Hola a todo aquel que se tome su tiempo para pasar por este humilde rincón. En este blog, se publicarán mis fics, esos que tanto me han costado de escribir, y que tanto amo. Alguno de estos escritos, contiene escenas para mayores de 18 años, y para que no haya malentendidos ni reclamos, serán señaladas. En este blog, también colaboran otras maravillosas escritoras, que tiene mucho talento: Lap, Arancha, Yas, Mari, Flawer Cullen, Silvia y AnaLau. La mayoría de los nombres de los fics que encontraras en este blog, son propiedad de S.Meyer. Si quieres formar parte de este blog, publicando y compartiendo tu arte, envía lo que quieras a maria_213s@hotmail.com

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jueves, 21 de enero de 2016

Los placeres de la noche * Capítulo 8

Sinopsis: Kyrian, príncipe y heredero de Tracia por nacimiento, es desheredado cuando se casa con una ex-prostituta contra los deseos de su padre. El bravo general macedonio, traicionado por la mujer a la que tanto ama, venderá su alma a Artemisa para obtener su venganza, convirtiéndose así en un cazador oscuro. Amanda Deveraux es una contable puritana que sólo ansía una vida normal. Nacida en el seno de una familia numerosa y peculiar, tanto sus ocho hermanas mayores como su madre poseen algún tipo de don, una de ellas es una importante sacerdotisa vodoo, otra es vidente, y su propia hermana gemela es una caza-vampiros. Cuando su prometido la abandona después de conocer a su familia, Amanda está más decidida que nunca a separarse de sus estrambóticos parientes. Pero todo se vuelve en su contra y, tras hacer un recado para su gemela, se despierta en un lugar extraño, atada a un ser inmortal de dos mil años y perseguida por un demonio llamado Desiderius. Por desgracia para ellos, Desiderius y sus acólitos no son el único problema que deben enfrentar. Kyrian y Amanda deben vencer ahora la conexión que los une; un vínculo tan poderoso que hará que ambos se cuestionen la conveniencia de seguir juntos. Aún más, él sigue acosado por un pasado lleno de dolor, tortura y traición que le convirtió en un hombre hastiado y desconfiado. Cuanto más descubre de su pasado, más desea Amanda ayudarle y seguir con él y darle todo el amor que merece...



La autora dice: Este libro es completamente propiedad de Sherrilyn Kenyon. Es el 4º libro de la serie Dark Hunter. Yo lo publico sin ningún tipo de interés económico, solo para que podamos disfrutar de esta increible historia.. y para que la temperatura suba!






CAPÍTULO 8

Cuando consiguió dormirse, sus sueños se convirtieron en un calidoscopio de imágenes confusas sin orden ni concierto. Rostros y lugares giraban y desaparecían en su mente, hasta que sintió que el torbe-
llino la arrastraba.

Pasaron unos minutos hasta que todo se tranquilizó y Amanda consiguió ver las imágenes con clari-
dad. Unas personas desconocidas la saludaban al pasar junto a ellas. Todo era increíblemente real; pa-
recía un recuerdo olvidado, más que un simple sueño. Incluso conocía los nombres de todos esos hom-bres sin haberlos visto antes. Sabía cosas sobre ellos de las que sólo un amigo podría estar al tanto.

Escuchó las risas de los soldados entregados a la celebración de la victoria y sintió una curiosa mez-
cla de alegría y tristeza cuando llegó a una tienda de color rojo desvaído, donde estaban reunidos un
buen número de ellos, pertrechados con antiguas armaduras.

–Has estado brillante –le dijo un veterano soldado dándole una palmada en la espalda.

Ella lo reconoció como su lugarteniente. Un hombre en el que podía confiar y que la idolatraba. Dimi-
tri siempre había buscado su consejo y su fuerza. Tenía una herida abierta en el lado izquierdo de la ca-
ra, pero los cansados ojos grises resplandecían. Aunque tenía la armadura cubierta de sangre, no pare-
cía estar herido de gravedad.

–Es una lástima que Julian no esté aquí para ver esta victoria. Habría estado muy orgulloso de ti,
comandante. Toda Roma debe estar llorando.

En ese momento Amanda se dio cuenta de que no era ella la que estaba soñando. Era Kyrian...

El rostro de Kyrian estaba manchado de sangre, sudor y polvo; el cabello, largo y sujeto con una tira
de cuero, no tenía mejor aspecto. De la sien izquierda caían tres finas trenzas hasta la mitad del pecho.

Era un hombre absolutamente devastador y completamente humano. Sus ojos, de un profundo color
verde, resplandecían por la victoria. Su porte era el de un hombre sin igual, un hombre cuyo destino era
la gloria.

Kyrian alzó la copa de vino y se dirigió a los hombres reunidos en su tienda.

–Dedico esta victoria a Julian de Macedonia. Donde quiera que se encuentre, sé que, en estos mo-
mentos, se estará riendo por la derrota de Escipión.

Los hombres le respondieron con un clamoroso rugido.

Kyrian dio un sorbo al vino y miró al veterano soldado que estaba a su lado.

–Es una pena que Valerius no estuviese con Escipión. Estaba deseando enfrentarme con él. Pero no
importa. –Alzando la voz para que todos los presentes pudieran escucharlo continuó–: Mañana marcha-
remos sobre Roma y pondremos a esa puta de rodillas.

Todos gritaron su aprobación.

–En el campo de batalla, con la espada en la mano, eres invencible –le dijo su lugarteniente, con un
tono de voz que delataba su admiración–. Mañana a esta hora serás el gobernador del mundo conocido.

Kyrian meneó la cabeza, expresando su negativa.

–Andriscus será mañana el gobernador de Roma, no yo.

El hombre pareció horrorizado; se inclinó hacia Kyrian y le habló en voz baja, de modo que nadie
más lo escuchara.

–Hay quienes piensan que es débil; los mismos que te apoyarían si...

–No, Dimitri –lo interrumpió de forma educada–. Aprecio el gesto, pero he jurado poner mi ejército a
disposición de Andriscus y así será hasta el día que muera. Jamás lo traicionaré.

La expresión del rostro de Dimitri dejó clara la confusión que sentía. No estaba muy seguro de si de-
bía aplaudir la lealtad de su Comandante o maldecirlo por ella.

–No conozco a ningún otro hombre que dejase pasar la oportunidad de gobernar el mundo.

Kyrian soltó una carcajada.

–Los reinos y los imperios no dan la felicidad, Dimitri. Es el amor de una buena mujer y de unos hijos

lo que hacen a un hombre feliz.

–Y la victoria –añadió Dimitri.

La sonrisa de Kyrian se ensanchó.

–Esta noche, al menos, parece que es cierto.

–¿Comandante?

Kyrian se giró al escuchar que alguien lo llamaba y vio a un hombre que se abría camino entre los

congregados en la tienda. El soldado le tendió un pergamino sellado.

–Un correo trajo esto. Lo llevaba un mensajero romano que fue apresado esta mañana.

Al cogerlo, Kyrian observó el sello de Valerius el Joven. Lo abrió con curiosidad y lo leyó. Con cada

nueva palabra, sentía que su pánico aumentaba. El corazón comenzó a latirle con más fuerza.

–¡Mi caballo! –gritó mientras salía corriendo de la atestada tienda–. Traed mi caballo.

–¿Comandante?

Kyrian se dio la vuelta para mirar a su lugarteniente, que lo había seguido. El hombre fruncía el ce-

ño, visiblemente preocupado.

–Dimitri, quédate al mando hasta que regrese. Que el ejército se repliegue de nuevo hacia las coli-
nas, lejos de los romanos, hasta nueva orden. Si no estoy de regreso en una semana, dirígete con todo

el grueso de la tropa a Punjara y únete a Jasón.

–¿Estás seguro?

–Sí.

En ese momento llegó un muchacho, tirando de las riendas del semental negro de Kyrian. Con el co-
razón desbocado, lo montó de un salto.

–¿Dónde vas? –le preguntó Dimitri.

–Valerius se dirige a mi villa. Tengo que llegar antes que él.

El hombre agarró las riendas, horrorizado.

–No puedes enfrentarte a él tú solo.

–No puedo perder tiempo esperando a que alguien me acompañe. Mi esposa está en peligro. No va-
cilaré. –Y dándole la orden a su montura, atravesó el campamento a todo galope.

Amanda se agitaba en la cama al tiempo que sentía el creciente pánico de Kyrian.

Necesitaba proteger a su esposa a toda costa. Los días pasaban uno tras otro y él seguía cabalgando

velozmente, cambiando de montura cada vez que llegaba a un pueblo. No se detuvo a comer ni a dor-
mir. Parecía que un demonio lo hubiese poseído y un solo pensamiento ocupaba su mente: Theone.

Theone. Theone.

Llegó a su casa en mitad de la noche. Exhausto y aterrorizado, bajó de un salto del caballo y golpeó

con fuerza las puertas de la villa para que lo dejaran entrar.

Un hombre mayor abrió las pesadas puertas de madera.

–¿Su Alteza? –preguntó el sirviente, incrédulo.

Kyrian entró, dejando atrás al hombre mientras recorría con la mirada el vestíbulo, en busca de al-
guna señal del enemigo. No encontró nada fuera de lo normal. Pero seguía intranquilo. Aún no podía re-
lajarse. No se calmaría hasta que no viese a su esposa con sus propios ojos.

–¿Dónde está mi esposa?

El viejo sirviente pareció confundido por la pregunta. Abrió y cerró la boca, como un pez fuera del

agua, antes de hablar.

–En el lecho, Alteza.

Cansado, débil y muerto de hambre, Kyrian se apresuró a cruzar el largo pasillo porticado que con-
ducía a la parte trasera de la villa.

–¿Theone? –la llamó mientras corría, desesperado por verla.

Una puerta se abrió al final del pasillo. Una mujer rubia y menuda, increíblemente hermosa, salió de

la habitación, cerró la puerta a sus espaldas y miró a Kyrian de arriba abajo con una mirada gélida, es-
tudiando su desaliño.

Estaba sana y salva. Y era la imagen más hermosa que sus ojos habían contemplado jamás. Las me-
jillas le brillaban con un rubor rosado y sus largos mechones rubios caían desordenados a ambos lados

del rostro. Había envuelto su cuerpo desnudo con una fina sábana blanca que sujetaba con las manos.

–¿Kyrian? –preguntó, con voz airada.

El alivio lo inundó a la vez que se le llenaban los ojos de lágrimas. ¡Estaba viva! Gracias a los dioses.

Parpadeando para evitar el llanto, la estrechó entre sus brazos y la sostuvo con fuerza. Jamás había es-
tado más agradecido a las Parcas por su misericordia.

–Kyrian –masculló ella, forcejeando para librarse de su abrazo–. Bájame. Hueles tan mal que apenas

puedo respirar. ¿Tienes la más ligera idea de lo tarde que es?

–Sí –le contestó, intentando aflojar el nudo que sentía en la garganta y dejando que la alegría lo

inundara. La dejó en el suelo y le tomó el rostro entre las manos. Estaba tan cansado que apenas si po-
día mantenerse en pie ni pensar, pero no pensaba dormir. No hasta que ella estuviese a salvo–. Y debo

llevarte lejos de aquí. Vístete.

Ella lo miró, frunciendo el ceño.

–¿Llevarme a dónde?

–A Tracia.

–¿A Tracia? –repitió, incrédula–. ¿Te has vuelto loco?

–No. Me ha llegado la información de que los romanos se encaminan hacia aquí. Voy a llevarte a ca-
sa de mi padre para ponerte a salvo. ¡Apresúrate!

Pero no se movió. En lugar de hacerlo, su rostro se ensombreció y los ojos grises chispearon de fu-
ria.

–¿Con tu padre? Hace siete años que no hablas con él, ¿qué te hace pensar que va a acogerme aho-
ra?

–Mi padre me perdonará si se lo pido.

–Tu padre nos echará de su casa a los dos; lo dijo de un modo bastante público. Ya me han aver-
gonzado demasiadas veces en mi vida; no necesito oír cómo me llaman puta en mi propia cara. Además,

no quiero abandonar mi villa. Me gusta vivir aquí.

Kyrian hizo oído sordos a sus palabras.

–Mi padre me quiere y hará lo que yo le pida. Ya lo verás. Ahora, vístete.

Ella miró detrás de Kyrian.

–¿Polydus? –llamó al anciano sirviente que había estado esperando tras Kyrian todo el tiempo–. Pre-
para un baño para el señor y tráele comida y vino.

–Theone...

Ella lo detuvo, tapándole la boca con la palma de la mano.

–Shhh, mi señor. Es más de medianoche. Tienes un aspecto espantoso y hueles aún peor. Déjame

lavarte, alimentarte y prepararlo todo para que duermas y, después, por la mañana, discutiremos lo que

es preciso hacer para protegerme.

–Pero los romanos...

–¿Te has cruzado con alguno de camino hacia aquí?

–Bueno... no.

–Entonces, de momento no hay peligro, ¿o sí?

Demasiado cansado para discutir, le dio la razón.

–Supongo que no.

–Ven, acompáñame. –Lo tomó de la mano y lo llevó hasta una pequeña estancia situada a un lado del pasillo principal.

Amanda vio una habitación iluminada por la luz de las velas y con una pequeña chimenea. Kyrian es-
taba recostado en una bañera dorada mientras su esposa lo bañaba.

Atrapó una de las manos de Theone y la acercó a su mejilla, ensombrecida por la barba.

–No sabes cuánto te he echado de menos. Nada me reconforta más que tus caricias.

Ella le ofreció una copa de vino con una sonrisa que no le llegó a los ojos.

–He oído que has arrebatado Tesalia a los romanos.

–Sí. Valerius estaba furioso. Estoy impaciente por marchar sobre Roma. Y lo conseguiré, recuerda lo

que te digo.

Vació la copa de un trago y la dejó a un lado. Con el cuerpo enfebrecido, atrapó a su mujer y la me-
tió en la bañera con él.

–¡Kyrian! –jadeó ella.

–Shhh –susurró él sobre sus labios–. ¿No vas a darme un beso?

Ella consintió, pero sin mostrarse muy receptiva. Kyrian lo notó de inmediato.

–¿Qué ocurre, amor mío? –le preguntó, echándose hacia atrás–. Esta noche pareces muy distante,

como si tus pensamientos estuvieran en otro lugar.

El rostro de Theone se suavizó antes de colocarse a horcajadas sobre él e introducirse su miembro.

–No estoy distante. Estoy cansada.

Él sonrió y gimió cuando ella comenzó a moverse.

–Perdóname por haberte despertado. Sólo quería saber que estabas bien. No podría seguir viviendo

si algo te sucediera –le dijo tomándole el rostro con ambas manos y acariciándole las mejillas con los

pulgares–. Siempre te amaré, Theone. Eres el aire que respiro.

La besó para saborearla por completo.

Ella pareció relajarse un poco entre sus brazos mientras seguía montándolo. Su mirada jamás se

apartaba de él, como si estuviese esperando algo...

Tan pronto como alcanzó el clímax, Kyrian se echó hacia atrás y la observó. Se sentía tan débil como

un recién nacido, pero estaba en casa y su esposa le daba fuerzas. Estaba a salvo. En cuanto ese pen-
samiento cruzó su mente comenzó a escuchar un extraño zumbido y todo empezó a darle vueltas. Com-
prendió al instante lo que su esposa había hecho.

–¿Veneno? –masculló.

Theone se apartó de él y salió de la bañera. Se envolvió con rapidez en una toalla y le contestó.

–No.

Intentó salir de la bañera, pero estaba demasiado mareado y volvió a caer al agua. Le costaba traba-
jo respirar y apenas si podía hilar dos pensamientos seguidos con la mente tan embotada. Lo único que

tenía claro era que la mujer que amaba lo había traicionado. La misma mujer a cuyos pies había puesto

el mundo.

–Theone, ¿qué me has hecho?

Ella alzó la barbilla y lo contempló con frialdad.

–Lo que tú no eres capaz de hacer. Asegurar mi porvenir. Roma es el futuro, Kyrian, no Andriscus.

Jamás sobrevivirá para ascender al trono de Macedonia.

La oscuridad lo engulló.

Amanda gruñó al sentir un lacerante dolor en la cabeza. Cuando la luz regresó, encontró a Kyrian

tumbado desnudo sobre una fría losa de piedra, inclinada en un ángulo de cuarenta y cinco grados.

Tenía los brazos y las piernas atados con cuerdas a unos tornos. Estaba observando una vieja mesa,
dispuesta al otro lado de la habitación, sobre la que se habían desplegado toda clase de instrumentos de

tortura. Dándole la espalda a Kyrian y estudiando con atención los artefactos, había un hombre alto, de

pelo oscuro.

Se sentía solo, indefenso y traicionado. Sentimientos aterradores para alguien que jamás había sido

vulnerable.

La temperatura de la habitación era sofocante debido al fuego que crepitaba en la chimenea. De al-
gún modo, Amanda supo que era verano. Las ventanas estaban abiertas y la suave brisa del Mediterrá-

neo refrescaba la habitación y traía el aroma del mar y de las flores. Kyrian escuchó las risas en el exte-
rior y se le hizo un nudo en el estómago.

Era un día demasiado hermoso para morir.

El hombre que estaba junto a la mesa ladeó la cabeza. Se giró abruptamente y lo miró con furia.

Aunque era increíblemente apuesto, su rostro estaba contorsionado por la ira, restándole parte de su

belleza. Sus ojos eran crueles y brillantes, semejantes a los de una víbora. Vacíos, calculadores y caren-
tes de compasión.

–Kyrian de Tracia –dijo con una perversa sonrisa–. Por fin nos conocemos. Aunque supongo que esto

no cuadra exactamente con tus planes, ¿no es cierto?

–Valerius –masculló tan pronto como vio el emblema que colgaba de la pared, sobre el hombro de su

captor. Reconocería el águila en cualquier parte.

La sonrisa del romano se ensanchó mientras cruzaba la habitación. Su rostro no mostraba el más

mínimo asomo de respeto. Sólo presunción. Sin pronunciar una sola palabra más, comenzó a girar la

manivela de los tornos a los que estaban unidas las cuerdas. Al estirarse, los músculos de Kyrian se ten-
saron también y los tendones comenzaron a desgarrase al mismo tiempo que las articulaciones se des-
encajaban.

Kyrian apretó los dientes y cerró los ojos ante la agonía que su cuerpo padecía.

Valerius soltó una carcajada y volvió a girar la manivela.

–Eso está bien, eres fuerte. Me resulta odioso torturar a esos jovenzuelos que no paran de llorar y de

gritar. Le resta diversión.

Kyrian no contestó.

Tras asegurar la manivela de modo que el cuerpo de Kyrian se mantuviera dolorosamente estirado,

Valerius se acercó a la mesa de los artilugios y cogió una pesada maza de hierro.

–Puesto que eres nuevo en estos lares, permíteme que te muestre cómo tratamos los romanos a

nuestros enemigos... –regresó junto a él con una insultante sonrisa de satisfacción en el rostro–. En pri-
mer lugar, les rompemos las rodillas. De este modo, sé que no cederán a la tentación de escapar a mi

hospitalidad hasta que sea yo quien decida si están preparados para marcharse.

Con esas palabras, golpeó la rodilla izquierda de Kyrian, destrozando la articulación al instante. Un

dolor inimaginable lo recorrió. Mordiéndose los labios para no gritar, se sujetó con fuerza a las cuerdas

que le rodeaban las muñecas. La sangre se deslizaba, en un cálido reguero, por sus antebrazos.

Una vez hubo roto la otra rodilla, Valerius cogió un hierro candente del fuego y se lo acercó.

–Sólo tengo una pregunta que hacerte. ¿Dónde está tu ejército?

Kyrian lo miró con los ojos entrecerrados, pero no le dijo nada.

El romano le colocó el hierro sobre la cara interna del muslo.

Amanda perdió la cuenta de todas las heridas que Kyrian sufrió a manos del tal Valerius. Hora tras

hora, día tras día, la tortura continuaba con renovado vigor. Resultaba increíble que una persona pudie-
ra continuar viviendo entre tanto sufrimiento. Jadeó al sentir que arrojaban agua fría al rostro de Kyrian.

–No creas que voy a permitir que pierdas el conocimiento para escapar de mí. Y tampoco voy a de-
jarte morir de hambre hasta que me venga en gana.

Valerius lo agarró del pelo y le echó la cabeza hacia atrás con crueldad para meterle algo líquido en
la boca. Kyrian siseó cuando el caldo salado cayó sobre las heridas que tenía en las mejillas y en los la-
bios. Estuvo a punto de ahogarse, pero su captor continuó haciéndolo tragar.

–Bebe, maldito seas –masculló Valerius–. ¡Bebe!

Kyrian volvió a desmayarse y de nuevo el agua fría lo despertó.

Días y noches se mezclaban al tiempo que el romano continuaba con la tortura sin la más mínima

compasión. Y siempre la misma pregunta.

–¿Dónde está tu ejército?

Kyrian jamás pronunciaba una sola palabra. Tampoco gritaba. Mantenía las mandíbulas apretadas

con tanta fuerza que Valerius tenía que abrirle la boca a la fuerza para darle de comer.

–Comandante Valerius –lo llamó un soldado, entrando a la estancia mientras el general tensaba las

cuerdas de nuevo–. Perdón por la interrupción, señor, pero ha llegado un emisario de Tracia que pide

audiencia.

El corazón de Kyrian estuvo a punto de dejar de latir. Por primera vez desde hacía semanas sintió un

rayo de esperanza y la alegría lo traspasó.

Su padre...

Valerius arqueó una ceja y miró con curiosidad a su subordinado.

–Esto va a ser muy entretenido. ¡Claro que sí! Lo atenderé.

El soldado se esfumó.

Unos minutos después, un hombre mayor, muy bien vestido, entró en la habitación tras dos soldados

romanos. El recién llegado se parecía tanto a Kyrian que, por un momento, Amanda creyó que se trata-
ba de su padre.

No bien el hombre estuvo lo suficientemente cerca como para reconocer a un sangriento y destroza-
do Kyrian, soltó un jadeo de incredulidad. Olvidando toda dignidad, su tío corrió a su lado.

–¿Kyrian? –balbució, aún incrédulo, tocando con precaución el brazo roto de su sobrino. Los ojos

azules mostraban su dolor y su preocupación–. ¡Por Zeus! ¿Qué te han hecho?

Amanda sintió la vergüenza de Kyrian y el dolor que le producía ser testigo del sufrimiento de Zetes.

Sintió la necesidad de aliviar la culpa que reflejaban los ojos del anciano y el impulso de suplicarle el

perdón de su padre.

Pero cuando abrió la boca, tan sólo salió un gemido ronco. Estaba tan malherido que los dientes le

castañeteaban debido a la intensidad del dolor que padecía. Tenía la garganta tan dolorida y seca que le

costaba trabajo respirar pero, por pura fuerza de voluntad, consiguió hablar con voz trémula.

–Tío.

–Vaya, ¿será posible que realmente pueda hablar? –preguntó Valerius acercándose a ellos–. No ha

dicho nada en cuatro semanas. Nada más que esto...

Y acercó de nuevo el hierro candente al muslo. Apretando los dientes, Kyrian siseó y dio un respingo.

–¡Basta! –gritó Zetes, apartando al romano de un empujón.

Con mucho cuidado, tomó el rostro de su sobrino en las manos mientras las lágrimas le caían por las

mejillas al intentar limpiar la sangre de los labios hinchados de Kyrian.

Alzó la mirada hacia Valerius.

–Tengo diez carros de oro y joyas. Su padre promete aún más si lo liberas. Estoy autorizado a pre-
sentarte la rendición de Tracia. Y su hermana, la princesa Althea, se ofrece como tu esclava personal. Lo

único que tienes que hacer es dejar que me lo lleve a casa.

¡No!

Amanda escuchó el gritó de Kyrian, pero en realidad ningún sonido había salido de su garganta.

–Es posible que permita que te lo lleves a casa... una vez lo ejecute.


–¡No! –exclamó Zetes–. Es un príncipe y tú...

–No es ningún príncipe. Todo el mundo sabe que fue desheredado. Su padre hizo pública su deci-
sión.

–La ha revocado –insistió Zetes, antes de volver a mirar a Kyrian con cariño–. Quiere que sepas que

nada de lo que te dijo era cierto, que debería haberte escuchado y confiado en ti en lugar de actuar co-
mo un imbécil, tonto y ciego. Tu padre te ama, Kyrian. Lo único que quiere es que regreses a casa para

poder daros la bienvenida, a ti y a Theone, con los brazos abiertos. Te pide que lo perdones.

Las últimas palabras le quemaron más que los hierros candentes de Valerius. No era su padre el que

debía implorar perdón. No era su padre el único que había actuado como un imbécil. Había sido él quien

se había mostrado cruel con un hombre que jamás había hecho otra cosa más que amarlo. Era tan dolo-
roso que no podía pensarlo. Que los dioses se apiadaran de ambos, porque los argumentos de su padre

habían resultado ser ciertos.

Zetes echó un vistazo a Valerius.

–Te dará cualquier cosa a cambio de la vida de su hijo. ¡Cualquier cosa!

–Cualquier cosa... –repitió el romano–. Una oferta muy tentadora, pero ¿no sería muy estúpido de mi

parte liberar al hombre que ha estado a punto de derrotarnos? –preguntó mirando con furia a Zetes–.

Jamás. –Sacó la daga de su cinturón, agarró con rudeza las tres trenzas que proclamaban que Kyrian

era comandante y las cortó–. Aquí tienes –dijo ofreciéndoselas a Zetes–. Llévaselas a su padre y dile que

eso es lo único que le devolveré de su hijo.

–¡No!

–Guardias, aseguraos de que Su Alteza se marcha.

Kyrian observó como agarraban a su tío y lo sacaban a la fuerza de la habitación.

–¡Kyrian!

Kyrian forcejeó contra las cuerdas, pero estaba tan malherido y mutilado que lo único que consiguió

fue hacerse aún más daño. Quería llamar a Zetes para que regresara, tenía que decirle lo arrepentido

que estaba por todo lo que les había dicho a sus padres.

No permitas que muera sin que lo sepan.

–¡No puedes hacer esto! –gritó Zetes un momento antes de que las puertas se cerraran con un golpe

seco, sofocando su voz.

Valerius llamó a su sirviente.

–Trae a mi concubina.

Tan pronto el criado se marchó, el romano se acercó a Kyrian y suspiró, como si estuviese muy de-
silusionado.

–Parece que nuestro tiempo de compañía llega a su fin. Si tu padre está tan desesperado por tu re-
greso, es tan sólo cuestión de tiempo que reúna su ejército para marchar contra mí. Obviamente, no

puedo permitir que tenga oportunidad de rescatarte, ¿no crees?

Kyrian cerró los ojos y apartó la cabeza para no ver la expresión triunfal de Valerius. En su mente

volvió a contemplar a su padre, aquel último y aciago día, cuando los dos se enfrentaron en la sala del

trono. Julian había bautizado aquel momento como «el día del Duelo de los Titanes». Ninguno de los

dos, ni él ni su padre, habían estado dispuestos a escuchar al otro, ni a ceder.

Escuchó de nuevo las palabras que dijera a su padre. Palabras que ningún hijo debía decirle a un

padre. El sufrimiento era mil veces más intenso que el que provocaban las torturas de Valerius.

Mientras recordaba con pesar sus pasadas acciones, las puertas de la estancia se abrieron y entró

Theone. Cruzó la habitación con la cabeza bien alta, como una reina ante su corte, y se detuvo junto a

Valerius, mirándolo con una sonrisa cálida e incitante.

Kyrian la contempló mientras la magnitud de la traición de su mujer se abría camino en su mente.

Que sea una pesadilla. Por favor, Zeus, no permitas que esto sea real.

Era más de lo que su mutilado cuerpo y su alma podían soportar.

–¿Sabes Kyrian? –le dijo el romano, con un brazo sobre los hombros de Theone al tiempo que le

mordisqueaba el cuello–. Alabo tu gusto para elegir esposa. Es excepcional en la cama, ¿verdad?

Era el peor golpe que le podía infligir.

Theone lo miró a los ojos, sin asomo de pudor, y dejó que Valerius se colocara a su espalda y le to-
cara los pechos, alzándolos. No había rastro de amor en el rostro de su esposa. Ni remordimiento. Nada.

Lo miraba como si fuese un extraño.

Kyrian sintió que se le desgarraba el alma.

–Vamos, Theone, mostrémosle a tu marido lo que interrumpió la noche que llegó a casa.

El romano desprendió el broche del peplo de Theone, que cayó al suelo. Tomando su cuerpo desnu-
do en brazos, la besó.

El corazón de Kyrian se hizo pedazos al ver cómo su esposa despojaba a Valerius de la armadura, al

ser testigo de que ansiaba sus caricias con vehemencia. Incapaz de soportarlo, cerró lo ojos y volvió la

cabeza. Pero siguió escuchándolos. Escuchó cómo su mujer suplicaba a Valerius que la poseyera. La es-
cuchó gemir de placer. Y, cuando alcanzó el clímax en brazos de su enemigo, sintió que su corazón se

marchitaba y moría.

Al fin, Valerius había acabado con él.

Dejó que el dolor lo inundara. Dejó que lo traspasara hasta que sólo fue capaz de sentir una desola-
ción atroz y absoluta.

Cuando acabaron, el romano se acercó a él y le restregó la mano, aún húmeda, por el rostro. Kyrian

maldijo ese olor que le resultaba tan familiar.

–¿Tienes alguna idea de lo mucho que me gusta el olor de tu mujer sobre mi cuerpo?

Kyrian le escupió en la cara.

Enfurecido, Valerius cogió una daga de la mesa y se la clavó con saña en el vientre. Él jadeó al sentir

cómo el frío metal desgarraba su cuerpo. Con malicia, el romano giró la muñeca e hizo rodar la hoja, in-
troduciéndola aún más profundamente.

–Dime, Theone –dijo Valerius sin dejar de mirar a Kyrian mientras sacaba la daga y lo dejaba tem-
bloroso y débil–. ¿Cómo debería matar a tu esposo? ¿Debería decapitarlo, como corresponde a un prín-
cipe?

–No –contestó ella, arreglándose el peplo y asegurándolo sobre el hombro con el broche que Kyrian

le había regalado el día de su boda–. Es el espíritu y la espina dorsal de los rebeldes macedonios. No

permitas que se convierta en un mártir. Si la decisión estuviese en mis manos, lo crucificaría como a un

vulgar ladrón. Deja que sea un ejemplo para los enemigos de Roma; deja que sepan que no hay honor

ni gloria enfrentándose a Roma.

Valerius sonrió con crueldad y se dio la vuelta para mirarla de frente.

–Me gusta cómo trabaja tu mente. –Le dio un casto beso en la mejilla y comenzó a vestirse–. Despí-

dete de tu esposo mientras lo arreglo todo –le dijo antes de marcharse.

Kyrian luchaba por seguir respirando entre tanto dolor cuando, por fin, Theone se acercó. El sufri-
miento y la ira lo hacían temblar de la cabeza a los pies. No obstante, la mirada de su esposa seguía

siendo vacía. Helada.

–¿Por qué? –le preguntó.

–¿Por qué? –repitió ella–. ¿Tú qué crees? Fui la hija de una prostituta. Crecí pasando hambre y sin

dinero, sin otro remedio que dejar que cualquier hombre usara mi cuerpo cómo le diera la gana.

–Yo te protegí –dijo con aspereza, moviendo apenas los labios partidos y ensangrentados–. Te amé.

Te mantuve a salvo de todo aquél que pudiera hacerte daño.

Ella lo miró con los ojos entrecerrados.


–No iba a permitir que te fueras a luchar contra Roma mientras yo me quedaba en casa, temiendo

que echaran mi villa abajo cualquier día. No quería acabar como la mujer de Julian, asesinada en mi

propia cama, o vendida como esclava. He llegado demasiado lejos como para volver a vender mi cuerpo

o suplicar por unas sobras. Quiero conservar mi seguridad y haré todo lo que sea preciso para que así

sea.

No podía haber encontrado palabras que lo hirieran más. Jamás lo había considerado otra cosa que

un abultado saco de oro. No, no podía creerlo. Se negaba a creerlo. Tenía que haber un momento, uno

solo en el que ella lo hubiese amado. ¿De verdad había estado tan ciego?

–¿Alguna vez me amaste?

Ella se encogió de hombros.

–Si te sirve de consuelo, has sido el mejor amante que jamás he tenido. Ciertamente, te voy a echar

de menos en la cama.

Kyrian dejó escapar un agónico rugido de rabia.

–Maldición, Theone –dijo Valerius al regresar–. Debería haber dejado que lo torturaras tú. Yo no he

conseguido hacerle tanto daño.

Los soldados llegaron en aquel momento con una cruz enorme. La dejaron en el suelo, junto a la

mesa, y cortaron las cuerdas que mantenían atrapado a Kyrian. Al tener las piernas rotas cayó de bruces

al suelo.

Lo levantaron sin muchos miramientos y lo tumbaron sobre el madero.

Kyrian continuó mirando a Theone; ni siquiera sentía lástima. Los ojos de su mujer reflejaban una

fascinación morbosa.

De nuevo, volvió a recordar los rostros de sus padres. Volvió a verlos aquel día que abandonó su ho-
gar, el día de su boda. Y escuchó otra vez la oferta que Zetes le había hecho a Valerius.

Los había traicionado a todos por ella. Y, a cambio, Theone ni siquiera fingía sentirse apenada por lo

que le había hecho. Lo que le había hecho a su familia y a su país.

Él era la última esperanza que tenía Macedonia para librarse del yugo romano. Era lo único que se

interponía entre su gente y la esclavitud. Con un solo acto de traición, Theone había echado por tierra

todos sus sueños de libertad.

Y todo porque él había sido un estúpido...

Las últimas palabras de su padre resonaron en su cabeza.

Ella no te ama, Kyrian. Ninguna mujer te amará jamás y ¡eres un maldito imbécil si no lo ves así!

Uno de los soldados sostuvo un clavo de hierro sobre su muñeca al tiempo que otro alzaba un pesa-
do mazo.

El soldado romano golpeó con fuerza el clavo...

Amanda despertó con un grito, alarmada al sentir el dolor que le atravesaba el brazo. Se sentó y se

agarró la muñeca para asegurarse de que todo había sido un sueño. Se frotó el brazo mientras lo mira-
ba fijamente. No había ninguna herida pero...

El sueño había sido real. Lo sabía.

Empujada por una fuerza que no acababa de entender, salió de su habitación en busca de Kyrian.

Atravesó a la carrera la casa, sin encender ninguna luz. Estaba a punto de amanecer. Subió las escaleras

de caoba y atravesó un largo pasillo. Siguiendo sus instintos, se acercó a unas puertas dobles en el ala

oeste de la casa. Sin dudarlo, las abrió y entró en una habitación dos veces más amplia que la suya.

Junto a la antigua cama con dosel había una vela encendida que proyectaba sombras extrañas sobre

la pared. Las cortinas doradas y marrones estaban sujetas a los postes; sólo unos diáfanos visillos de co-
lor crema protegían el lecho. A través de ellos, veía a Hunter agitándose entre las sábanas rojizas, como

si estuviese en mitad de la misma pesadilla de la que ella había sido testigo.

Con el corazón atronándole los oídos, corrió hacia la cama.

Kyrian se despertó en el mismo instante que sintió la mano de Amanda, tibia y suave, sobre el pe-
cho. Abrió los ojos y la encontró sentada a su lado, con los ojos oscurecidos por el horror y examinándo-
lo con el ceño fruncido.

Él también frunció el ceño al sentir cómo le acariciaba el pecho, como si no pudiese verle y se encon-
trara perdida en una especie de trance. Esperó en silencio, tumbado, asombrado por su presencia.

Amanda apartó la sábana de seda que lo cubría y tocó la cicatriz que tenía en el vientre, justo al lado

del ombligo.

–Te clavó la daga aquí –susurró, acariciando la delgada cicatriz. Al instante lo cogió de las muñecas y

siguió las líneas blanquecinas que las cruzaban–. Aquí te hundieron los clavos. –Sujetando las manos, le

pasó el pulgar sobre las uñas–. Te arrancaron las uñas.

Alargando el brazo, le acarició la mejilla con la palma de la mano. En sus ojos se leían miles de emo-
ciones y a Kyrian esas profundidades de azul cristalino le estaban robando el aliento. Ninguna mujer lo

había mirado así jamás.

–Mi pobre Hunter –murmuró. Las lágrimas le bañaban las mejillas y, antes de saber lo que estaba

haciendo, apartó la sábana por completo, dejando a Kyrian desnudo, sometido a su escrutinio.

Su miembro respondió al instante, endureciéndose y palpitando ante la preocupación que ella de-
mostraba. Amanda le tocó el muslo donde Valerius lo había marcado con el hierro candente.

–¡Dios mío! –jadeó mientras sus dedos trazaban la piel rugosa–. Era real. Te lo hicieron de verdad...

–lo miró con los ojos bañados de lágrimas–. Te vi. Te sentí.

Kyrian la miró frunciendo aún más el ceño. ¿Cómo era posible? Había estado soñando con su ejecu-
ción hasta que ella lo despertó. ¿Se habrían fusionado los poderes de ambos de modo que, de forma in-
consciente, sus mentes se unieran mientras dormían? Era una idea aterradora. Si resultaba ser cierto, la

única explicación posible era que estaban unidos a un nivel mucho más profundo, más allá del mero

plano físico.

Y eso significaba que...

No pudo terminar el razonamiento. No existía esa otra persona a la que llamaban «la otra mitad del

alma», especialmente si uno no tenía alma. No era posible.

Amanda se sentía embargada por un profundo dolor mientras observaba al hombre que tenía delan-
te. ¿Cómo podía haber sobrevivido a una tortura y a una traición semejantes? Y había cargado con ese

fardo durante siglos. Solo. Siempre solo. Sin nada que aliviara su dolor ni su desdicha.

Sin esperanza.

–Tanto dolor –susurró Amanda.

Deseaba con toda su alma la cabeza de Theone en una bandeja por lo que le había hecho. Pero so-
bre todo, deseaba reconfortarlo. Quería aliviar el tormento que habitaba en su corazón. Borrar el dolor

de su pasado. Quería darle esperanza. Quería devolverle su sueño: una mujer y unos hijos que lo ama-
ran.

Y que Dios se apiadara de ella, porque deseaba ser esa mujer.

Antes de poder detenerse, se inclinó y atrapó sus labios. Él gimió ante el contacto y le rodeó la cara

con las manos para devolverle el beso.

Amanda lo saboreó como jamás lo había hecho con ningún hombre. Podía sentir cómo Hunter le lle-
gaba al alma mientras sus lenguas se rozaban. Nunca había sido audaz en la cama, pero es que nunca

había deseado a un hombre como ahora lo deseaba a él.

Con todo su ser.

Enterró los labios en el hueco de su hombro y los ojos se le llenaron de lágrimas de nuevo al encon-
trar el lugar donde Valerius le había clavado el anillo, haciéndolo sangrar y dejándole otra cicatriz.

Tanto coraje. Tanto amor.

Ella daría cualquier cosa por encontrar a un hombre que la amara como él había amado a su esposa.

Pero no a cualquier hombre. Sus deseos iban más allá; quería que Hunter la amara. Quería su corazón.

Quería a este hombre que sabía lo que significaba el amor, que entendía lo que era un compromiso y

que era capaz de mostrar compasión.

Y estuviese dispuesto a admitirlo o no, él la necesitaba a ella.

Ningún hombre debería vagar solo eternamente. Ninguno debería soportar las heridas que él había

soportado; no cuando su único crimen había sido amar a alguien más que a sí mismo.

Su aliento se mezcló con el de Hunter mientras se tumbaba sobre él, a horcajadas sobre su cintura.

Él gruñó al darse cuenta de que no llevaba nada bajo la camiseta. Sentía la piel caliente y húmeda

de los muslos de Amanda mientras se deslizaba sobre su vientre desnudo, encendiendo una hoguera en

su interior que lo aterrorizaba.

Apártala.

No podía. Esa noche no. No con la pesadilla aún tan fresca en su memoria. Estuviese bien o no, ne-
cesitaba consuelo. Quería volver a sentirse amado. Quería sentir la suavidad de unas manos femeninas

sobre su cuerpo. Deseaba que el aroma de Amanda quedase impregnado sobre su piel.

No pudo evitar dar un respingo cuando Amanda tomó su miembro con la mano.

–Por todos los dioses –balbució sin aliento. Nadie lo había tocado de ese modo en dos mil años.

Todo su cuerpo empezó a temblar de deseo mientras ella acariciaba su ardiente y rígida verga.

Hoy sería suya. Ya no había modo de apartarse de ella.

El movimiento de la mano de Amanda, que aferraba su miembro con delicadeza deslizándose arriba

y abajo, desde la punta hasta la base, le erizaba la piel y hacía que le resultase muy difícil respirar. Sus

dedos le rozaron los testículos, endureciéndolo tanto que pensó que estallaría allí mismo.

Mientras tanto, él recorría el cuerpo femenino con las manos, disfrutando de cada curva y cada hue-
co. Disfrutando del tacto suave de su piel bajo la camiseta. Le mordisqueó el cuello y, por primera vez

desde que se convirtiera en Cazador Oscuro, sintió un sobrecogedor deseo de alimentarse de un hu-
mano. El sonido de su sangre latiendo por las venas le rugía en los oídos. La energía de Amanda lo ten-
taba, atrayendo al Cazador Oscuro que ansiaba probarla. Pero estaba prohibido. No les estaba permitido

morder el cuello de un humano. No obstante, mientras pasaba la lengua por el hueco de la garganta de

Amanda, ese profundo deseo se agitaba sin remedio. Sus colmillos la rozaron sin querer y tuvo que em-
plear todo su autocontrol para no tomar un sorbo de esa sangre que corría bajo sus labios. La piel de

Amanda se erizó ante el contacto y el pezón que Kyrian acariciaba se endureció aún más bajo su mano.

Abandonando su cuello con un gruñido, asaltó sus labios y la besó con ansia mientras deslizaba la

mano bajo la camiseta, buscando los oscuros rizos de su entrepierna. Cuando sintió el roce del vello so-
bre los dedos al apartar los húmedos labios y tocarla allí por primera vez, no pudo reprimir un gemido.

Amanda se sobresaltó y dejó escapar un murmullo de satisfacción, aumentando el ritmo de las cari-
cias sobre su miembro.

Kyrian no podía creer que estuviese tan preparada. Por los dioses, cómo la deseaba. Quería saborear

cada centímetro de su cuerpo. Quería hundirse profundamente en ella y comprobar su salvaje pasión.

Pero reprimió esos deseos para saborear el momento. Para explorarla lentamente y con ternura.

Deseaba que ese amanecer durara una eternidad.

–Sabes tan bien... –le susurró al tiempo que desgarraba la camiseta tirando del cuello y se la arran-
caba para arrojarla al suelo. Al instante, trazó un sendero de pequeños besos desde el cuello hasta el

pecho.

Amanda se arqueó hacia él cuando la lengua y los colmillos de Hunter le acariciaron el pezón. La

sensación de esos afilados colmillos rozándole la piel la hacía derretirse como lava ardiente.

De nuevo, Hunter volvió a introducir la mano entre sus cuerpos y la acarició donde más lo deseaba.

Sus dedos comenzaron a trazar lentos círculos, enardeciéndola para al instante reconfortarla, presionan-
do para después acariciarla levemente, hundiéndose en ella profundamente para que el fuego la consu-
miera aún más mientras él le hacía el amor con la mano.

–Te deseo, Hunter –le murmuró sin aliento al oído–. Nunca he sentido algo así por nadie.

Él sonrió, dejando a la vista los colmillos y girando a la vez sobre el colchón para quedar sobre ella

con una facilidad que sorprendió a Amanda. Dejó escapar un gemido al sentir ese cuerpo ágil y duro so-
bre ella. Su peso la dejaba sin aliento. Le rodeó las caderas con las piernas. Hunter irradiaba fuerza, po-
der. Esos músculos fuertes y definidos se contraían a su alrededor con cada pequeño movimiento que

realizaba. Pero lo que más la cautivaba era la contención que demostraba, todo ese poder sujeto bajo

control que le hacía recordar a un león preparado para atacar.

Quería más. Quería sentirlo dentro. Quería hacerlo suyo como ninguna mujer lo había hecho en más

de dos mil años. Quería su corazón. No, más aún. Quería hacerlo suyo como ninguna mujer lo había he-
cho jamás. Quería ser todo lo que él necesitaba. Su aliento, su corazón y, sobre todo, su alma.

Ansiaba devolverle su alma. Rescatarlo de su sufrimiento. Liberarlo de su pasado.

Alzándose un poco, le dio un profundo beso antes de confesar involuntariamente sus pensamientos.

Si Hunter lo descubriera, se alejaría de ella sin ninguna duda. No podía permitir que algo así sucediera;

por eso, invocó los poderes que había reprimido durante más de diez años y los utilizó para resguardar

sus pensamientos en lo más profundo de su mente y de su corazón, por si él aún podía leer en su inte-
rior.

Hoy, ella sería su consuelo.

Kyrian gruñó al sentir a Amanda bajo su cuerpo. Había pasado una eternidad desde que se permitie-
ra confiar en una mujer de ese modo. Una capa de sudor cubría su cuerpo mientras abandonaba sus

pechos para descender por su torso, hasta las caderas y volver a ascender. La deseaba con una intensi-
dad sobrehumana. Deseaba cosas de ella que no se atrevía a nombrar. No debería pensar en hacerla

suya y en mantenerla a su lado. Pero no podía evitarlo.

Amanda enterró la mano en su cabello y lo acercó aún más mientras él descendía, mordisqueándola

desde los labios hasta la garganta y de allí hasta el pecho, donde se entretuvo en saborearla a concien-
cia. Su lengua se movía en círculos alrededor del endurecido pezón, acariciando y atormentando. Parecía

devorarla con un ansia insaciable, como un hambriento que festejara un banquete.

Muy lentamente, descendió dejando que los colmillos la arañaran suavemente, con tanta delicadeza

que Amanda no pudo más que sorprenderse. Su cuerpo ardía en cada lugar donde él posaba las manos

en su camino de descenso hacia las caderas. Allí deslizó la lengua, pasándola por encima de la pelvis

hasta llegar al muslo. Le separó las piernas muy lentamente y siguió lamiéndole la cara interna del mus-
lo.

Amanda contuvo el aliento, estremeciéndose ante lo que estaba por venir. Al percibir su vacilación,

alzó la cabeza para mirarlo y lo descubrió mirándola. La observaba de un modo posesivo e intenso que

la dejó sin respiración. En una especie de trance, observándolo mientras él la sometía a un intenso es-
crutinio, vio cómo, muy lentamente y con mucho cuidado, deslizaba un dedo sobre su sexo y lo retiraba.

Ella se estremeció en respuesta a su caricia. Hunter le separó los labios y la tomó en la boca sin dejar de

mirarla a los ojos.

Amanda gritó ante el salvaje éxtasis que la inundó. Ningún hombre le había hecho eso antes.

Él cerró los ojos y gimió, haciendo que todo el cuerpo de Amanda temblara por la vibración. Deslizó

la lengua dentro y fuera de su vagina trazando lentos círculos; Amanda se revolvía y se agitaba con ca-
da húmeda caricia.

Kyrian se sobresaltó al paladear su sabor. Nunca había sentido un deseo tan intenso como el que

sentía por esa mujer. Algo en ella sacaba a la superficie su lado más salvaje; estimulaba sus poderes de

Cazador Oscuro y hacía que el animal que habitaba en él comenzara a despertarse. Esos poderes eran

los que utilizaba cuando luchaba o perseguía a un objetivo. Gracias a ellos, percibía todo lo que ocurría a

su alrededor a un nivel mucho más profundo. Era consciente de los frenéticos latidos del corazón de

Amanda, de los pequeños temblores que sacudían su cuerpo como respuesta a las caricias de sus labios

y su lengua. Sentía el placer que le estaba proporcionando; sentía en las mejillas cómo corría la sangre

de Amanda a través de los muslos y su miembro latía al ritmo de esa marea. Cerró los ojos, luchando de

nuevo contra el impulso de hundir los colmillos en su carne y dejar que el sabor de su sangre se desliza-
ra por la lengua.

Amanda se aferró a él mientras Hunter seguía haciendo que se estremeciese de placer. El roce de los

colmillos le erizaba la piel. Abrió los ojos y lo contempló, inmerso en lo que estaba haciendo, ajeno a

cualquier otra cosa que no fuese ella. Hunter era la personificación del sexo, pensó ella. Todo su ser es-
taba entregado a darle placer con la misma energía, presumía, que utilizaba para perseguir a los Dai-
mons.

Cuando alcanzó el orgasmo, resultó tan salvaje y sobrecogedor que echó la cabeza hacia atrás y dejó

escapar un grito.

Pero aún no había acabado con ella. Hunter gruñó al sentir su satisfacción, pero no detuvo las cari-
cias de su lengua. Al contrario, aumentó el ritmo y la fricción, como si estuviese degustando un festín.

Amanda siseó de placer.

No se detuvo hasta que ella se corrió dos veces más, apartándose tan sólo cuando dejó de estreme-
cerse. Se incorporó entre las piernas de Amanda y avanzó sobre ella muy lentamente, como un animal

hambriento y poderoso a punto de zamparse la cena. Le brillaban los ojos y los colmillos quedaban cla-
ramente a la vista con cada respiración entrecortada.

–Mírame, Amanda –le ordenó mientras le pasaba la mano por el muslo–. Quiero ver tus ojos cuando

te haga mía.

Tragando saliva, ella cedió a sus deseos.

Hunter acunó su rostro entre las manos y le dio un beso profundo al tiempo que la tomaba de la

mano y la guiaba hacia su hinchada verga.

Sin más palabras, ella comprendió lo que quería. Alzó las caderas y lo guió hasta su interior, despa-
cio, centímetro a centímetro, hasta que todo su miembro la llenó por completo. Un gemido escapó de su

garganta al sentirlo dentro y observar el deseo voraz que reflejaban sus ojos.

Hizo un intento de separar la mano pero él la detuvo cubriéndola con la suya. La pasión de su mira-
da se hizo más patente.

–Quiero que me toques mientras estamos unidos, quiero que lo sientas –le dijo sin aliento.

Amanda volvió a tragar mientras Hunter comenzaba a moverse entre sus dedos y la penetraba aún

más. Dentro y fuera. Era la experiencia más erótica e increíble que había sentido jamás.

Gimieron al unísono.

Vio la expresión satisfecha en el rostro de él mientras la embestía con toda la fuerza de sus caderas.

–Oh, Hunter –balbució.

Deteniéndose, la miró a los ojos.

–No es el Cazador Oscuro el que está dentro de ti, Amanda. Soy yo, Kyrian.

Cuando comprendió lo que le estaba ofreciendo, se sintió en las nubes. La había dejado penetrar en

su coraza, del mismo modo que ella le había permitido que penetrara su cuerpo. Alzando los brazos, le

acarició las mejillas.

–Kyrian –dijo, con un suspiro.

Él sonrió.

–Estar dentro de ti es mucho mejor de lo que había imaginado –le confesó.

Amanda notaba los estremecimientos que sacudían el cuerpo de Kyrian.

Él bajó la cabeza y la besó con ternura mientras la penetraba con envites salvajes, a un ritmo frené-

tico. Con fuerza y hasta el fondo. Sacando su verga para volver a penetrarla una y otra vez. Cada una

de sus embestidas proporcionaban una oleada de puro placer.

–Oh, Kyrian –gimió bajo sus labios al sentir que otro nuevo orgasmo se acercaba.

Tan pronto como dijo su nombre, sucedió algo extraño; algo despertó en su interior y de repente se

sintió sacudida por una descarga erótica.

–¡Dios mío! –jadeó.

¡Podía sentir el placer de Kyrian!, podía sentir cómo su vagina lo rodeaba. Como si fuesen un solo

ser, lo sentía dentro y, al mismo, tiempo alrededor.

Él se esforzó por respirar, sobrecogido ante la experiencia y sosteniéndole la mirada. Amanda le aca-
rició la espalda y sintió el roce de su mano en su propia carne. Era lo más increíble que había experi-
mentado jamás.

Kyrian aumentó el rimo de sus caderas mientras ella se aferraba a sus hombros, ambos perdiendo

todo rastro de cordura, inmersos en un estallido de deseo.

Se corrieron a la vez, compartiendo un sublime a la par que violento placer. Kyrian echó la cabeza

hacia atrás y rugió mientras la penetraba una última vez. Ella gritó, agitándose entre sus brazos.

Cuando él se derrumbó sobre su cuerpo, Amanda lo abrazó con fuerza, acunándolo mientras se re-
cuperaba. Sin muchos deseos de separarse de él, sintió cómo Kyrian salía de ella.

–¿Qué ha sucedido? –preguntó él en voz baja.

–No lo sé, pero ha sido maravilloso. Increíble. Grandioso.

Soltando una breve carcajada, alzó la cabeza y ella frunció el ceño al ver sus ojos a la suave luz de

las velas. Ya no era negros, sino de un peculiar verde azulado.

–¿Kyrian?

Él recorrió la habitación con la mirada e hizo un gesto de dolor.

–Mis poderes han desaparecido –susurró.

Y en ese momento, con él al lado, Amanda lo sintió debilitarse.

Apenas si podía moverse. Su agonía era casi palpable para ella. Kyrian se llevó una mano al rostro e

hizo presión con la palma sobre el ojo derecho, siseando de dolor.

–¡Dios mío! –exclamó Amanda mientras lo veía tendido a su lado, sufriendo–. ¿Qué puedo hacer?

–Llama a Talon –le contestó entre dientes–. Marca el dos y después la almohadilla.

Giró sobre el colchón y se acercó a la mesita de noche para coger el teléfono y marcar sin perder un

instante.

Talon contestó al segundo tono. Por el sonido de su voz, estaba claro que acaba de despertarse.

–¿Qué pasa? –preguntó tranquilamente una vez que Amanda se identificó.

–No lo sé. Le he hecho algo a Kyrian.

–¿Qué quieres decir? –preguntó él, dando a entender que le resultaba muy difícil creer que pudiese

hacerle algo a su amigo.

–No estoy segura. Sus ojos son de un color diferente y está doblado por el dolor.

–¿De qué color son sus ojos?

–Verdes.

Talon permaneció unos segundos en silencio antes de volver a hablar.

–Pásamelo.

Ella le ofreció el teléfono a Kyrian.

Al coger el auricular, una nueva oleada de dolor lo atravesó. Nunca había sentido nada parecido. Era

como si sus dos mitades, el Cazador Oscuro y el hombre, estuviesen luchando la una contra la otra.

–Talon –jadeó.

–Hola, colega –lo saludó Talon–. ¿Estás bien?

–Joder, no. ¿Qué me está pasando?

–Así de repente, se me ocurre que acabas de encontrar el modo de deshacerte de tus poderes de

Cazador Oscuro. Felicidades, tío, acabas de encontrar tu vía de escape.

–Sí, yo también estoy que me salgo de contento.

–No seas imbécil. Recuerda que es temporal... Creo.

Percibiendo la duda en la voz de Talon, Kyrian le preguntó intranquilo:

–¿Cuánto tiempo?

–Ni idea. Nunca he perdido mis poderes.

Kyrian siseó ante otra oleada de dolor.

–Deja de rebelarte, no luches –masculló Talon–. Estás empeorándolo. Relájate.

–Sí, claro. Como si fuese tan fácil.

Talon resopló.

–Confía en mí; hay ocasiones en la que es necesario rebelarse, pero ésta no es una de ellas. Acépta-
lo.

–Que lo acepte... y una mierda. No es tan fácil. Da la casualidad de que me siento como si me estu-
viesen partiendo en dos.

–Ya lo sé –le dijo Talon, con la voz ronca por la preocupación–. ¿Qué estabas haciendo cuando per-
diste los poderes?

Kyrian se aclaró la garganta y echó una tímida mirada a Amanda.

–Yo... esto... –dudó, sin saber cómo explicarlo. Lo último que quería era avergonzarla.

Pero no tuvo porque explicar nada.

–Diarmuid Ua Duibhne –rugió Talon en gaélico–, te acostaste con ella y por eso se esfumaron, ¿no

es cierto?

Kyrian volvió a aclararse la garganta y se dio cuenta de lo inútil que sería ocultar algo a un Cazador

Oscuro capaz de averiguar casi todo lo que se le antojaba.

–No ocurrió nada hasta justo el final.

–¡Aaaaaah! Ya entiendo –le dijo Talon, arrastrando las palabras como si hubiese entendido perfec-
tamente. Cuando volvió a hablar, su voz sonó muy parecida a la de la doctora Ruth17–. Ese momento

justo después de correrte, cuando estás exhausto, saciado e indefenso, ¿me sigues? ¿Te apuestas algo

a que fue por eso por lo que desaparecieron tus poderes?

Pero Kyrian seguía sin entender nada.

–Todos vosotros os acostáis con mujeres cada dos por tres y no os sucede esto.

–Sí, pero cada uno aguanta la presión de un modo distinto y tú lo sabes. En tu mente, debes haber

equiparado ese momento álgido al instante en que te convertiste en Cazador Oscuro. O eso, o fueron los

poderes de Amanda. Quizás se mezclaron con los tuyos hasta absorberlos.

–Eso es una locura.

–Sí, claro. Exactamente igual que el dolor de cabeza que tienes y que, de paso, me está afectando a

mí también. Pásame a Amanda.

Kyrian le hizo caso.

–Quiere hablar contigo.

Ella cogió el teléfono.

–Escucha –comenzó Talon con voz afilada y desagradable–. Tenemos un problema serio. Kyrian está

perdido hasta que sus poderes regresen.

–¿Cuánto tardarán?

–Ni idea. Pero supongo que pasará bastante y, hasta entonces, es humano y, puesto que hace más

de dos mil años que dejó de serlo, está débil. Es vulnerable.

El pánico la atenazó mientras giraba la cabeza para mirar a Kyrian. Aún tenía una mano sobre los

ojos y, por la rigidez de su postura, estaba claro que le dolía bastante.

–¿Volverá a la normalidad con la puesta del sol?

–Eso espero. Porque si no es así, los Daimons lo tendrán muy fácil.

Amanda sintió que se le cerraba la garganta por el pánico. Lo último que quería era que Kyrian aca-
bara herido por su culpa.

–¿No puedes ayudarlo?

–No. Va en contra del Código. Cazamos solos. No puedo ir tras Desiderius hasta que Kyrian esté

muerto.

–¿Qué clase de Código es ése? –gritó ella.

–Uno que normalmente no me perfora el tímpano –siseó Talon–. Joder, nena, con esos pulmones

tendrías un brillante futuro como soprano.

–No tiene gracia.

–Lo sé. Nada de esto la tiene. Ahora, escúchame un segundo. Esto va a ser embarazoso, ¿lo soporta-
rás?

El tono funesto de su voz hizo que Amanda se detuviera a pensar un instante. ¿Qué iba a decirle?

–Creo que sí.

–Bien. Veamos, creo que nuestro problema empieza en el momento en que Kyrian se corre. Es impe-
rativo que no dejes que suceda de nuevo. Porque hay bastantes posibilidades de que vuelva a quedarse

sin sus poderes si ocurre otra vez. Tienes que mantenerte alejada de él.

Amanda sintió que el corazón se le encogía al escucharlo. Alargando una mano, acarició a Kyrian.

–Vale –le contestó en voz baja.

–Bien. Son las siete de la mañana. Haznos un favor a los dos y vigílalo hasta que Nick llegue.

–Lo haré.

Talon se despidió y ella colgó antes de devolver el teléfono a la mesita de noche.

Kyrian la miró y el sufrimiento que reflejaban esos ojos verdes la partió en dos.

–Sólo quería que te sintieras mejor. No fue mi intención hacerte daño.

Él la cogió de la mano y la sostuvo con ternura.

–Lo sé.

Le dio un pequeño tirón para acercarla y la abrazó con fuerza, aunque Amanda aún podía sentir la

rigidez de su cuerpo.

–Me ayudaste, Amanda –le murmuró al oído–. No eches a perder lo que me has entregado por sen-
tirte culpable.

–¿Puedo hacer algo por ti?

–Déjame que te abrace un poco más.

Al escucharlo, el corazón se le subió a la garganta. Se quedó tumbada entre sus brazos, sintiendo el

cálido aliento de él sobre la garganta.

Kyrian enterró el rostro en su pelo y aspiró el ligero aroma que desprendía. Jamás se había sentido

tan débil como en esos momentos; no obstante, había algo en la presencia de Amanda que le daba

fuerzas.

Has encontrado tu vía de escape.

Las palabras de Talon no dejaban de dar vueltas en su cabeza. Cuando un Cazador Oscuro encon-
traba el modo de deshacerse de sus poderes, podía volver a reclamar su alma. Era una opción que nun-
ca antes había considerado. Algo que jamás se había atrevido a soñar.

Podía volver a ser humano. De modo definitivo.

¿Pero para qué? Era lo que era. Un guerrero inmortal. Amaba su estilo de vida. Amaba la libertad y

el poder que le otorgaba.

Pero aun así, allí tumbado con Amanda entre sus brazos, piel contra piel, comenzó a recordar otras

cosas olvidadas hacía siglos. Cosas que había enterrado en lo más profundo del corazón.

Cerró los ojos y rememoró la imagen de Amanda con Niklos en los brazos. Sería una madre estupen-
da. Y, mientras se dejaba vencer por el sueño, una parte de él supo que también sería una esposa ma-
ravillosa.

Amanda se despertó al sentir que alguien la acariciaba, dejando un rastro abrasador alrededor de

sus pechos. Abrió los ojos y bajó la mirada para descubrir la mano de Kyrian tocándola con ternura

mientras uno de sus muslos descansaba enterrado entre sus piernas. El corazón comenzó a latirle con

rapidez al ver que la mano descendía hasta su estómago al tiempo que le mordisqueaba el cuello con los

afilados colmillos.

–¿Vas a morderme? –le preguntó.

La risa de Kyrian reverberó por su garganta.

–No, amor. Voy a devorarte.

Girando hasta quedar de espaldas sobre el colchón, lo miró a los ojos y descubrió que el verde era

aún más intenso que antes. Un verde claro y devastador. Alzó la mano y le acarició la mejilla derecha

con un dedo.

–¿Por qué han cambiado de color?

–Al perder mis poderes de Cazador Oscuro, mis ojos volvieron a ser humanos.

Lo miró con el ceño fruncido e intentó recordar el color de sus ojos durante el sueño.

–¿Éste era su color antes de que perdieras el alma?

Él asintió y bajó la cabeza para darle un lametón en el hueco de la garganta.

–Se supone que no deberías estar haciendo esto –lo reprendió, pasándole la mano por la espalda–.

Talon dijo que tenías que descansar.

–Estoy descansando.

Amanda contuvo el aliento, sobresaltada al sentir que Kyrian separaba los tiernos pliegues de su se-
xo y la acariciaba con los dedos, largos y fuertes.

–No estás descansando. Estás jugando.

La buscó con la mirada.

–Quiero jugar contigo.

–¿Y si te debilitas más?

–No veo cómo.

–Pero, ¿y si...?

La hizo callar con un beso tórrido y abrasador y, al instante, los pensamientos de Amanda perdieron

toda cordura.

Kyrian le mordisqueó los labios y tironeó de ellos con suavidad mientras sus ojos verdes buceaban en

el cuerpo de Amanda, tratando de llegar a su corazón.

–Ya no puedo sentir lo que hay en tu interior, Amanda. Dime que no me deseas y te dejaré ir.


–Te deseo Kyrian. Ni te imaginas cuánto.

Él le sonrió y se hundió en ella, que gimió al sentir cómo la llenaba por completo.

Para Kyrian, todo comenzó a dar vueltas, allí, inmerso en la calidez del cuerpo de Amanda. ¿Cómo

era posible que fuese aún mejor que horas antes? La miró fijamente y le encantó ver sus ojos nublados

por el deseo y las mejillas cubiertas por el rubor. Era realmente hermosa.

Lo asaltó una oleada de posesividad; un sentimiento intenso que había olvidado hacía siglos. No

acababa de entender de dónde había salido, pero le estaba retorciendo las entrañas. Y, en comparación,

dejaba a la altura del betún lo que una vez sintiera por Theone. No lo comprendía y, si era sincero con-
sigo mismo, no se atrevía a profundizar en las razones. Saber con exactitud cuáles eran sus sentimien-
tos sólo le haría más daño.

Amanda entrelazó las piernas con las de Kyrian mientras saboreaba cada una de sus profundas y de-
lirantes embestidas. Ni en sus sueños más atrevidos se había imaginado que hacer el amor pudiese ser

algo así. Jamás había soñado con experimentar un placer tan intenso.

Gritó cuando alcanzó el orgasmo.

Kyrian cubrió sus labios con los suyos y con tres poderosos envites se unió a ella.

La miró, con la respiración agitada.

–Creo que soy un adicto a tu cuerpo.

Ella sonrió y el corazón de Kyrian dio un respingo.

–¡Oye, Kyrian!

Sin apenas tiempo para alzar las sábanas y cubrirse, la puerta de la habitación se abrió de par en par

y un hombre alto y apuesto, de no más de veinticinco años, entró en la estancia. Amanda se quedó he-
lada al encontrarse con la atónita mirada azul-verdosa de Nick. Llevaba el pelo, de color castaño oscuro,

recogido en una coleta y, cuando sonreía, aparecían un par de hoyuelos en sus mejillas.

–Joder, ¿no me digas que te he pillado en la cama?

–Nick –rugió Kyrian–. Sal de aquí.

–Vale, pero las noticias que tengo sobre Desiderius te van a encantar. ¿Por qué no te pones algo de

ropa y te reúnes conmigo en el despacho dentro de unos minutos? –Con actitud desvergonzada, los mi-
ró de arriba abajo sin ocultar lo divertida que le resultaba la escena, y salió rápidamente de la habita-
ción.

–Recuérdame luego que es urgente que lo mate.

Amanda se rió hasta que se encontró con sus ojos.

–Pareces muy distinto con los ojos verdes –susurró mientras le colocaba la mano sobre la mejilla,

áspera por la barba.

Como respuesta, Kyrian volvió a capturar sus labios para entregarse a otro tórrido beso. Su lengua la

atormentaba con burlonas caricias, pero de forma tan posesiva que la dejaba débil y casi sin aliento.

–¿Qué es lo que tienes que me resulta imposible resistirme a ti?

–¿Mi encantadora personalidad? –bromeó ella.

Riéndose, Kyrian depositó un ligero beso sobre su nariz. Amanda lo observó mientras salía de la ca-
ma y se dio un festín con esa espalda desnuda mientras atravesaba la habitación, camino del cuarto de

baño.

Se acurrucó en la cama y escuchó cómo caía el agua de la ducha. No dejaba de recordar lo bien que

se había sentido entre los brazos de Kyrian. Le había dejado su olor impregnado en el cuerpo y la sen-
sación era fascinante, como si ella le perteneciera por completo... aunque sabía que eso jamás podría

suceder.

Él era un Cazador Oscuro y ella era una simple contable. Jamás habían nacido dos personas más dis-
pares. Pero su corazón se negaba a escuchar. Una parte de ella lo deseaba a un nivel que no había co-
nocido hasta entonces.

Y, en el fondo de su mente, no podía evitar pensar en lo maravilloso que sería poder liberarlo del ju-
ramento que lo había convertido en Cazador Oscuro.


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