Hola a todo aquel que se tome su tiempo para pasar por este humilde rincón. En este blog, se publicarán mis fics, esos que tanto me han costado de escribir, y que tanto amo. Alguno de estos escritos, contiene escenas para mayores de 18 años, y para que no haya malentendidos ni reclamos, serán señaladas. En este blog, también colaboran otras maravillosas escritoras, que tiene mucho talento: Lap, Arancha, Yas, Mari, Flawer Cullen, Silvia y AnaLau. La mayoría de los nombres de los fics que encontraras en este blog, son propiedad de S.Meyer. Si quieres formar parte de este blog, publicando y compartiendo tu arte, envía lo que quieras a maria_213s@hotmail.com

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jueves, 24 de marzo de 2016

Los placeres de la noche * Capítulo 17

Sinopsis: Kyrian, príncipe y heredero de Tracia por nacimiento, es desheredado cuando se casa con una ex-prostituta contra los deseos de su padre. El bravo general macedonio, traicionado por la mujer a la que tanto ama, venderá su alma a Artemisa para obtener su venganza, convirtiéndose así en un cazador oscuro. Amanda Deveraux es una contable puritana que sólo ansía una vida normal. Nacida en el seno de una familia numerosa y peculiar, tanto sus ocho hermanas mayores como su madre poseen algún tipo de don, una de ellas es una importante sacerdotisa vodoo, otra es vidente, y su propia hermana gemela es una caza-vampiros. Cuando su prometido la abandona después de conocer a su familia, Amanda está más decidida que nunca a separarse de sus estrambóticos parientes. Pero todo se vuelve en su contra y, tras hacer un recado para su gemela, se despierta en un lugar extraño, atada a un ser inmortal de dos mil años y perseguida por un demonio llamado Desiderius. Por desgracia para ellos, Desiderius y sus acólitos no son el único problema que deben enfrentar. Kyrian y Amanda deben vencer ahora la conexión que los une; un vínculo tan poderoso que hará que ambos se cuestionen la conveniencia de seguir juntos. Aún más, él sigue acosado por un pasado lleno de dolor, tortura y traición que le convirtió en un hombre hastiado y desconfiado. Cuanto más descubre de su pasado, más desea Amanda ayudarle y seguir con él y darle todo el amor que merece...



La autora dice: Este libro es completamente propiedad de Sherrilyn Kenyon. Es el 4º libro de la serie Dark Hunter. Yo lo publico sin ningún tipo de interés económico, solo para que podamos disfrutar de esta increible historia.. y para que la temperatura suba!






CAPÍTULO 17

Kyrian se despertó maniatado, con las manos sobre la cabeza. Estaba de pie, sobre un muro oscuro

y húmedo en una casa desconocida. La habitación, que parecía antigua, estaba iluminada por velas cuya

luz proyectaba sombras danzarinas a su alrededor. Se escuchaban murmullos de voces. Por el aspecto

del lugar, suponía que se trataba de una vieja mansión, probablemente no muy lejos de su propia casa,

en el Garden District.

Al observar con más atención la estancia, se dio cuenta de que Amanda y Desiderius estaban muy

cerca de él. El Daimon la abrazaba por los hombros.

La incredulidad de la situación lo dejó abrumado.

Otra vez no. ¡Dioses del Olimpo! Otra vez no.

¿Cómo podía haber sido tan imbécil?

Su mente había intentado decirle que algo iba mal. Había sabido, desde un principio, que Desiderius

sería capaz de atraparla. Pero no había hecho caso de sus instintos. Había dejado que su amor por ella,

y la necesidad que despertaba en él, lo cegaran.

Cerró los ojos con fuerza.

Lo que más dolía era saber lo que el Daimon planeaba hacer con ella una vez acabara con él. Sin su

protección, Amanda estaba a merced del vampiro.

Le ocurriría lo mismo que a Theone. Cuando Valerius lo ejecutó, arrojó a su esposa a la calle dicién-
dole que no quería a una puta en la cama que, algún día, pudiera entregarlo impasiblemente a sus

enemigos.

Puesto que Theone había traicionado al líder del ejército macedonio y había sido la causante de su

derrota, le resultó imposible regresar a casa. La villa que tanto había amado había sido incendiada, sólo

quedaron los cimientos. Todas sus posesiones fueron confiscadas. Perseguida por sus compatriotas, hu-
yó de Grecia a Roma y acabó como prostituta, cayendo cada vez más bajo.

Murió, de una enfermedad venérea, apenas dos años después que él. Al final, se enfrentó al destino

que tanto había intentado evitar.

Al abrir los ojos, Kyrian miró a Amanda. Llevaba unos vaqueros y un jersey negro de cuello vuelto. El

pelo peinado hacia atrás dejaba su perfil bien a la vista. Agarraba con fuerza una muñeca.

¿Cómo había sido capaz de hacerle esto?

Pero, en ese momento, supo la verdad. Los poderes de Desiderius habían sido demasiado para ella.

A pesar de los esfuerzos de D’Alerian, el Daimon había invadido sus sueños y ahora controlaba su men-
te.

La ira le oscureció la visión. No iba a permitir que la matara. Así no. Olvidando la debilidad que lo in-
vadía, agarró las cuerdas y tiró con toda la fuerza de la que fue capaz.

–Vaya, estás despierto.

Desiderius y Amanda se acercaron hasta quedar frente a él. Con una mirada burlona, el Daimon co-
locó una mano sobre el hombro de Amanda.

–Duele, ¿no es cierto? Saber que voy a acostarme con ella antes de matarla, y que no podrás hacer

nada para detenerme.

–Vete al infierno.

Desiderius rió.

–Tú primero, comandante; tú primero. –Pasó un dedo ahusado y de aspecto diabólico por el mentón

de Amanda; no obstante, ella no reaccionó. Daba la sensación de estar sumida en una especie de tran-
ce–. La poseería delante de ti, aunque nunca me ha gustado tener espectadores. Nunca he sido tan re-
torcido. –Se rió de su propia broma.

Kyrian sintió que la cuerda cedía un tanto. Concentrándose en eso, se esforzó por soltarse.

Las ataduras volvieron a tensarse al instante.

Desiderius soltó otra carcajada.

–¿De verdad piensas que soy tan estúpido como para dejarte libre? –Dio un paso adelante y se colo-
có delante de él hasta quedar nariz con nariz–. Esta vez no correré el riesgo de que sobrevivas.

Kyrian lo miró con una sonrisa satisfecha, como si el vampiro no fuese más que un mosquito zum-
bando alrededor de su cabeza.

–¡Ooooh! Mira cómo tiemblo...

Desiderius lo observó con incredulidad.

–¿Es que no hay modo de asustarte?

Kyrian le lanzó una escueta mirada.

–Me he enfrentado a una legión romana con sólo una espada para protegerme. ¿Por qué iba a asus-
tarme un Daimon de tres al cuarto, que no pasa de ser un semidiós con complejo de inferioridad?

Desiderius siseó y le enseñó los colmillos. Agarró una ballesta que había en la mesa y la cargó con

una flecha de acero.

–Aprenderás a no burlarte de mí. Soy un enemigo demasiado poderoso.

–¿Y por qué? ¿Qué te hace tan especial?

–Mi padre es Baco. ¡Soy un dios!

Kyrian resopló. La primera regla de la guerra: haz que el enemigo pierda la paciencia. Las emociones

nublan la razón y hacen que uno cometa estupideces. De ese modo, tendría la oportunidad de liberarse

y salir de allí con Amanda.

Además, le gustaba el modo en que palpitaba esa vena en la sien de Desiderius. Era una forma de

saber que no había perdido su «toque» a la hora de burlarse del enemigo.

–Eres patético; además de un psicópata y un matón. No me extraña que papaíto no quisiera ni verte.

Desiderius chilló de furia y golpeó el rostro de Kyrian con la ballesta. El golpe le provocó un terrible

dolor. Sentía el sabor de la sangre en los labios. Se lamió el corte y chasqueó la lengua.

–No sabes nada de mi vida, Cazador Oscuro. No sabes lo que se siente cuando estás destinado a

morir desde el día que naces.

–A todos nos ocurre eso.

–Sí, claro. A los humanos con sus vidas mortales, que son tres veces más extensas que las nuestras.

¡Cómo los compadezco! –Agarró a Kyrian por la garganta y le empujó la cabeza contra la pared–. ¿Sa-
bes lo que se siente cuándo ves a la mujer que amas desintegrarse delante de tus narices? Eleanor sólo

tenía veintisiete años. ¡Veintisiete! Hice todo lo que estuvo en mis manos para salvarla. Incluso le llevé

un humano, pero se negó a quedarse con el alma que la hubiese salvado. Fue un ser puro hasta el final.

La mirada de Desiderius se ensombreció por los recuerdos.

–Era tan hermosa... tan dulce. Le supliqué a mi padre que me ayudara y él me dio la espalda. Así

que vi cómo mi bella esposa se convertía en una anciana en unas cuantas horas. Vi cómo su cuerpo en-
vejecía hasta que se desintegró entre mis brazos.

–Lo siento por ti –le dijo Kyrian en voz baja–. Pero eso no te exime de lo que has hecho.

Desiderius gritó, enfurecido.

–¿Y qué es lo que he hecho? No he hecho otra cosa que nacer dentro de una raza maldita y ver có-

mo los humanos malgastan el regalo que les ha sido concedido. Les hago un favor al matarlos. Los libe-
ro de sus insípidas y aburridas vidas. –Los ojos azules se oscurecieron peligrosamente.

»No sé si sabes que conseguí una copia de vuestro manual cuando maté a uno de tus compañeros,

hace noventa años. Lo que más me sorprendió fue la recomendación de ir siempre a por el corazón de

un Daimon; golpearlo en el lugar más vulnerable. –Apuntó a Amanda con la ballesta–. Tu corazón es

ella, ¿verdad?

Kyrian enmascaró el terror que sentía. Aunque estaba muy débil, se aferró a las cuerdas y alzó las

piernas para golpear a Desiderius con las pocas fuerzas que le quedaban antes de que pudiera hacer

daño a Amanda. El Daimon se tambaleó y la ballesta dejó de apuntarla.

–¡Corre, Amanda! –le gritó.

Ella no se movió.

Kyrian volvió a apoyarse en la pared.

–Joder, Amanda. Por favor, corre. Hazlo por mí.

Ella no parecía siquiera oírlo. Se limitaba a permanecer de pie, mirando al infinito mientras sostenía

la muñeca y le tarareaba una canción.

Desiderius soltó una carcajada y se enderezó. Lamió la sangre que le corría por el labio y miró soca-
rronamente a Kyrian.

–Es mía, Cazador. Puedes morir sabiendo que haré un buen uso de ella antes de quedarme con su

alma y con sus poderes.

Compuso una diabólica sonrisa segundos antes de disparar la flecha directa a su corazón. La fuerza

del golpe hizo que su cuerpo se aplastara contra el muro. Jadeó al sentir el dolor del acero que le desga-
rraba la carne.

El vampiro se acercó hasta que, de nuevo, estuvo delante de él. Con una mirada alegre, pasó el de-
do sobre la sangre que rodeaba la herida.

–Una pena que la sangre de los Cazadores resulte venenosa. Estoy seguro de que es más sabrosa y

espesa que la que tomo normalmente.

Kyrian apenas oía sus palabras; su corazón se esforzaba por seguir latiendo. Le zumbaban los oídos.

Era el dolor más intenso que había sufrido jamás. Con la mirada borrosa, giró la cabeza para contemplar

a Amanda por última vez.

Parecía muy pálida mientras lo miraba y, por un momento, Kyrian imaginó que lo recordaba. Que sa-
bía que estaba muriendo y que le importaba.

Si hubiese sido ella misma, habría corrido para estar a su lado. Al contrario que su esposa, habría llo-
rado al saber que iba a morir. Y, de un modo extraño, saber eso lo reconfortaba.

Desiderius se apartó de él y se acercó a Amanda para darle unos golpecitos en el hombro.

–Ve, Amanda. Dale un beso de tu despedida a tu amante.

Kyrian luchó por seguir respirando al tiempo que la veía aproximarse. Había tantas cosas que quería

decirle... tantas cosas que deseaba haberle dicho mientras ella podía escucharlo...

Al menos no moriría solo.

–Te quiero, Amanda –le susurró, deseando que, de algún modo, lo recordara más tarde y supiera

que había sido sincero.

Ella se inclinó hacia delante, con una mirada perdida, y lo besó en los labios mientras presionaba una

mano sobre su hombro. En ese momento sintió la proximidad de la muerte, la negrura que se cernía so-
bre él y, mientras moría, escuchó el murmullo de Amanda:

–Te amaré eternamente, mi guerrero oscuro.

Y, en ese instante, todo se desvaneció.

Amanda contuvo el aliento al sentir cómo el medallón se enfriaba encerrado en su mano, bajo el ves-
tido de Starla, y el calor pasaba al cuerpo de Kyrian. Le temblaba la mano esperando a que él desperta-
ra. Con cada segundo que pasaba temblaba cada vez más.

No ocurre nada... ¡Dios, no!

¡Acheron le había mentido, después de todo!

Los ojos le escocían por las lágrimas y el medallón se había enfriado hasta parecer un trozo de hielo,

antes de caer al suelo.

Y Kyrian seguía sin moverse. Seguía apoyado, inerte, sobre la pared, con el rostro ceniciento y el

cuerpo frío.

¡No!

Todo había acabado. Kyrian estaba muerto.

¡No!

La perversa risa de Desiderius resonó en las paredes de la oscura habitación, e hizo que el alma de

Amanda sollozara de angustia.

Ella también quiso morirse en ese mismo instante. Era la culpable de todo lo que había sucedido. Se

había limitado a permanecer allí quieta, viendo cómo Kyrian moría, sin hacer nada para salvarlo. Sentía

cómo el dolor le cerraba la garganta y lo único que quería hacer era gritar.

«Te quiero, Amanda».

Las últimas palabras de Kyrian la perseguirían durante toda la vida.

Sollozando, pasó los brazos alrededor del cuerpo de Kyrian y lo abrazó con fuerza, deseando que

despertara y le hablara.

Por favor, Dios mío, llévame a mí pero deja que él viva.

–¿Amanda? –la voz de Desiderius restalló con dureza, ordenándole que regresara a su lado.

Ella se aferró con más fuerza a Kyrian y apoyó la cabeza sobre su pecho, junto a la flecha, deseando

poder darle su propia vida.

Se quedó helada al escuchar algo. Un sonido muy débil que la hizo volar.

Los latidos del corazón de Kyrian.

Se echó hacia atrás y vio cómo parpadeaba.

Kyrian contempló los ojos azul oscuro de Amanda, brillantes por las lágrimas. Ya no tenían una mira-
da vacía, al contrario, lo miraban fijamente con una expresión decidida. Y con amor.

Su rostro se suavizó mientras le pasaba una mano por el pecho y la flecha salía disparada.

Y, entonces, Kyrian supo que no lo había traicionado. Lo había liberado.

–Has recuperado tu alma, Kyrian de Tracia –murmuró, al tiempo que las cuerdas que le aprisionaban

las muñecas se desataban–. Ahora, vamos a hacer que este cabrón pague por lo que ha hecho.

Desiderius gritó de furia al darse cuenta de lo que sucedía.

Kyrian ya no tenía sus poderes de Cazador Oscuro, pero le daba igual. Por primera vez en dos mil

años, tenía su alma y esa sensación, sumada a la certeza de que Amanda no lo había traicionado, le da-
ba fuerzas.

Desiderius podía darse por muerto.

El vampiro corrió hacia la puerta pero, antes de que llegara, ésta se cerró con un portazo.

–No quiero que te vayas tan pronto de la fiesta –le dijo Amanda–. No después de todas las molestias

que te has tomado para traernos aquí.

–¿Amanda? –la increpó Kyrian, inseguro.

Ella lo miró. Sus ojos lanzaban unos tenues destellos que le recordaban a los de Acheron.

–Desiderius ha liberado mis poderes –le dijo en voz baja–. Pensó en usar la telequinesia y la telepa-
tía para sí mismo. –Miró al Daimon y le sonrió–. Sorpresa. Al liberarlos perdiste el control de mi mente.

Desiderius forcejeó para abrir la puerta.

Kyrian fue a por él, cual pantera hambrienta tras su presa.

–¿Qué te pasa, Desiderius? ¿Te asusta una simple mortal?

El vampiro se dio la vuelta con un gruñido.

–Puedo vencerte. Soy un dios.

–Entonces, hazlo.

Desiderius lanzó una maldición y se abalanzó sobre él. Lo cogió por la cintura y lo lanzó contra la pa-
red antes de abrir la boca para morderle el cuello.

–¡Y una mierda! –masculló Kyrian–. No vayas a creer que he recuperado mi alma para que ahora te

quedes con ella. –Y, acto seguido, le dio una patada en la ingle.

Desiderius se alejó de él, tambaleándose.

–¡Kyrian!

Al girarse, vio que Amanda tenía su espada y se la lanzaba.

Extendió la hoja y fue tras Desiderius. El Daimon esquivó el ataque y alzó la mano para lanzarse una

descarga astral. Kyrian soltó una maldición cuando la descarga lo hirió en el pecho, justo en el mismo

lugar donde la flecha lo había atravesado. Retrocedió a punto de caer al suelo.

Vaya si dolía.

Atontado, se dio cuenta de que no sería capaz de defenderse del ataque de Desiderius. Lo único que

hizo fue encogerse, en espera del golpe.

Pero éste no llegó.

Amanda acababa de herir a Desiderius con una descarga de su propia cosecha.

Kyrian la miró con el ceño fruncido.

–Nena, ¿me dejas que me encargue de esto, por favor?

Ella lo miró, haciendo un mohín.

–Sólo intentaba ayudar. Además, ¿es que no estás ya lo bastante magullado?

Amanda contuvo el aliento mientras los veía luchar. Aun débil, Kyrian era sorprendente. Saltó sobre

Desiderius y volvió a coger la espada. El Daimon cogió una que había sobre la mesa y la blandió contra

él. El sonido del acero reverberaba en la estancia cada vez que las espadas se encontraban.

–Vamos, cariño –susurró, agarrando la muñeca con fuerza.

Kyrian ganaría. Tenía que ganar. Ella no había pasado por semejante infierno como para verlo morir

después.

Mientras los observaba luchar, se dio cuenta que el sol estaba saliendo. La luz comenzaba a filtrarse

a través de las ventanas cerradas. Desiderius también se percató y soltó una maldición. Atacó a Kyrian

con un movimiento ascendente de la espada que lo dejó desarmado.

Amanda se quedó helada.

El Daimon sonrió y comenzó a alejar a Kyrian, muy despacio, del lugar donde había caído su espada.

–Sólo te diré una cosa –le dijo con entonación perversa–, ¿por qué no le das recuerdos a Hades de

mi parte?

–¡Kyrian!

Se dio la vuelta y vio que Amanda le lanzaba la muñeca. La cogió instintivamente y soltó un taco

cuando las hojas ocultas en los pies de la Barbie le hirieron la mano.

En su rostro apareció una sonrisa.

Con una carcajada, se agachó para esquivar el golpe de Desiderius y hundió las hojas de la muñeca

justo en el corazón del Daimon.

–Dáselos tú mismo –le contestó, observando a Desiderius, que lo miraba boquiabierto.

El tiempo se detuvo sin que ninguno de los dos desviara la mirada. Por el rostro del vampiro desfila-
ron multitud de emociones: incredulidad, miedo, ira... y dolor.

Y entonces, en un abrir y cerrar de ojos, Desiderius se desintegró.

Kyrian y Amanda se quedaron petrificados al comprender la enormidad de lo sucedido.

Todo se había acabado. Desiderius estaba muerto. Tabitha y Amanda estaban a salvo.

Kyrian tenía su alma.

Y la mujer que amaba le había salvado la vida.

Con el corazón en la garganta, Kyrian dejó caer la muñeca al suelo y se acercó a Amanda.

–Eres una actriz consumada.

–No. Estaba aterrorizada. –Le pasó la mano por el pecho sin poder evitar que temblara–. Estuve a

punto de gritar cuando disparó la flecha. No puedes imaginarte lo duro que fue. Acheron me dijo que

tenías que morir para poder ser libre y sabía que yo no sería capaz de matarte. Sabía que la única opor-
tunidad que teníamos era dejar que Desiderius lo hiciera por mí.

Kyrian la tomó de la mano y, cuando sus dedos le acariciaron la palma, notó la quemadura. Le giró la

mano y vio que tenía los símbolos del medallón grabados a fuego en la piel.

–Ha debido ser espantoso.

–Estoy bien.

Él se aclaró la garganta al escuchar el tono indiferente con el que lo había dicho. ¿Por qué le restaba

importancia a lo que había hecho por él? Arqueó una ceja, sin poder creérselo. Se había destrozado la

mano por salvarlo.

–Tendrás una cicatriz para toda la vida.

–No –le contestó con una sonrisa–. Creo que es lo más hermoso que he visto en la vida. –Se inclinó

hacia delante y le susurró al oído–: Después de ti, claro.

Él le tomó el rostro con las manos y la besó.

–Gracias, Amanda.

Mientras lo miraba, la alegría se desvaneció de su rostro y, en su lugar, apareció una expresión te-
merosa.

–Julian y Acheron me dijeron que podías convocar a Artemisa y devolverle tu alma si querías.

–¿Y por qué iba a querer hacer eso?

Ella se encogió de hombros.

–Eres un Cazador Oscuro.

Él le dio un ligero beso en los labios.

–Lo que soy es un hombre enamorado de una mujer. Te quiero, Amanda. Para el resto de mi dicho-
samente corta vida como mortal. Quiero despertarme al amanecer contigo en los brazos y ver cómo

nuestros hijos juegan y se pelean. ¡Coño! Hasta quiero ver cómo me replican.

Ella le sonrió.

–¿Estás seguro?

–Nunca he estado tan seguro de algo.

Ella lo cogió de la mano y lo guió hasta salir de la habitación.

Petrificado, se detuvo al contemplar los primeros rayos del sol iluminando la sala de estar. Por cos-
tumbre, retrocedió nada más verlos.

Pero la brillante luz no le hacía daño en los ojos. Ni le quemaba la piel.

Apretando con más fuerza la mano de Amanda, se obligó a seguir caminando hasta atravesar la

puerta.

Y, por primera vez en dos mil años, caminó bajo la luz del día. La sensación del sol sobre la piel era

increíble. La calidez; la brisa del amanecer provocándole un ligero escalofrío. Con el corazón latiéndole

en los oídos, alzó la vista y contempló el cielo, de un azul pálido, surcado por unas nubecillas blancas.

Era un día glorioso.

Y se lo debía a Amanda.

Tiró de ella para estrecharla entre sus brazos y la apretó con fuerza.

–Salve Apolo –susurró.

Amanda sonrió mientras lo abrazaba con ternura.

–No. ¡Salve Afrodita!

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