada por ese cuerpo esbelto y musculoso. Con este hombre estaba más que dispuesta a
hacer una excepción.

Si es que no estaba muerto, por supuesto.

Alargó el brazo, insegura, y colocó la mano sobre la piel morena de su cuello, para comprobar el pul-
so. Sus dedos encontraron una latido fuerte y regular.

Aliviada por el hecho de que estuviese vivo, intentó sacudirlo de nuevo.

–Guapetón, ¿me oyes?

El tipo lanzó un quejido y abrió los ojos lentamente, parpadeando varias veces. Amanda se sobresal-
tó al ver aquellos ojos. Eran tan oscuros que parecían negros y, cuando se fijaron en ella se dilataron de forma amenazadora.

La agarró por los hombros al tiempo que soltaba una maldición.

Antes de que tuviese oportunidad de moverse, el hombre ya había girado en el suelo llevándola con-
sigo y la tenía atrapada bajo su cuerpo sujetándole las muñecas a ambos lados sobre la cabeza.

Esos cautivadores ojos negros la estudiaban con suspicacia.

Amanda no podía respirar. Cada centímetro del cuerpo del desconocido estaba íntimamente pegado
al suyo y acababa de darse cuenta de que sus brazos no eran la única parte que estaba dura como una
piedra. El tipo era sólido como una roca.

 Aquí sólo estoy yo y eres un hombre muy, muy grande.

Sus caderas reposaban justo sobre las de ella y el duro y liso vientre masculino estaba apoyado so-
bre su cuerpo de tal forma que la hizo sonrojarse sin remedio. Comenzaba a desear a ese hombre; es-
taba muy excitada y le costaba trabajo respirar.

Por primera vez en su vida, quería alzar la cabeza y besar a un completo desconocido.

¿Quién era?

Para su total asombro, él bajó la cabeza hasta ponerla muy cerca de su rostro y aspiró con fuerza
sobre su pelo.

Amanda se tensó.

–¿Me estás olisqueando?

El cuerpo del hombre se agitó de la cabeza a los pies con la carcajada, profunda y ronca, que siguió
a su pregunta, y ella sintió un extraño estremecimiento.

–Sólo estoy admirando tu perfume, ma fleur –le susurró suavemente al oído, con una voz insinuante
y un acento extraño que hicieron que Amanda se derritiera. Tenía una voz tan grave que le recordaba al sonido de un trueno... y provocaba en su cuerpo un efecto tan devastador como el de una tormenta.

De acuerdo, el tipo la ponía muy caliente y su aliento sobre la oreja le erizaba la piel y le provocaba
continuos escalofríos.

–Tú no eres Tabitha Devereaux –dijo en voz tan baja que, a pesar de que tenía los labios pegados a
su oreja, ella tuvo que esforzarse por escucharlo.

Amanda tragó saliva.

–Conoces a Tabitha.

–Shh –le susurró al oído mientras sus pulgares le acariciaban las muñecas, que todavía mantenía su-
jetas.

El ritmo de esos dedos enviaba pequeñas descargas eléctricas a lo largo de sus brazos. Los pezones
se le endurecieron y sintió que el deseo la abrasaba.

El desconocido movió la cabeza, acariciándola suavemente con la mejilla, de tal forma que el roce de
su barba volvió a hacer que se le erizara la piel. Jamás en su vida había sentido algo tan excitante como el peso de ese cuerpo sobre ella, ni había percibido un olor tan embriagador como el aroma especiado y masculino de su piel.

–Nos están escuchando –le dijo Kyrian. Acto seguido volvió a inspirar hondo de nuevo para disfrutar
de su olor.

Ahora que estaba seguro de que la mujer no representaba ninguna amenaza debería apartarse de
ella, pero...

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvo entre los muslos de una mujer. Y una
eternidad desde que se había atrevido a acercarse tanto a una. Había olvidado la suavidad de unos pe-
chos aplastados bajo su torso; la dulce sensación de un aliento cálido en el cuello.

Pero ahora que la tenía debajo...

¡Por los dioses! Sí que lo recordaba. Recordaba lo que se sentía cuando unas manos femeninas se
deslizaban por su espalda desnuda; cuando una mujer se retorcía bajo sus expertas caricias.

Por un instante se abstrajo por completo e imaginó que se desnudaban allí mismo y que podía explo-
rar todas esas curvas femeninas de forma más placentera.

Y mucho más íntima.

Cerró los ojos e imaginó que deslizaba la lengua por sus pechos y jugueteaba con un pezón erguido
mientras ella enterraba las manos en su pelo.

La mujer se revolvió bajo él, haciendo que la fantasía cobrase vida.

Mmm...

Estaba claro que si ella descubriese quién era él, o lo que era, se desmayaría de terror. Y, si se pare-
cía en algo a su hermana, no dejaría de atacarlo hasta que uno de los dos acabase muerto.

Una pena, en realidad. Pero ya estaba acostumbrado a que la gente lo temiera. Era a la vez la salva-
ción y la maldición de los suyos.

–¿Quién nos escucha? –susurró ella.

Abrió los ojos y saboreó el sonido de esa voz suave y armoniosa. Cómo le gustaba el cadencioso
acento sureño... y el de esta mujer se deslizaba por su piel como la seda más fina.

Haciendo caso omiso de su férrea voluntad, su cuerpo se agitó en perversa respuesta. La necesidad
de probar esos labios llenos y entreabiertos mientras ella se abría de piernas para permitirle hundirse en su calor, creció hasta el límite.

Sí, cómo deseaba saborear a esta mujer...

Todo su cuerpo.

Se retiró un poco para estudiar mejor su rostro. Tenía una melena de un castaño profundo, veteado
con hebras cobrizas que reflejaban la luz. Los ojos azul oscuro mostraban confusión y furia, un fiel reflejo de todo su carácter. En el seductor rostro se apreciaba un diminuto lunar bajo el ojo derecho. Esa marca era lo único que la distinguía de su hermana.

Eso y su olor.

Tabitha llevaba perfumes caros que saturaban sus agudizados sentidos, mientras que esta mujer olía
ligeramente a rosas.

En ese instante, Kyrian la deseó con una necesidad tan acuciante que se quedó petrificado. Hacía si-
glos que no deseaba así a una mujer. Siglos desde que había sentido algo, cualquier cosa.

El rostro de Amanda se encendió al notar cómo su erección le presionaba la cadera. Puede que el ti-
po no estuviese muerto, pero no había duda de que estaba duro. Y eso no tenía nada que ver con el ri-
gor mortis.

–Mira tío, creo que necesitas encontrar otro sitio donde descansar.

Los ojos de él se posaron hambrientos sobre sus labios y Amanda percibió el fiero deseo que ardía
en la profundidades de esa mirada negra como la noche. Al instante, contrajo la mandíbula con fuerza,
como si estuviese luchando consigo mismo.

Su fuerza masculina y su abierta sexualidad la abrumaban.

Allí, debajo de él, se dio cuenta de lo vulnerable que era. Y de lo mucho que deseaba probar esos
hermosos labios.

La idea la excitaba a la par que la aterrorizaba.

Él parpadeó y, como si se hubiese cubierto con un velo, toda emoción despareció de su rostro. En-
tonces la liberó.

Cuando se apartó de ella, Amanda vio una mancha de sangre en su jersey rosa.

–¡Oh, Dios mío! –jadeó–. ¿Estás herido?

El hombre respiró hondo y se sentó a su lado.

–Ya sanará.

Amanda no podía dar crédito a ese tono de voz tan impasible. Teniendo en cuenta la cantidad de
sangre que manchaba su ropa, estaba claro que la herida era grave y aún así él no daba señales de es-
tar dolorido.

–¿Dónde tienes la herida?

No contestó. En lugar de hacerlo, se pasó la mano izquierda por el cabello rubio. Se detuvo para mi-
rar con furia el enorme grillete de plata que le rodeaba la muñeca derecha y, acto seguido, comenzó a
tirar airadamente de él.

Por la expresión letal y fría de sus ojos, Amanda supo que los grilletes le molestaban más que ella.

Ahora que estaba despierto, y no encima de ella, Amanda se quedó extasiada por la oscura melanco-
lía que reflejaban sus rasgos. Había algo muy romántico y atrayente en su rostro.

Algo muy heroico.

Se lo imaginaba, sin ningún esfuerzo, vestido como un libertino de la regencia o como un caballero
medieval. Sus facciones clásicas le conferían una cualidad indefinible que parecía estar fuera de lugar en este mundo moderno.

–Bueno, bueno –dijo una voz sin rostro–. El Cazador Oscuro se ha despertado.

Amanda reconoció esa voz diabólica; era la misma persona que la había golpeado en casa de Ta-
bitha.

–Desi, corazón –dijo con tono gélido el hombre que se alzaba junto a ella mientras observaba los
muros cubiertos de orín–. Aún sigues con tus jueguecitos, por lo que veo. Ahora, ¿por qué no te com-
portas como un buen Daimon y te apareces ante mí?

–Todo a su debido tiempo, Cazador Oscuro, todo a su debido tiempo. Te habrás dado cuenta de que
no soy como los demás, que se limitan a correr para ocultarse del gran lobo feroz. Soy el leñador malo que se encarga de matar al lobo.

La voz incorpórea hizo una pausa teatral.

–Tabitha Devereaux y tú habéis sometido a los míos a una persecución implacable. Ha llegado la ho-
ra de que sepáis lo que es el miedo. Cuando haya acabado con vosotros, me suplicaréis que os mate.

El Cazador Oscuro bajó la cabeza y se rió.

–Desi, cielo, en mi vida he suplicado por nada; y es bastante posible que el sol se desintegre antes
de que le pida clemencia a alguien como tú.

–Hubris

El Cazador Oscuro se puso en pie y Amanda vio la herida que tenía en el costado. La camisa estaba
ligeramente desgarrada y había una mancha de sangre en el suelo, donde había estado sentado.

Pero no dio muestras de estar dolorido.

–Dime, ¿te gustan tus grilletes? –preguntó Desi–. Son de la fragua de Hefesto. Sólo un dios, o una
llave hecha por el mismo Hefesto, pueden abrirlos. Y puesto que los dioses te han abandonado...

El Cazador Oscuro estudió la habitación. La ferocidad que reflejaban sus ojos habría espantado al
mismísimo diablo.

–Voy a disfrutar tanto matándote...

Desiderius soltó una carcajada.

–Dudo mucho que tengas la oportunidad de hacerlo cuando tu amiguita descubra lo que eres.

El Cazador Oscuro lanzó una rápida mirada a Amanda, avisándola que se mantuviera callada. Pero
no hacía falta que lo hiciera. Lo último que pretendía era traicionar a su hermana.

–¿Por eso nos has encadenado? –preguntó el desconocido–. ¿Quieres vernos luchar?

–Uf, no –dijo Desiderius–. Nada más lejos de mi intención. Por mí no habría problema en que os ma-
taseis el uno al otro, pero lo que pretendo es liberaros al amanecer. Para entonces, el Cazador Oscuro
se convertirá en la presa, y yo voy a disfrutar enormemente con la persecución y la tortura a la que
pienso someterte. No hay ningún escondite donde no pueda encontrarte.

El Cazador Oscuro sonrió con arrogancia.

–¿Te crees capaz de darme caza? –dijo Desi–. Me encanta castigar ese pecado.

–Claro. Por supuesto que sí. Por si no lo sabes, conozco tu punto débil mucho mejor que tú.

–No tengo ningún punto débil.

Desiderius se rió.

–Así habla un verdadero Cazador Oscuro. Pero todos tenemos nuestro talón de Aquiles, especialmen-
te aquellos que servís a Artemisa. Y tú no eres ninguna excepción.

Amanda juraría que había escuchado al tal Desiderius relamerse de satisfacción.

–Tu debilidad es tu nobleza. Esa mujer te odia y, aun así, no la matarás, por mucho que suponga
una amenaza para ti. Mientras ella intenta matarte, tú la protegerás de mí con tu propia vida. –
Desiderius lanzó una siniestra carcajada–. No puedes soportar que un humano esté en peligro, ¿no es
cierto?

–Desi, Desi, Desi... –rezongó el Cazador Oscuro–. ¿Qué voy a hacer contigo?

–No te atrevas a hablarme así.

–¿Y por qué no?

–Porque no soy ningún Daimon asustado que huye de ti temblando de miedo. Soy tu peor pesadilla.

El Cazador Oscuro soltó un bufido de burla.

–¿Por qué utilizas tantos tópicos? Venga, Desidesastre, ¿no eres capaz de decir algo original en lugar
de recurrir al guión de una película de serie B?

Un furioso gruñido resonó en la estancia.

–Deja de burlarte de mi nombre.

–Lo siento, tienes razón. Lo menos que puedo hacer es mostrarte algo de respeto antes de matarte.

–¡Ja! No vas a matarme, Cazador Oscuro. Eres tú el que va a morir en esta ocasión. ¿No has pensa-
do en lo mucho que ella va a retrasarte? Por no mencionar a sus amiguitos. Se echarán sobre ti como
una manada de perros salvajes. Y, si yo fuese tú, rezaría para que fuese eso exactamente lo que me su-
cediese. Jamás has experimentado el sufrimiento que voy a infligirte la próxima vez que nos encontre-
mos.

El Cazador Oscuro sonrió sin despegar los labios al escuchar las amenazas de Desiderius.

–Estás sobrevalorando tus habilidades.

–Ya lo veremos.

Amanda escuchó el clic de un micrófono.

El Cazador Oscuro volvió a tirar con fuerza de los grilletes.

–Voy a matar a ese desecho de película de terror.

–¡Eh, eh, eh! –bufó Amanda al ver que su propia mano era zarandeada mientras él intentaba liberar-
se–. Ese brazo está unido al mío.

El desconocido se detuvo y la miró. Al instante, sus ojos se suavizaron.

–Gemelas. Jamás se le habría ocurrido. ¿Tienes alguna idea de dónde puede estar tu hermana?

–Ni siquiera sé dónde estoy yo ni la hora que es. Y ya que nos ponemos, no sé lo que está sucedien-
do. ¿Quién eres y quién es ese tipo? –Al instante, bajó la voz y añadió–: ¿Puede oírnos?

Kyrian negó con la cabeza.

–No, ha apagado el micrófono. Por ahora debe estar ocupado planeando su venganza al mejor estilo

. No sé tú, pero yo lo imagino frotándose las manos y riéndose a carcajadas como Dexter; ya sa-
bes, el del Laboratorio de Dexter.

Igor.

Kyrian la estudió un momento. No parecía estar histérica... todavía, y ojalá siguiera así. Decirle que

 Desiderius era un demonio que sobrevivía extrayendo el alma a los humanos –y que iba tras su hermana– no era la mejor manera de mantenerla calmada.

Claro que, dada la inclinación que su gemela demostraba hacia la caza de vampiros, para la chica no
supondría ninguna sorpresa saberlo.

Cerrando los ojos, se introdujo en la mente de su forzosa compañera y encontró la confirmación de
sus sospechas: en el fondo tenía miedo, como era natural.

Pero al contrario que su gemela, ésta no se apresuraba a sacar conclusiones, aunque era innegable
que sentía curiosidad por la situación en la que se encontraban y también la enfurecía. Posiblemente
pudiese contarle toda la verdad sin que ella alucinara, pero claro, tenía que tener en cuenta que era su
naturaleza de Cazador Oscuro lo que le obligaba a conocer todos los hechos para poder analizar una si-
tuación. En ese momento, la chica no necesitaba saberlo todo; lo esencial sería suficiente. Con suerte,
podría librarlos a ambos de los grilletes sin tener que revelarle nada sobre sí mismo.

–Me llamo Hunter4 –le dijo solemnemente–. Y ese tipo es el hombre que quiere hacer daño a tu
hermana.

–Gracias, pero eso ya lo he captado –le contestó Amanda, frunciendo el ceño. Debería estar asusta-
da por todo lo que estaba sucediendo, pero no era así. Estaba demasiado furiosa para asustarse. Lo úl-
timo que quería era verse mezclada en las locuras de su hermana.

Por otro lado, le alegraba que la hubieran cogido a ella por error, ya que Tabitha no habría dudado
en hacer cualquier maniobra kamikaze que la hubiese llevado a la muerte. Alzó la mirada para observar al Cazador Oscuro y frunció aún más el ceño. ¿Cómo es que conocía a Tabitha? Y pensándolo bien,
¿cómo es que podía distinguirlas cuando su propia madre tenía problemas para hacerlo?

–¿Eres uno de los amigos de mi hermana?

Él la miró sin ningún tipo de expresión antes de ayudarla a ponerse en pie.

–No –contestó mientras se daba pequeñas palmaditas en el pecho, las caderas, la espalda y las pier-
nas.

Amanda intentó no fijarse en ese cuerpo tan increíblemente atlético cuando su mano fue arrastrada
por el grillete. Pero, al rozar por accidente la parte interna de su muslo, creyó que acabaría gimiendo.

Ese hombre había sido creado para disfrutar del sexo y de la velocidad. Una lástima que no fuese su tipo. De hecho, era la antítesis de lo que ella encontraba deseable en un hombre.

¿O no?

El Cazador Oscuro lanzó una maldición.

–Por supuesto, me ha quitado el teléfono –murmuró, antes de moverse y arrastrarla con él hasta la

puerta.

Después de comprobar el pomo de la cerradura, observó atentamente los goznes.

Amanda arqueó una ceja al ver que se desataba la bota izquierda y se la quitaba.

–¿Qué estás haciendo? ¿Preparándote para darte un chapuzón?

Él le contestó con una sonrisilla de suficiencia muy masculina antes de inclinarse para recoger la bota
del suelo.

–Intentando salir de aquí. ¿Y tú?

–Intentando no irritarme por tu presencia.

Una chispa de diversión se reflejó en sus ojos antes de concentrarse de nuevo en la puerta.

Amanda observó cómo apretaba una de las extrañas incrustaciones plateadas del talón de la bota y,
de repente, una afilada hoja de unos doce centímetros surgió de la puntera. Definitivamente, este tipo
era de los que le gustaban a su hermana. Comenzó a preguntarse si también llevaría shurikens en los
bolsillos.

 –Ooooh –exclamó ella con sequedad–. Escalofriante.

Él la miró muy serio.

–Nena, aún no has visto nada escalofriante.

Amanda sonrió ante su comportamiento de chico duro al más puro estilo Ford Fairlane
bufido muy poco femenino.

Él la ignoró. Usando la hoja retráctil, intentó hacer saltar los goznes oxidados.

–Vas a romper la hoja si no tienes cuidado –le advirtió ella.

Él la miró con una ceja alzada.

–No hay nada en este mundo que pueda romper esta hoja. –Apretó los dientes y golpeó la bota con

el puño–. Y parece ser que tampoco hay nada en este mundo que mueva los goznes. –Pero siguió intentándolo un poco más–. ¡Joder! –masculló dándose por vencido. Replegó la hoja y se inclinó para ponerse de nuevo la bota. La parte de atrás del abrigo se abrió al moverse y Amanda fue premiada con una encantadora vista de su trasero.

¡Uf, sí! Bonito culo.

La boca se le secó cuando lo vio alzarse de nuevo hasta alcanzar su metro noventa y cinco de esta-
tura.

Vaya, vaya, vaya.

Vale, lo retiro. Sí que tenía un rasgo que le resultaba irresistible: su altura. Siempre le habían chifla-
do los hombres más altos que ella. Y con este tipo podría calzarse sin dificultad unos tacones de ocho
centímetros sin ofender su ego.

Le sacaba una buena cabeza.

Y eso le gustaba.

–¿Cómo es que conoces a mi hermana? –le preguntó, intentando mantener sus pensamientos ocu-
pados en esa cuestión y no en lo mucho que deseaba probar esos labios tan apetecibles.

–La conozco porque no deja de cruzarse en mi camino. –Volvió a dar un tirón a los grilletes–. ¿Qué
os pasa a los humanos que tenéis una necesidad constante de meteros en asuntos que deberíais igno-
rar?

–Yo no me meto en asuntos que... –su voz se desvaneció cuando las palabras que él acababa de
pronunciar penetraron en su cerebro–. «Humanos», ¿a nosotros los humanos? ¿Por qué has dicho eso?

El tipo no contestó.

–Mira –siguió ella, alzando el brazo para mostrarle el grillete–. Estoy encadenada a ti y quiero una
respuesta.

–No, tú no quieres ninguna respuesta.

Vale, eso sí que no. Aborrecía a los machos alfa. Esos tipos dominantes que parecían decir con su

actitud «Yo soy el tío, nena: yo conduzco» le daban arcadas.

–Muy bien, machoman –le dijo irritada–. No soy ninguna descerebrada ligera de cascos que se dedi-
que a hacer ojitos y pestañear a los chulos vestidos de cuero. No intentes tus tácticas de musculitos
conmigo. Por si no lo sabes, en mi oficina me llaman la rompepelotas.

Kyrian la miró con el ceño fruncido.

–¿Machoman? –repitió, incrédulo.

Jamás en su extremadamente larga vida se había encontrado con alguien que tuviera la osadía de
enfrentarse a él. Durante su etapa mortal, había conseguido que ejércitos enteros de romanos huyeran
aterrorizados antes de llegar a enfrentarse a ellos. Pocos hombres se habían atrevido a mirarlo frente a
frente. Desde que se convirtiera en Cazador Oscuro, legiones de Daimons y apolitas temblaban ante su mera presencia. Su nombre era susurrado con temor y reverencia, y esta mujer acababa de llamarlo...

–Chulo vestido de cuero –repitió en voz alta–. Creo que jamás me había sentido tan insultado.

–Entonces es que has sido hijo único.

Él soltó una carcajada por el comentario. En realidad, había tenido tres hermanas más pequeñas que
él, pero ninguna se había atrevido a insultarlo nunca.

Deslizó la mirada por el cuerpo femenino. No era una belleza clásica, pero esos ojos almendrados le
conferían una apariencia exótica y le recordaban los de una hechicera. El pelo, de color caoba, le caía
desordenado alrededor de los hombros. Pero habían sido esos ojos azules los que lo cautivaron. Cálidos e inteligentes, lo observaban, entornados, con una mirada maliciosa.

Un ligero rubor le cubría las mejillas, oscureciendo el azul de sus ojos. A pesar del peligro en el que
se encontraban, Kyrian se preguntaba si tendría la misma apariencia después de toda una noche entera
de puro sexo agotador. Se imaginaba esos ojos oscurecidos por la pasión, el pelo enredado, las mejillas enrojecidas por el roce de su barba y los labios húmedos e hinchados por sus besos.

La idea hizo que su cuerpo se incendiase.

Hasta que sintió el familiar cosquilleo en la nuca.

–Pronto amanecerá.

–¿Cómo lo sabes?

–Lo sé. –Tiró de ella hasta ponerla en pie y comenzó a examinar los herrumbrosos muros en busca
de una salida–. Una vez que nos liberen tendremos que encontrar el modo de librarnos de los grilletes.

–Gracias por señalar lo obvio. –Amanda miró la herida que tenía en el costado y que se veía a través
del desgarrón de la camisa–. Antes necesitas que te miren eso.

–No quiera Dios que me desangre hasta morir, ¿eh? –preguntó con ironía–. Porque si no, tendrás
que arrastrar mi pútrido cadáver.

Ella arrugó la nariz, asqueada.

–¿Podrías ser un poco más morboso? ¡Jesús! ¿Quién era el ídolo de tu infancia?, ¿Boris Karloff?

–En realidad era Hannibal.

–Estás intentando asustarme, ¿no es cierto? –preguntó ella–. Pues que sepas que no va a funcionar.

Crecí en una casa llena de poltergeist furiosos y con dos hermanas que solían invocar demonios por el placer de luchar con ellos. Tío, he visto de todo y tu humor negro no funciona conmigo.

Antes de darse cuenta de lo que ella estaba haciendo, Amanda agarró el borde de la camisa y la al-
zó. Se quedó helada al ver su estómago desnudo. Era liso y duro, con unos fantásticos abdominales,
bien marcados, que cualquier atleta envidiaría. Pero lo que la dejó boquiabierta fueron las cicatrices que le cubrían la piel.

Y, lo que parecía peor, la horrible herida que le atravesaba el costado y que llegaba por debajo las
costillas.

–¡Dios santo!, ¿qué te ha pasado?

Él se bajó la camisa de un tirón y se alejó de ella.

–Si te refieres a las cicatrices, tardaría años en contártelo. Si lo dices por la herida, me la hizo un
apolita de unos trece años al que confundí con un niño que necesitaba ayuda.

–¿Te tendieron una trampa?

Él se encogió de hombros.

–No es la primera vez.

Amanda tragó saliva y lo miró de la cabeza a los pies. Lo rodeaba un aura poderosa y letal. Se movía
como un depredador ágil y sigiloso, y esos ojos... Parecían fijarse no sólo en lo que se veía a simple vista. Esos crueles ojos negros brillaban de forma espectral.

Y le robaban el aliento cada vez que se posaban en ella.

Nunca había visto a un hombre rubio con unos ojos tan oscuros. Ni tampoco había visto a un hombre
tan apuesto. Sus rasgos eran perfectos, como si hubieran sido modelados por un artista. Exudaba virilidad; una sexualidad puramente masculina que parecía casi sobrenatural. Conocía a muchos hombres que se esforzaban por proyectar lo que la madre naturaleza le había concedido a éste a manos llenas.

–¿Qué es un Cazador Oscuro? –le preguntó–. ¿Se parece en algo a Buffy, la Cazadora de Vampiros?

Él se rió.

–Sí. Soy una adolescente bajita y emancipada que vaga por ahí luchando contra los vampiros, con
unos pendientes que los malos utilizarían para desgarrarme las orejas y tirar de ellos hasta...

–Ya sé que no eres una chica, pero ¿qué es un Cazador Oscuro?

Dejo escapar un suspiro y tiró de ella para continuar examinando las paredes de la habitación en
busca de una puerta oculta.

–Resumiendo: acabo con las criaturas que merodean durante la noche.

Amanda sintió un escalofrío al escuchar su somera explicación, pero supo que había mucho más. Pa-
recía un tipo letal, aunque no había en él rastro alguno de crueldad o vileza.

–¿Por qué quieres matar a Desiderius?

Él la miró un instante antes de intentar forzar la puerta de nuevo. Sacudió con tanta fuerza el pomo
que a Amanda le sorprendió que no arrancara la cerradura de cuajo.

–Porque no sólo se dedica a matar humanos, también roba sus almas.

Ella se tensó al escucharlo.

–¿Eso es cierto?

–Acabas de decir que lo has visto todo –se burló él–. Dímelo tú.

Amanda sintió el repentino deseo de estrangularlo. Jamás en su vida se había encontrado con un ti-
po más engreído y exasperante.

–¿Por qué acabo siempre metida en todos estos fenómenos paranormales? –se preguntó en un
murmullo–. ¿Es demasiado pedir un día normal y corriente?

–La vida rara vez es como desearíamos que fuese.

Ella lo miró con el ceño fruncido, confundida por el extraño tono de voz.

Kyrian ladeó la cabeza y alzó la mano para indicarle que guardara silencio.

El pomo de la puerta hizo un sonido metálico.

–Toc, toc –dijo Desiderius–. Tenéis todo el día para buscar refugio. Cuando caiga la noche saldremos
de caza.

–Sí, sí –contestó Hunter–. Tú y tu perrito, supongo.

El tono jovial sorprendió a Amanda. Las inquietantes palabras de Desiderius no habían hecho mella
en él.

–¿No te asustan sus amenazas?

Hunter la miró con severidad.

–Chère, el día que alguien como él consiga asustarme, me pondré de rodillas y le daré mi puñal para
que me arranque el corazón. Lo que temo es el momento de enfrentarnos a tu hermana y convencer a
la Reina de la Testarudez de que se mantenga alejada de todo esto hasta que yo sea capaz de localizar
a Desiderius y mandar su alma al olvido, que es donde debe estar.

Amanda se rió, a pesar del peligro que les rodeaba.

–¿La Reina de la Testarudez? Ya veo que conoces muy bien a Tabitha.

Hunter hizo caso omiso de su comentario mientras utilizaba su cuerpo para protegerla y abría la
puerta con precaución. Acto seguido, se detuvo y echó un vistazo.

Al otro lado de la puerta se extendía un estrecho pasillo, flanqueado por enormes ventanas cubiertas
de una espesa capa de polvo que oscurecía la luz del sol del amanecer.

–Joder –gruñó Hunter en voz baja, mientras volvía a entrar a la habitación.

–¿Qué pasa? –preguntó Amanda con el corazón desbocado a causa del terror–. ¿Hay alguien ahí fue-
ra?

–No.

–Entonces vámonos –dijo, encaminándose hacia la puerta.

Él no se movió ni un milímetro. Con los dientes apretados volvió a mirar el pasillo y dijo algo en un
idioma que Amanda desconocía.

–¿Cuál es el problema? –preguntó ella–. Está amaneciendo y no hay nadie ahí fuera. Vámonos de
aquí.

Hunter respiró hondo, como si estuviese irritado.

–El problema no es que haya gente. El problema es el sol.

–¿Y qué problema puedes tener con el sol?


Dudó unos instantes antes de abrir la boca y pasarse la lengua sobre unos colmillos largos y afilados.



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