Hola a todo aquel que se tome su tiempo para pasar por este humilde rincón. En este blog, se publicarán mis fics, esos que tanto me han costado de escribir, y que tanto amo. Alguno de estos escritos, contiene escenas para mayores de 18 años, y para que no haya malentendidos ni reclamos, serán señaladas. En este blog, también colaboran otras maravillosas escritoras, que tiene mucho talento: Lap, Arancha, Yas, Mari, Flawer Cullen, Silvia y AnaLau. La mayoría de los nombres de los fics que encontraras en este blog, son propiedad de S.Meyer. Si quieres formar parte de este blog, publicando y compartiendo tu arte, envía lo que quieras a maria_213s@hotmail.com

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sábado, 16 de enero de 2016

Los placeres de la noche * Capítulo 7

Sinopsis: Kyrian, príncipe y heredero de Tracia por nacimiento, es desheredado cuando se casa con una ex-prostituta contra los deseos de su padre. El bravo general macedonio, traicionado por la mujer a la que tanto ama, venderá su alma a Artemisa para obtener su venganza, convirtiéndose así en un cazador oscuro. Amanda Deveraux es una contable puritana que sólo ansía una vida normal. Nacida en el seno de una familia numerosa y peculiar, tanto sus ocho hermanas mayores como su madre poseen algún tipo de don, una de ellas es una importante sacerdotisa vodoo, otra es vidente, y su propia hermana gemela es una caza-vampiros. Cuando su prometido la abandona después de conocer a su familia, Amanda está más decidida que nunca a separarse de sus estrambóticos parientes. Pero todo se vuelve en su contra y, tras hacer un recado para su gemela, se despierta en un lugar extraño, atada a un ser inmortal de dos mil años y perseguida por un demonio llamado Desiderius. Por desgracia para ellos, Desiderius y sus acólitos no son el único problema que deben enfrentar. Kyrian y Amanda deben vencer ahora la conexión que los une; un vínculo tan poderoso que hará que ambos se cuestionen la conveniencia de seguir juntos. Aún más, él sigue acosado por un pasado lleno de dolor, tortura y traición que le convirtió en un hombre hastiado y desconfiado. Cuanto más descubre de su pasado, más desea Amanda ayudarle y seguir con él y darle todo el amor que merece...



La autora dice: Este libro es completamente propiedad de Sherrilyn Kenyon. Es el 4º libro de la serie Dark Hunter. Yo lo publico sin ningún tipo de interés económico, solo para que podamos disfrutar de esta increible historia.. y para que la temperatura suba!






CAPÍTULO 7

–¡Ah, no! –exclamó Amanda, poniéndose de puntillas para quedar nariz con nariz frente a Kyrian.

Arqueó una ceja y lo desafió con la mirada a que negara sus palabras. Cuando habló, hizo hincapié en cada palabra–. Estás muy equivocado. Quiero volver a mi vida anterior. Quiero una vida aburrida y quiero que sea larga.

A Kyrian le hizo gracia el énfasis que dio a la última palabra. Estaba espectacular cuando se enfada-
ba y él no podía evitar preguntarse cuánto tiempo podría mantenerla con ese rubor en las mejillas y
echando fuego por esos increíbles ojos azules.

Mejor aún... mientras sus pechos subían y bajaban debido a la respiración agitada, se le ocurrieron
unas cuantas cosas más que podrían causarle aún más dificultades para respirar.

Quería dejarla sin aliento. Quería comprobar la fuerza de su pasión.

Le dolían los labios por el deseo de besarla y las manos por el ansia de acariciar su cuerpo hasta ha-
cerla gritar de placer.

¡Por los todos los dioses! Esa mujer era la mayor tentación que había sentido jamás. Y menuda pa-
radoja, porque hubo una época en la que adoraba las tentaciones más allá de lo racional. A lo largo de los siglos, había olvidado ese pequeño defecto de su carácter pero, desde que despertara con ella al la-
do, había ido recordando, dolorosamente, al hombre que una vez fue. Podía sentir cómo Amanda iba
derribando, poco a poco, cada una de las barreras que él había construido durante los años, poniendo
fin al entumecimiento en el que se refugiaba. Había conseguido mantenerse alejado de sus propios sentimientos durante siglos y, aunque había conocido a muchos mortales por los que había sentido cierto cariño, ninguno de ellos había conseguido afectarlo como ella.

Era algo muy extraño. ¿Por qué Amanda? ¿Y por qué ahora? Ahora que necesitaba de toda su luci-
dez para enfrentarse a Desiderius.

Las Parcas estaban jugando de nuevo con él y eso no le gustaba en absoluto.

Sentía cómo la sangre corría con fuerza por sus venas mientras contemplaba los labios húmedos y
llenos de Amanda. Casi podía saborearlos. Sentirlos. Que los dioses se apiadasen de él, porque la deseaba con desesperación.

Sólo ella era capaz de despertar a la bestia hambrienta que moraba en su interior. Esa parte de él
que quería rugir y devorar todo su cuerpo, centímetro a centímetro, durante toda la noche. Pero ella era humana y él no tenía nada que ofrecerle. Su alma y su lealtad pertenecían a Artemisa. Además, Amanda tenía todo el derecho a soñar con una vida normal; con una familia y un hogar al lado de un hombre común y corriente.

Después de haber visto cómo sus propios sueños habían sido destrozados de un modo cruel y ven-
gativo, se negaba a que Amanda pasara por el mismo trance. Ella se merecía tener una vida larga, di-
chosa y aburrida. Todo el mundo merecía la oportunidad de cumplir sus deseos.

Se tragó el nudo que le obstruía la garganta, dolorido aún por el deseo insatisfecho y supo, en ese
mismo instante, que tenía que alejarla de sus pensamientos.

Jamás podría ser suya.

Su destino era regresar junto a una familia que la amaba y encontrar un hombre que la ayudara a...

No pudo acabar. Le dolía tan sólo de pensarlo.

–Por tu bien –le susurró, luchando contra el impulso de acariciarle el pelo– espero que sea verdad,
pero me temo que con los poderes que mantienes ocultos y la caza de vampiros que está llevando a cabo Tabitha, no va a ser posible que regreses a tu aburrida vida durante los próximos días.

Amanda apartó la mirada.

–No tengo poderes –dijo con voz afilada, pero sin la convicción de antes.

Kyrian alargó la mano y con un dedo le alzó la barbilla; quería ayudarla a aliviar la preocupación que
veía en su rostro. Amanda tenía miedo y él no entendía la causa. ¿Por qué no era capaz de reconocer
los dones con los que había nacido?

–Puede que no quieras utilizarlos, Amanda, pero están ahí. Tienes premoniciones y eres telépata,
empática y además puedes proyectarte fuera de tu cuerpo. Tus poderes son muy parecidos a los de tu
hermana pero mucho más fuertes.

El brillo intenso del color zafiro volvió a sus ojos.

–Estás mintiéndome.

La acusación lo sorprendió.

–¿Por qué iba a hacerlo?

Ella se aclaró la garganta.

–No lo sé. Sólo sé que no tengo poderes.

–¿Por qué tienes tanto miedo de ellos?

–Porque...

Él ladeó la cabeza cuando la voz de Amanda se desvaneció y dejó la frase sin acabar.

–¿Por qué? –la instó.

Ella alzó la mirada y el dolor que se reflejó en sus ojos lo dejó sin aliento.

–Cuando tenía quince años –comenzó casi en un susurro– tuve un sueño. –Parpadeó para apartar las
lágrimas mientras se agarraba a la encimera que estaba justo a su lado–. En aquella época solía tener
muchos. Y siempre se hacían realidad. En éste del que te hablo, mi mejor amiga moría en un accidente de coche. La vi. Sentí su miedo y escuché los últimos pensamientos que cruzaron por su mente antes de morir.

Kyrian apretó la mandíbula al percibir el dolor que transmitía su voz. Alargó el brazo y la tomó de la
mano. Estaba helada y temblaba.

–Cuando la vi en el instituto hice todo lo que estuvo en mis manos para que no se fuese ese día a
casa con Bobby Thibideaux. Incluso le conté lo del sueño. –Las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas–. No me escuchó. Me dijo que era una imbécil y que lo que me ocurría era que tenía celos porque

Bobby estaba con ella y no conmigo. –Sacudió la cabeza mientras recordaba lo sucedido aquel día–. No estaba celosa, Hunter; lo único que quería era evitar su muerte.

Kyrian le acarició los dedos, intentando que entrara en calor.

–Lo sé, Amanda.

–Se metió en el coche gritándome que la dejara en paz. Todo el instituto me estaba mirando, pero
me daba igual. Tabitha me apartó para que pudieran marcharse y la gente empezó a reírse. –Se hume-
deció los labios resecos–. No se rieron a la mañana siguiente, cuando se enteraron de que los dos ha-
bían muerto camino de casa. Empezaron a llamarme monstruo. Durante los tres años siguientes nadie
quiso acercarse a mí. Para ellos yo era esa chica rara que veía cosas.

La ira brilló en los ojos de Amanda cuando lo miró.

–Dime, ¿qué hay de bueno en esos poderes cuando hacen que la gente se asuste de mí? ¿Por qué
veo cosas si no las puedo cambiar? ¿Qué tiene eso de bueno?

Kyrian no supo qué contestarle. Percibía el torbellino de sus emociones y su angustia.

–¿No lo entiendes? –prosiguió ella–. No quiero conocer el futuro si no puedo detenerlo. Quiero ser
normal –insistió con la voz rota al pronunciar la última palabra–. No quiero ser como Talon ni como mi abuela y tener a los muertos hablándome a todas horas. No quiero saber lo que estás sintiendo. Sólo quiero vivir mi vida como el resto de la gente ¿Nunca has deseado eso mismo?

Cerrando los ojos ante la absurda agonía que le atenazaba el corazón, Kyrian dejó de acariciar la
suave piel de Amanda y se alejó de ella.

–Qué más da lo que yo desee.

Ella se sorprendió cuando lo miró a los ojos. Lo había herido de algún modo.

–Lo siento, Hunter. No pretendía...

–No pasa nada –le contestó lentamente. Se acercó a una silla y Amanda observó la fuerza con que
se agarraba al respaldo. Aunque luchaba por ocultar su dolor, Amanda lo distinguía con claridad.

–Tienes razón –le dijo por fin–. Hay ocasiones en las que echo de menos la sensación del sol en la
cara. He aprendido que lo mejor que puedo hacer es no torturarme con esos recuerdos. –La miró con tal pasión que su cuerpo se incendió–. Pero los que tenemos dones especiales no podemos ser normales.

Amanda no quería oír esas palabras. Su corazón no podía resistirlo.

–Quizás tú no puedas serlo. Pero yo sí. No permitiré que esos poderes regresen. Están muertos para
mí.

Kyrian soltó una risa amarga.

–Y tú me llamas testarudo.

–Hunter, por favor –le rogó ella, odiándose por el dolor que oía en su propia voz–. Lo único que de-
seo es volver hacia atrás, despertarme por la mañana y descubrir que todo ha sido una pesadilla.

En ese momento sintió algo que la asustó. Un pequeño estremecimiento provocado por los poderes
que él había mencionado. La sensación la recorrió de arriba abajo mientras escuchaba los pensamientos de Hunter.

Quieres decir que desearías no haberme conocido jamás.

Amanda se acercó a él.

–Hunter...

Él eludió su contacto y se acercó a la encimera, donde había dejado el teléfono. Lo cogió y se lo
ofreció.

–Llama a Tabitha y dile que se quede con tu madre hasta el viernes. Puede entrar y salir durante el
día, pero una vez el sol se ponga, es esencial que permanezca en casa.

–No le va a gustar nada.

Una furia intensa hizo brillar esos ojos negros.

–Entonces que tu madre la ate. No estamos hablando de vampiros normales. Estos Daimons han
desatado algún tipo de poder extremadamente peligroso y, hasta que Talon y yo descubramos de qué
se trata, necesita ocultarse.

–Vale, haré lo que pueda.

Él asintió.

–Mientras hablas con ella voy a cambiarme de ropa.

Amanda lo observó, apesadumbrada, mientras salía de la cocina. No quería separarse de él, ni si-
quiera el breve lapso de tiempo necesario para cambiarse. Sentía un peculiar impulso de seguirlo y ayudarlo a quitarse la ropa... en lugar de hacerlo, marcó el número del móvil de Tabitha.

–¡Gracias a Dios que estás bien! –le dijo su hermana con voz llorosa–. La policía acaba de contarme
lo de los incendios y sé que a esa hora sueles estar en casa.

Los ojos de Amanda volvieron a llenarse de lágrimas, pero se sobrepuso. Llorar no iba a solucionar

nada. Las casas habían desaparecido y todas las lágrimas del mundo no iban a traerlas de vuelta. Ahora necesitaba concentrarse para que todos consiguieran sobrevivir a la ira de Desiderius.

–¿Cómo está Allison? –le preguntó en un intento de sofocar el miedo.

–Está bien. Su madre ya está en el hospital con ella. Yo voy de camino para verla. Nadie sabe qué
ocurrió con Terminator.

–Está conmigo.

Tabitha suspiró, aliviada.

–Gracias, hermanita. Te debo una. ¿Dónde estas?

Ésa era la pregunta que Amanda tenía miedo de responder. A su hermana le iba a dar un ataque
cuando se enterara.

–Mejor no te lo digo –contestó de forma evasiva.

Silencio. Tabitha permaneció callada durante unos minutos. Hasta Amanda sólo llegaba el ruido del
tráfico desde el otro lado de la línea. ¡Estaba intentando leerle la mente!

Joder.

Tabitha dijo la misma palabra en el instante que Amanda lo pensó.

–Estás otra vez con el vampiro, ¿verdad?

Amanda hizo una mueca. ¿Cómo le decía una a su hermana –una cazadora de vampiros– que había
perdido la cabeza por uno de ellos y que pensaba pasar la noche en su casa? No había modo de suavi-
zarlo. Suspirando, intentó buscar una explicación.

–No es un vampiro... exactamente. Se parece a ti.

–¡Vaya, vaya! –exclamó Tabitha–. ¿En qué sentido? ¿Tiene tetas? ¿Tiene novio? ¿O le gusta matar
cosas porque sí?

Amanda apretó los dientes.

–Tabitha Lane Devereaux, deja de hacer el gilipollas. Sé que no te gusta matar cosas y no quiero ju-
gar a Verdad, beso o atrevimiento contigo. El tío que me atacó en tu casa es aterrador y no creas que
se parece a esos tipos con los que soléis jugar. Esto es diferente. Hunter quiere que te quedes en casa y yo estoy de acuerdo con él.

–¿Hunter? ¿Es el mismo demonio chupasangre que me amenazó con matarte?

–No lo decía en serio.

–¿Ah, no? ¿Apostarías tu vida?

–Apuesto la tuya y la mía.

–Estás como una puta cabra, ¿lo sabes?

–Esa boca, señorita. Al contrario que tú, sé lo que estoy haciendo. Confío en Hunter. Y el tal Deside-
rius es un demonio. Es tan malo como Hannibal Lecter.

Amanda podía ver a su hermana poniendo los ojos en blanco mientras bufaba de indignación.

–Ninguno de los dos me da miedo.

–Quizás te vendría bien que alguien te asustara un poco. Yo estoy aterrorizada.

–¿Y entonces por qué no vienes a casa donde podemos protegerte?

Porque quiero quedarme con Hunter.

No supo muy bien de dónde había salido esa idea. Pero tampoco iba a negarlo. Con él se sentía se-
gura y protegida. Ya se había ofrecido a llevarla a cualquier otro sitio. Y sabía que, si se lo pedía, la dejaría marchar, pero...

No quería hacerlo.

No obstante, no se atrevía a decírselo a Tabitha. Las cosas ya estaban bastante tensas entre ellas,
así que le ofreció la única excusa que le vino a la cabeza.

–No puedo ir a casa. No mientras esta criatura vaya detrás de mí.

Tabitha volvió a maldecir.

–¿Cómo sabes que el tal Hunter no te mantiene a su lado con algún tipo de control mental?

Amanda se rió al recordar lo que Hunter le dijo en la fábrica.

–Porque, al igual que tú, soy demasiado obstinada para que funcione. Además, es amigo de Julian

Alexander. Confías en Julian y Grace, ¿no es cierto?

–Sí, claro, cómo no.

–Entonces confía en su amigo.

–Vale –concedió Tabitha de mala gana–. Pero mi confianza pende de un hilo. No quiero que te pase

nada.

–Lo mismo digo. Hunter dice que estarás a salvo mientras haya luz, pero debes asegurarte de estar
en casa de mamá al atardecer y quedarte allí. De hecho, no creo que debas ir al hospital. Tendrías que ir directamente a casa de mamá ya.

–Allison es mi mejor amiga, tengo que ir a verla.

–¿Y si los llevas hasta ella? Por lo que sabemos también te vigilan a ti.

Tabitha gruñó.

–No me gusta esto. No me gusta nada, pero bueno. Tienes razón. No quiero conducirlos hasta Alli-
son. Mamá puede hacerse cargo de cualquier cosa. Daré la vuelta en la siguiente calle y me iré a pasar la noche a su casa. Llámame si necesitas algo.

–Lo haré.

Amanda colgó el teléfono y cogió el plato de la encimera, donde Hunter lo había dejado. Lo llevó
hasta la mesita situada delante del enorme ventanal y echó un vistazo al hermoso patio de estilo antiguo que se abría en la parte trasera de la casa. No le faltaba ningún detalle: el enrejado para los rosales trepadores, las estatuas griegas y los setos podados de forma artística. Unos antiguos candiles inundaban el lugar con una luz espectral que hacía bailar las sombras sobre las paredes de estuco blanco.

Estuvo sentada unos minutos a solas hasta que Hunter regresó. Se había puesto una camiseta negra
de manga larga que le marcaba los anchos hombros. Como llevaba las mangas alzadas, Amanda pudo echar un vistazo al feo corte que tenía en el antebrazo.

–¿Eso es un mordisco del Daimon o un corte?

Hunter miró la herida mientras se sentaba en frente de ella.

–Un mordisco.

Amanda se quedó helada.

–Tienes que curártelo, ¿no?

–No. Para mañana por la noche habrá sanado por completo.

–Sí, pero ¿no se supone que así te conviertes en vampiro, con un mordisco?

A Kyrian le hizo gracia y se rió a carcajadas.

–Técnicamente, ya soy un vampiro. Y, con respecto a la transformación, es imposible a menos que
seas un apolita.

–Entonces, ¿no pueden convertir a los humanos mediante un mordisco?

–Eso es un cuento de niños.

Amanda reflexionó unos instantes.

–¿Y de dónde provienen todas estas nociones infundadas acerca de los vampiros?

Kyrian dio un sorbo a la bebida y tragó la comida antes de responderle.

–Mayormente, de gente asustada. Desde el día en que la Atlántida desapareció bajo las aguas del
océano, los apolitas y los Daimons han sido perseguidos. Hubo una época en la que todas las ciudadesestado de Grecia conocían y reverenciaban a los Cazadores Oscuros. Pero, según pasó el tiempo, nos hicimos cada vez más solitarios y nos olvidaron; nos convertimos en los protagonistas de mitos y leyendas. A Acheron y al resto les pareció mejor así. Ash incluso llegó al extremo de localizar y reunir todos los escritos de la Antigüedad en los que se hacía mención de nuestro nombre, para ocultarlos.

–¿Acheron? –preguntó ella mientras cortaba un trozo de pollo–. Es la segunda vez que lo mencionas.

¿Quién es?

–El primer Cazador Oscuro elegido por Artemisa.

–¿Y aún está vivo?

–Claro. Creo que esta semana está en California.

Amanda lo miró y alzó una ceja. Hunter sonrió.

–Cambia de residencia cada pocos días.

–¿Cómo? ¿Por qué?

Él se encogió de hombros.

–Supongo que cuando se tienen once mil años todo acaba por aburrirte. Y con respecto al cómo, tie-
ne un helicóptero fabricado especialmente para él, que puede romper la barrera del sonido.

Amanda asimiló las noticias e intentó imaginarse el aspecto del Cazador Oscuro más antiguo. Por al-
gún motivo, Yoda le vino a la mente. Un anciano pequeño, de piel gris verdosa, que caminaba encorvado y que iluminaba con su sabiduría a todos los demás, hablando incansablemente con palabras inconexas.

–¿Lo conoces? –le preguntó ella.

Kyrian asintió.

–Todos lo conocemos. Él entrena a todos los nuevos Cazadores Oscuros y podría decirse que es
nuestro líder no oficial. También existe la teoría de que es el ejecutor a quien los dioses acuden cuando uno de nosotros cruza la línea.

A Amanda no le gustó nada aquello.

–¿Cruzar la línea en qué sentido?

–Pues, en primer lugar, atacar a los humanos. Tenemos un Código de Conducta que debemos seguir
a rajatabla; no podemos utilizar nuestros poderes en mitad de una aglomeración de personas, no podemos asociarnos ni con los apolitas ni con los Daimons, etcétera, etcétera.

Era extrañamente alentador saber que tenían tal cosa, pero también asustaba bastante pensar que
uno de estos chicos se pasara al otro bando con los poderes que poseían.

–Si os está prohibido haceros daño y cada vez que os reunís vuestros poderes se debilitan, ¿cómo
puede Acheron ser un ejecutor?

–Él no debilita nuestros poderes –le explicó antes de dar un sorbo al vino–. Ash fue el conejillo de
indias de los Cazadores Oscuros. Puesto que fue el primero, los dioses no habían perfeccionado mucho el sistema y por eso sufrió... digamos... unos efectos secundarios peculiares.

Definitivamente, después de lo que acababa de oír, se imaginaba una forma de vida mutante. Un
Cazador Oscuro diminuto, jorobado y que ceceaba al hablar.

–¿Y cuántos Cazadores Oscuros hay? –preguntó.

–Miles.

Amanda se quedó boquiabierta.

–¿En serio? –por la forma en que Hunter la miró, supo que era verdad–. Y ¿cada cuánto se crea uno
nuevo?

–No muy a menudo –le dijo en voz baja–. La mayoría llevamos por aquí un tiempecillo...

–¡Vaya! –exclamó–. Entonces, si Acheron es el más viejo, ¿quién es el más joven?

Kyrian frunció el ceño mientras pensaba la respuesta.

–Sin comprobarlo diría que Tristan, Diana o Sundown, pero tendría que consultarlo con Acheron.

–¿Sundown? ¿Eso es un apodo o es que su madre no lo quería mucho?

Kyrian soltó una carcajada.

–Era un pistolero y ése era el nombre con el que se le conocía en los carteles de búsqueda. Las auto-
ridades afirmaban que sus mejores trabajos los hacía de noche.

–Vale –dijo Amanda despacio. Ahora se imaginaba a un personaje del estilo de Wild Bill Hickok, con las piernas arqueadas, barba desaseada y mascando tabaco–. Ya veo que los Cazadores Oscuros no erais precisamente comerciantes ni...

–¿Tipos decentes que acataran la ley?

Ella sonrió.

–No quería insinuar que fueses indecente; ya sabes a qué me refería.

Kyrian le devolvió la sonrisa. «Indecente» era un término que se ajustaba a la perfección al tipo de
pensamientos que cruzaban por su mente cada vez que miraba a su invitada.

–Para ser un Cazador Oscuro hay que tener un cierto tipo de comportamiento y una naturaleza exal-
tada. Artemisa no quiere malgastar su tiempo, ni el nuestro, eligiendo a alguien que sea incapaz de matar. Supongo que podría decirse que somos malos, locos e inmortales.

La sonrisa de Amanda se ensanchó y mostró un hoyuelo en su mejilla derecha. Qué extraño que no
lo hubiese notado antes.

–Malos e inmortales no te lo discuto pero, ¿de verdad os comportáis como locos?

–Si te refieres a que somos unos chiflados, ¿tú qué opinas al respecto?

Los ojos de Amanda brillaron con picardía.

–Que es completamente cierto en tu caso. Pero ¿sabes lo que te digo? Que me gusta eso de ti. Tu
forma de ser, tan impredecible, me encanta.

Kyrian no estaba muy seguro de quién de los dos se había sorprendido más a causa de la inesperada
confesión. Amanda apartó rápidamente la mirada con las mejillas arreboladas.

Le gustas...

Esas palabras le hacían regresar a sus años de juventud; sentía el extraño impulso de salir corriendo
y gritarle al primero que se encontrara: «Le gusto, le gusto».

¡Por todos los dioses del Olimpo! ¿Qué le estaba pasando?

Tenía dos mil años; hacía mucho que dejó atrás la edad propia de semejante comportamiento.

Aunque era inútil negar la satisfacción y la felicidad que lo embargaban.

Un incómodo silencio cayó entre ellos mientras acababan la cena. Amanda se esforzó por no pensar
en su hogar. En todo lo que había perdido. Ya se enfrentaría a eso por la mañana. De momento, tenía
que pensar en sobrevivir a la noche.

–Tabitha va a quedarse en casa –le dijo a Hunter mientras observaba cómo él llevaba su plato al fre-
gadero y lo enjuagaba.

–Bien.

–¿Sabes? –le dijo en voz baja–. Aún no me has contado cómo es que sabías tantas cosas sobre mi
hermana la noche que nos conocimos.

Él dejó el plato y los cubiertos en el lavavajillas.

–Talon y Tabitha tienen un amigo en común.

Amanda abrió los ojos de par en par. Un topo... quién lo habría imaginado.

–¿Uno de los integrantes del Circo de Tabitha?

Él asintió.

–¿Quién?

–Puesto que espía para nosotros, no tengo intención de decirte quién es.

Amanda se rió, entrecerró los ojos e intentó imaginarse quién podía ser.

–Apuesto lo que quieras a que es Gary.

–No voy a soltar nada.

Era un asunto fascinante, pero no tanto como el Cazador Oscuro que tenía delante. Con un suspiro,
continuó comiendo y echó un vistazo a la cocina, a la que no le faltaba detalle, mientras Kyrian guardaba la comida. Había una encimera de mármol, para desayunar, que recordaba vagamente a un templo griego y que servía para separar la mesa donde ella estaba sentada del resto de la estancia. A lo largo de la encimera se habían dispuesto tres taburetes altos.

Todo estaba nuevo, limpio y resultaba enorme.

–Es una casa muy grande para una persona. ¿Hace mucho que vives aquí?

–Poco más de cien años.

Amanda estuvo a punto de atragantarse.

–¿Lo dices en serio?

–No me apetece mudarme; me gusta Nueva Orleáns.

Ella se puso en pie y le dio el plato.

–Has echado raíces, ¿verdad? ¿Dónde viviste antes?

–En París una temporada –le contestó, dejando el plato en la encimera–. Génova, Londres, Barcelo-
na, Hamburgo y Atenas. Y antes de establecerme en esos lugares me dedicaba a vagar por ahí.

Amanda observó el rostro de Hunter mientras hablaba. No había modo de saber lo que estaba pen-
sando. Estaba ocultando sus sentimientos y se preguntaba si existiría alguna forma de resquebrajar su
coraza.

–Me da la sensación de que estuviste muy solo.

–No fue tan malo. –Ni una mueca.

–¿Hiciste amigos en esos lugares?

–En realidad, no. He tenido unos cuantos Escuderos a lo largo de los siglos pero, por lo general, pre-
fiero la soledad.

–¿Escuderos? –le preguntó–. Qué raro. ¿Cómo los que había en la Edad Media?

–Algo parecido. –La miró pero no explicó nada más–. ¿Y tú? ¿Has vivido aquí toda tu vida?

–Nacida y crecida aquí. Mis abuelos maternos eran emigrantes rumanos que escaparon de la Depre-
sión y la familia de mi padre era de origen Cajun y se dedicaba a la agricultura.

Él se rió al escucharla.

–He conocido a un montón de ésos.

–Supongo que es normal si llevas más de cien años viviendo aquí.

Amanda reflexionó acerca de la vida que Hunter habría llevado. Todos esos siglos de soledad, siendo
testigo de las muertes de las personas a la que apreciaba, viéndolos envejecer mientras él permanecía
igual. Debía haber sido muy duro. Pero a la par, seguro que había tenido momentos estupendos.

–¿Qué se siente sabiendo que vas vivir eternamente?

Él se encogió de hombros.

–Si te soy sincero, hace mucho tiempo que dejé de pensar en eso. Supongo que, como el resto de la
humanidad, me limito a levantarme, hacer mi trabajo y volver a la cama.

Qué sencillo. Sin embargo, percibía algo más; una profunda tristeza. Vivir sin sueños debía ser muy
doloroso. El espíritu humano necesita objetivos por los que luchar, y a ella no le parecía que matar Daimons fuese un verdadero objetivo.

Desvió la mirada hasta la encimera e intentó imaginarse al hombre que una vez fue Hunter. Julian le
había dicho que solían beber hasta emborracharse después de una batalla y que siempre había deseado tener hijos.

Sí, recordaba el modo en que había abrazado a Vanessa y la expresión de su rostro mientras la sos-
tenía.

–¿Has tenido algún hijo?

Sus ojos reflejaron un intenso dolor un instante antes de volver a mostrarse impasible.

–No, los Cazadores Oscuros somos estériles.

–Así que eres impotente...

–Claro que no. Puedo mantener relaciones sexuales, pero no puedo tener descendencia.

–¡Ah! –exclamó Amanda, haciendo un mohín con la nariz que confirió a su rostro una apariencia tra-
viesa y, al instante, intentó aligerar la conversación–. Estoy siendo muy entrometida, no debería haber preguntado eso. Lo siento.

–No pasa nada. –Mientras ponía en marcha el lavavajillas le preguntó–: ¿Te gustaría dar una vuelta

por la casa?

–¿Casa? –preguntó ella, alzando una ceja con incredulidad–. Si esto es una casa, yo vivo en una choza. –Al instante recordó que ya no tenía un hogar donde vivir y jadeó. Se aclaró la garganta e intentó alejar esos pensamientos–. Sí –dijo en voz baja–. Me encantaría verla.

Hunter la guió hasta la puerta situada a la izquierda de la cocina y entraron en un gigantesco salón.

Las paredes estaban decoradas con molduras y medallones, con un estilo elegante y maravillosamente neoclásico, pero los muebles eran actuales y muy modernos. La estancia estaba decorada para resultar cómoda, no para impresionar a las visitas. Pero claro, se suponía que los vampiros no tenían muchos invitados a los que agasajar.

En una de las paredes se había instalado un equipo completo de imagen y sonido JVC, con una
enorme pantalla de televisión, un sistema de video y un reproductor de DVD.

Aunque había lámparas por toda la estancia, la luz provenía de las velas de tres vistosos candela-
bros.

–Parece que no te gustan las bombillas, ¿eh? –le preguntó a Hunter mientras lo observaba encender
más velas.

–No –le contestó–. La luz es demasiado brillante para mis ojos.

–¿Te hace daño?

Él asintió.

–Los ojos de los Cazadores Oscuros están especialmente creados para ver en la oscuridad. Nuestras
pupilas son más grandes que las de los humanos y no se dilatan del mismo modo. Como resultado, dejan pasar mucha más luz.

A la par que lo escuchaba, Amanda observó que las ventanas que se alzaban desde el suelo hasta el
techo estaban cubiertas con cortinas negras que debían resguardar la casa de la luz del sol.

Rodeó un sofá de piel negra y se quedó plantada en el sitio. ¡Había un ataúd delante de los sillones!

–¿Eso es...? –fue incapaz de acabar la frase. No mientras se imaginaba la siniestra imagen de Hunter
durmiendo ahí dentro todos los días.

Él le echó un vistazo y la miró sin parpadear. Amanda parecía realmente atónita.

–Sí –contestó con voz neutra–, es un ataúd. Es mi... mesita de café. –Se acercó a ella, levantó la ta-
pa y cogió un mando a distancia–. Ten, por si te apetece ver la televisión mañana.

Amanda meneó la cabeza. Una vez recuperada de la impresión, reconoció unos cuantos objetos típi-
camente vampíricos colocados por la habitación. Miniaturas, pequeñas ballestas e incluso una baraja de tarot encima de una repisa.

–Nick cree que es gracioso –le explicó Hunter mientras ella cogía la baraja–. Cada vez que encuentraalgo relacionado con vampiros, lo trae y lo deja aquí para que yo lo vea.

–¿Te molesta?

–No, es un buen chico... casi siempre.

A medida que él la conducía a través de las dependencias de la antigua mansión, llegó un momento
en que Amanda se sintió perdida.

–¿Pero cuántas habitaciones hay en este lugar? –preguntó al entrar a una sala de juegos.

–Hay doce dormitorios y tiene más o menos unos dos mil metros cuadrados.

–¡Jesús! He estado en centros comerciales más pequeños.

Él soltó una carcajada.

En el centro de la habitación había una mesa de billar tallada, y en uno de los laterales podían verse
unas cuantas máquinas de videojuegos, sacadas de algún salón recreativo, y una gran pantalla de tele-
visión a cuyos pies se alineaba una colección de videoconsolas, sobre una mesita de café. Pero lo que le resultó más sorprendente, fueron unos guantes de béisbol y una pelota que estaban sobre una mesita plegable en un rincón. Amanda se acercó a la mesa.

–Algunas noches Nick y yo nos lanzamos unas cuantas bolas –le explicó.

–¿Por qué?

Hunter se encogió de hombros.

–Es una forma de aclararme las ideas cuando estoy en un aprieto.

–¿Y a Nick no le importa?

Él se rió.

–A Nick le importa todo. No recuerdo ni una sola ocasión en la que le haya pedido algo sin tener que
escuchar sus quejas después.

–Y entonces, ¿por qué dejas que siga trabajando para ti?

–Soy masoquista.

En esta ocasión le tocó reír a Amanda.

–Me encantaría conocer al tal Nick.

–Sin duda, lo harás mañana.

–¿De verdad?

Él asintió.

–Cualquier cosa que necesites pídesela y él te la conseguirá. Si te ofende en lo más mínimo, házmelo
saber y lo mataré en cuanto me levante.

Amanda percibió algo en su tono de voz que le hizo pensar que, posiblemente, no se tratara de una
falsa amenaza.

Hunter abrió las enormes puertas francesas y entró en un atrio acristalado. El techo estaba muy lim-
pio y dejaba ver las miles de estrellas que brillaban en el cielo mientras los pasos de ambos resonaban sobre las baldosas del suelo.

–Es precioso.

–Gracias.

Amanda se acercó a una gran escultura, en el centro de la estancia, que mostraba a tres mujeres jó-
venes. La pieza era extraordinaria. La más joven de las tres estaba tumbada de costado con un perga-
mino entre las manos, mientras las otras dos se sentaban de espaldas la una a la otra. Una sostenía una lira y la otra parecía estar cantando. El modo en que estaban pintadas resultaba muy extraño. Las tres
parecían reales y todas ellas tenían un asombroso parecido con Hunter.

–¿Es griega? –le preguntó.

Una mirada apenada ensombreció su rostro y asintió.

–Eran mis hermanas.

Con el corazón en un puño, Amanda las observó con más atención.

Hunter acarició con ternura el brazo de la chica que sostenía el pergamino. Había fruncido ligera-
mente el ceño mientras estudiaba la estatua a tamaño real de la joven, que no tendría más de dieciocho años. El peplo azul hacía juego con sus ojos.

–Althea era la más pequeña de los cuatro –le explicó con voz ronca–. Era callada, tímida y tartamu-
deaba de un modo muy gracioso cuando se ponía nerviosa. ¡Por los dioses! Ella lo odiaba pero a mí me parecía muy tierno. Diana –siguió con la explicación, señalando la chica que portaba la lira y que iba vestida de rojo–, era dos años mayor que yo y tenía el carácter de una arpía. Mi padre solía decir que nos parecíamos demasiado y que por eso no nos llevábamos bien. Y Phaedra era un año más joven que yo y cantaba como los ángeles.

Amanda observó a la muchacha vestida de amarillo.

Las tres compartían una dulzura muy especial. El escultor las había representado como si estuviesen
en movimiento, incluso los pliegues de los peplos parecían reales y delicados. Nunca había visto una
maestría igual en una escultura. Parecían tan reales que casi esperaba que una de ellas empezara a ha-
blar en cualquier momento.

No era de extrañar que Hunter estuviera tan afectado.

–Las querías mucho.

Él asintió.

–¿Qué les sucedió?

Antes de contestar, Hunter se alejó un poco.

–Se casaron y tuvieron unas vidas largas y felices. Diana le puso mi nombre a su primer hijo.

Una débil sonrisa se dibujó en los labios de Amanda al pensar que la hermana que peor se había lle-
vado con él hubiese hecho tal cosa. Decía mucho de la relación que habían compartido. Observando a las jóvenes, recordó lo que él le había contado sobre Althea en el coche: la muchacha de largo cabello rubio ondulado se había rapado la cabeza al enterarse de la muerte de su hermano. Debían haberlo
amado tanto como él a ellas.

–¿Qué pensaron sobre tu transformación en Cazador Oscuro?

Él se aclaró la garganta.

–Nunca lo supieron. Para ellas, yo estaba muerto.

–Entonces, ¿cómo sabes tanto sobre...?

–Podía escucharlas mientras vivieron. Sentirlas; del mismo modo en que tú puedes abrir tu corazón a

Tabitha y saber si está preocupada.

Ella se tensó al escucharlo.

–¿Cómo lo sabes?

–Ya te lo he dicho, puedo percibir tus poderes.

Un escalofrío le recorrió la espalda y Amanda se preguntó si podría ocultarle algo.

–Eres un hombre aterrador.

Una extraña luz brilló en los ojos oscuros.

–No soy un hombre. Dejé atrás mi humanidad al morir.

Quizás él lo creyera así, pero Amanda sabía que no era cierto. Puede que no tuviese alma, pero era
un hombre de buen corazón y era humano.

–¿Por qué accediste a convertirte en Cazador Oscuro a pesar de que nunca te vengaste de Theone?

–En ese momento me pareció una buena idea.

Con esas palabras, Amanda sintió que algo se derretía en su interior. Quizás fuese la soledad que se
filtraba en su voz o la resignación que mostraban sus ojos. No podía decirlo con certeza, pero sabía que sería incapaz de regresar a su antigua vida y olvidar a este hombre. Había sido testigo de su bondad. De su dolor. Y, que Dios la ayudara, cuanto más sabía de él más lo deseaba.

Lo deseaba de un modo que iba más allá de todo razonamiento. Apenas se conocían y aún así había
un vínculo entre ellos.

Observó los atormentados ojos oscuros que la miraban con pasión y deseo. Él era lo que su madre
llamaba «la otra mitad». Ésa era la expresión que su madre usaba para describir a su padre, y Selena
para referirse a Bill.

Por primera vez en su vida, Amanda comprendía su significado. No podía dejarlo escapar ahora que
lo había encontrado.

No sin luchar.

Ajeno a los pensamientos de Amanda, Hunter se dio la vuelta y la instó a regresar a la casa. La
acompañó a una suite situada en la planta baja.

–Puedes pasar la noche aquí. Te traeré algo más cómodo para dormir.

Amanda vagó alrededor de la suntuosa habitación. La enorme cama tallada parecía recién sacada de
una antigua película. El color verde oscuro que decoraba las paredes habría hecho parecer diminuta
cualquier habitación pero, en un lugar tan espacioso, el efecto era sorprendente; le daba una apariencia cálida y acogedora.

Hunter regresó al instante con una camiseta negra y unos pantalones de deporte que se la tragarían
entera.

–Gracias –le dijo mientras cogía la ropa.

Él se quedó frente a ella, inmóvil, mirándola a los ojos.

Para sorpresa de Amanda, alzó la mano y le recorrió el mentón con un dedo, erizándole la piel con el
suave roce de la uña. Intuyó que deseaba besarla y se quedó sorprendida al comprender lo mucho que ella deseaba que lo hiciera.

Pero no la besó. Se limitó a observarla con esos voraces ojos oscuros antes de pasar el pulgar por
sus labios, obligando a Amanda a reprimir un gemido ante la arrolladora sensación que despertaban sus caricias. Y su olor. La atmósfera entre ellos estaba cargada de tensión; el deseo y la necesidad eran recíprocos y su intensidad la debilitaba y a la vez la hacía sentirse más fuerte que nunca.

Justo cuando pensaba que iba a besarla, Hunter se alejó.

–Buenas noches, Amanda.

Ella observó cómo se marchaba con el corazón en un puño.

Kyrian se maldijo a sí mismo con cada paso que lo acercaba a su despacho. Debería haberla besado.

Debería...

No. Había hecho lo correcto. No podría haber nada entre ellos. Los Cazadores Oscuros podían tener
una aventura de unas cuantas noches con una mujer, pero les estaba prohibido involucrarse en una re-
lación seria. Era demasiado arriesgado. Las mujeres se convertían, de ese modo, en objetivo de los
Daimons y debilitaban a los Cazadores, que se volvían más prudentes. Y en este trabajo, la prudencia
conducía a la muerte.

El tema nunca le había preocupado con anterioridad. Pero esa noche, el dolor era tan fuerte que casi
estaba acabando con él. Odiaba los sentimientos que estaban creciendo en su interior. Odiaba la necesidad que Amanda despertaba en él. Hacía mucho tiempo que había desterrado todas sus emociones y prefería vivir de ese modo. Era una especie de capullo que lo mantenía libre de cualquier tipo de confusión.

–Tengo que sacármela de la cabeza.

Entró en el despacho, y se conectó a la web de los Cazadores Oscuros, Dark-Hunter.com. Al instante, otros Cazadores Oscuros le abrieron unas cuantas ventanas y el icono del correo comenzó a parpadear.

La tecnología era algo maravilloso. Poder comunicarse de ese modo era un regalo de los dioses. Hacía que las largas noches fuesen más soportables y les permitía intercambiar información importante.

Se sentó en el sillón de cuero negro y abrió una de las ventanas. Era Acheron.

«Nick ha llamado. Dice que Desiderius te ha pateado el culo. ¿Estás bien?»

Kyrian apretó los dientes y tecleó la respuesta.

–Voy a matarlo por esto. Estoy bien. Desiderius se ha escondido en un refugio. ¿Qué sabes de él?

«Fue el que eliminó a Cromley hace unos años, así que te estás enfrentando a unos poderes nada
despreciables. He hablado con el Escudero de Cromley y me ha dicho que Desiderius se lo pasó en
grande volviéndolo loco. Mejor no comentar cómo lo mató. Personalmente, me gustaría que el tal D. viniera a por mí. Necesito una buena pareja de baile. Mis Daimons cojean.»

Kyrian se echó a reír ante el despliegue de humor de Ash. El hombre verdaderamente no tenía pa-
ciencia con los Daimons lerdos.

–Talon dice que usan descargas astrales. ¿Te has encontrado con algo así alguna vez?

«Si te soy sincero, en mis once mil años... joder, no. Es la primera vez. He hablado con los Oráculos
y ahora mismo están consultando a las Parcas. Pero ya sabes cómo son. Estoy seguro de que nos sal-
drán con algo como: “Cuando el cielo verde esté y el negro cubra de la tierra su faz, un ataque de los
Daimons os sorprenderá. Si queréis al que tiene el poder capturar, algo especial tenéis que hallar”, o
una porquería por el estilo. Odio a los Oráculos. Si quisiera ejercitar la mente, me compraría un Cubo de Rubik.»

–Yo no lo veo tan claro, Ash, eres un especialista en esas adivinanzas. ¿Estás seguro de que no quie-
res convertirte en Oráculo?

«Apúntate esto, General: que te jodan. Ahora, déjame trabajar. Tengo Daimons que perseguir, Ca-
zadores con los que pelearme y mujeres que seducir. Luego hablamos.»

Sin muchas ganas de mantener otra conversación, Kyrian abandonó la web y abrió el correo, pero
tampoco le apetecía leer los mensajes.

Lo que quería estaba más allá de su alcance.

En contra de su voluntad, cruzó lentamente el pasillo y descendió las escaleras. Antes de ser cons-
ciente de lo que estaba haciendo, se descubrió junto a la habitación de Amanda. Apoyó la mano sobre la oscura madera de la puerta y extendió los dedos mientras cerraba los ojos. Podía verla sentada en la cama. Se había puesto su camiseta negra, que dejaba a la vista esas largas piernas desnudas.

El fuego incendió su cuerpo, recorriéndole las venas. Sentía el dolor de Amanda por la pérdida de su
hogar; el miedo a la posibilidad de que Desiderius hiciera daño a su hermana; la preocupación por la
compañera de Tabitha, Allison.

Y, lo que era peor, percibía las lágrimas que se esforzaba por contener. Era tan fuerte, tan resuelta...

Jamás había conocido a una mujer igual.

El sueño que lo había despertado esa mañana le volvió a la mente. Aún podía sentirla entre sus bra-
zos.

«Te deseo»

Daría cualquier cosa porque esas mismas palabras fuesen una realidad y Amanda lo mirara con ga-
nas de devorarlo. En ese preciso momento, lo único que quería era tirar la puerta abajo de una patada y hacerle el amor. Sentir sus caricias. Dejar que lo abrazara.

Que le diera la bienvenida.

Pero no podía ser.

Con el corazón encogido, se obligó a marcharse. Tenía trabajo que hacer.

Amanda miró el reloj. Las doce y media. Por regla general, a esa hora estaba profundamente dormi-
da. Pero para Hunter la noche aún sería joven.

Comenzó a preguntarse qué haría él a esa hora tan temprana. Con toda seguridad, no se dedicaría
todas las noches a matar Daimons. No podría haber tantos... ¿o sí?

Antes de darse cuenta de lo que hacía, salió de la cama y comenzó a vagar por la enorme casa. No
sabía dónde estaba Hunter. No se había molestado en mostrarle su habitación cuando le enseñó la casa. Pero el instinto le decía que debía estar en la planta alta. Probablemente, tan lejos de la suya como fuese posible.

Estaba a mitad de la escalera cuando escuchó un ruido extraño en el patio. Una especie de silbido.

Dio la vuelta y se encaminó hacia la sala de juegos. No había ninguna luz encendida, pero la luna y las estrellas eran tan brillantes que podía distinguir una figura oscura en el atrio. Su primer impulso fue llamar a Hunter pero, antes de hacerlo, se detuvo.

Había algo familiar en ese perfil. Se acercó un poco más a las puertas francesas y reconoció a Hunter
y a Terminator. Llevaba una camiseta de manga corta y unos pantalones de deporte y estaba lanzando la pelota de béisbol a una especie de red que se la devolvía. En cuanto tiraba la bola, Terminator co-
menzaba a correr, persiguiéndola, para volver al instante junto a él. La escena le arrancó una sonrisa.

Hunter daba unas palmaditas al perro y volvía a lanzar la bola.

Comenzó a alejarse de allí, pero se detuvo. No podía hacerlo. En lugar de regresar a la habitación
abrió las cristaleras.

Hunter se giró de inmediato. La bola, que había olvidado al escuchar sus pasos, rebotó en la red y le
dio en la cabeza. Soltó un siseo de dolor mientras se frotaba el lugar del impacto y Terminator se marchaba en persecución de la pelota.

–¿Necesitas algo? –le preguntó con brusquedad.

Que me beses.

Amanda tragó saliva.

–Nada; no sabía dónde estabas.

–Pues ya lo sabes.

Su voz volvía a ser gélida. Éste no era el Hunter que la había acompañado hacía poco rato. El que
tenía delante era el Cazador Oscuro que había despertado en la fábrica encadenado a ella. En guardia y distante.

Y le estaba rompiendo el corazón. No se trataba de que estuviera molesto por el golpe de la bola en
la cabeza, no. Ella sabía que había vuelto a alzar las barreras. Quería mantenerla alejada.

Captando la indirecta, asintió.

–Sí, ya. Buenas noches.

Kyrian la observó mientras se alejaba. Le había hecho daño. Lo sabía, lo sentía y se odiaba a sí mis-
mo por ello.

Llámala.

¿Para qué?

Jamás podría haber algo entre ellos. Ni siquiera una simple amistad.

Apretando la mandíbula, regresó al ejercicio. Intentaría concentrarse en Desiderius. Intentaría atraer
al Daimon hasta que estuviese a su alcance.

Era inútil.

Amanda seguía con él. Era su rostro lo que veía si cerraba los ojos. Era su olor lo que respiraba. Si
no se la sacaba de la cabeza iba a acabar muerto. Y si él moría, Desiderius iría tras ella.

Volvió a arrojar la bola contra la red con un gruñido. Saltó y alzó el brazo para cogerla de nuevo pe-
ro, antes de rozarla, sintió un dolor intenso y agudo en la cabeza. Lanzó una maldición e intentó aliviar el dolor presionando la palma de la mano sobre el ojo derecho. Mientras se esforzaba por recuperarse, lo asaltó una visión.

Desiderius.

Mientras la imagen cobraba fuerza, se quedó petrificado. Con una sorprende nitidez vio cómo De-
siderius lo mataba.


Y escuchó los sollozos de Amanda.



Hola hermosos lectores! 
Tengo que disculparme porque el jueves me fue (extremadamente) imposible publicar este capítulo... pero aunque con demora aquí lo tienen y espero que lo disfruten.
Dejan sus opiniones?
Abrazos y feliz sábado!



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Graciias por dejar tus palabras, estas hacen que quiera seguir escribiendo, y que cada día le ponga más ganas!!

Gracias al blog smilersheart.blogspot.com
por esta firma :)
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