Sinopsis: Kyrian, príncipe y heredero
de Tracia por nacimiento, es desheredado cuando se casa con una
ex-prostituta contra los deseos de su padre. El bravo general macedonio,
traicionado por la mujer a la que tanto ama, venderá su alma a Artemisa
para obtener su venganza, convirtiéndose así en un cazador
oscuro. Amanda Deveraux es una contable puritana que sólo ansía una vida
normal. Nacida en el seno de una familia numerosa y peculiar, tanto sus
ocho hermanas mayores como su madre poseen algún tipo de don, una de
ellas es una importante sacerdotisa vodoo, otra es vidente, y su propia
hermana gemela es una caza-vampiros. Cuando su prometido la abandona
después de conocer a su familia, Amanda está más decidida que nunca a
separarse de sus estrambóticos parientes. Pero todo se vuelve en su
contra y, tras hacer un recado para su gemela, se despierta en un lugar
extraño, atada a un ser inmortal de dos mil años y perseguida por un
demonio llamado Desiderius. Por desgracia para ellos, Desiderius y sus
acólitos no son el único problema que deben enfrentar. Kyrian y Amanda
deben vencer ahora la conexión que los une; un vínculo tan poderoso que
hará que ambos se cuestionen la conveniencia de seguir juntos. Aún más,
él sigue acosado por un pasado lleno de dolor, tortura y traición que le
convirtió en un hombre hastiado y desconfiado. Cuanto más descubre de
su pasado, más desea Amanda ayudarle y seguir con él y darle todo el
amor que merece...
La autora dice: Este libro es completamente propiedad de Sherrilyn Kenyon. Es el 4º libro de la serie Dark Hunter. Yo lo publico sin ningún tipo de interés económico, solo para que podamos disfrutar de esta increible historia.. y para que la temperatura suba!

Kyrian seguía atormentado por lo que había sucedido con Amanda la noche anterior. Había estado
muy cerca de estropearlo todo. Había estado tan cerca de...
Desechó la idea de su mente y siguió caminando sobre los tejados del Barrio Francés; era casi me-
dianoche. Las ráfagas de aire helado agitaban su abrigo de cuero mientras caminaba por el borde del te-
jado, mirando los callejones adyacentes al edificio. Solía encaramarse a los lugares más altos, como un
gato; de ese modo, nadie advertía su llegada. Al menos no hasta que era demasiado tarde. Se detuvo al
escuchar algo.
–No me hagáis daño.
El viento trajo el débil sonido de una voz, procedente de unos edificios cercanos al lugar donde se
encontraba.
Se deslizó sobre los tejados, más ágil y rápido que un guepardo, hasta que encontró a la persona
que acababa de hablar. Si alguien se asomaba al oscuro callejón, sólo vería a un pobre hombre al que
estaban asaltando; pero los cuatro Daimons rubios no podían pasar desapercibidos a los ojos de un Ca-
zador Oscuro.
Arqueó una ceja. Era la misma imagen de siempre. Por alguna razón, a los vampiros les gustaba mo-
verse en grupos de cuatro o seis. Habían acorralado al humano en un rincón, junto a un viejo edificio en
ruinas. Sorprendentemente, la víctima le resultaba familiar.
Rodeado por el insoportable olor a basura, el hombre intentó ofrecerles a los Daimons la cartera.
–Tomad –les dijo con voz insegura–. Pero no me hagáis daño.
El vampiro más alto del grupo soltó una carcajada.
–¡Vaya! Pero si no vamos a hacerte daño, humano... vamos a matarte.
Kyrian saltó desde el tejado, con los brazos extendidos para guardar el equilibrio. Mientras descendía
los tres pisos que le separaban del callejón, el abrigo flotaba a su alrededor empujado por el viento. Ate-
rrizó sin hacer ningún ruido, agazapado tras los Daimons.
–¿Habéis oído eso? –preguntó uno de los vampiros, mirando a uno y otro lado.
–Lo único que oigo son los latidos de un corazón humano. –Nada más decirlo, el más alto de los
Daimons agarró al hombre.
–O... –dijo Kyrian, alzándose muy despacio hasta quedar completamente erguido. Apartó el abrigo y
colocó la mano sobre la empuñadura del srad de Talon–... el sonido de cuatro Daimons a punto de mo-
rir.
Cuando los vampiros se apartaron de su víctima, Kyrian reconoció al humano. Era Cliff que, a su vez,
también lo reconoció al instante.
–¡¿Tú?! –rugió–. ¿Qué estás haciendo aquí?
Malditas sean las Parcas, pensó. No le apetecía nada ayudar al hombre que había hecho daño a
Amanda. Ella le había contado toda la historia, junto con las duras críticas que su ex-prometido había
dedicado a la familia Devereaux al completo. El tipo no se merecía su ayuda.
Maldito sea el Código.
Kyrian le contestó en voz alta.
–Según parece, te estoy salvando la vida.
–No necesito tu ayuda.
Los cuatro Daimons se dieron la vuelta para mirar a Cliff y estallaron en carcajadas.
–Ya lo has oído, Cazador Oscuro –dijo el líder del grupo–. No necesita tu ayuda, así que te puedes
largar.
Kyrian suspiró, tentado por la idea de marcharse.
–Sí, pero ¿sabes una cosa? A veces hay que salvarlos aunque no quieran.
En ese momento, el más alto de los cuatro vampiros atacó. Kyrian arrojó el srad pero, antes de pu-
diera golpear al Daimon, Cliff agarró a su atacante y tiró de él hasta hacerlo tambalearse y perder el
equilibrio.
–Ahora vas a saber quién es el malo aquí. –Y, diciendo esto, dio un puñetazo al vampiro, que no pa-
reció notarlo, ya que siguió en pie riéndose de él.
El srad se estrelló contra la pared y se rompió en dos. ¡Gilipollas! De no ser por la bravata de Cliff, el
Daimon ya estaría muerto. Haciendo un esfuerzo supremo, Kyrian corrió a interponerse entre el humano
y el vampiro antes de que éste atacara. No llegó a tiempo; apenas se había acercado a Cliff cuando el
Daimon le dio una patada que lo lanzó sobre el cuerpo endeble del humano. Los dos cayeron al suelo,
pero Kyrian rodó sobre sí mismo y se puso en pie con agilidad mientras el ex-novio de Amanda force-
jeaba para levantarse. Le costó la misma vida no poner los ojos en blanco ante la inutilidad del tipo.
–¿Te importaría salir corriendo?
Cliff volvió a adoptar una actitud arrogante nada más ponerse en pie.
–Soy perfectamente capaz de luchar contra ellos, igual que tú.
Kyrian reprimió un gruñido de exasperación. Ese tío era un imbécil. En primer lugar, apenas si llega-
ba al metro ochenta, mientras que los Daimons igualaban su altura e incluso la superaban. En segundo
lugar, el cuerpo del humano era el de un experto en el sillón-ball... muy diferente al musculoso y letal de
los vampiros.
Sin ninguna duda, Cliff era una enorme amenaza...
Antes de que pudiera moverse, dos de los vampiros fueron a por él. Kyrian golpeó al primero con
una bota y lo pulverizó. El otro lo atacó con una espada. Impulsándose hacia un lado, saltó, dio una
vuelta hacia atrás en el aire y aterrizó sobre la escalera de incendios, justo encima del Daimon.
–¡Oye! –exclamó Cliff–. ¿Cómo has hecho eso?
No hubo tiempo de responder, ya que los tres Daimons restantes se abalanzaron sobre la escalera,
tras él. Kyrian volvió a saltar al callejón.
Lógicamente, los vampiros lo siguieron.
Kyrian se preparó para el ataque. Tan pronto como el líder se acercó, Cliff llegó corriendo y se colocó
a su lado, empuñando un palo de madera. Se dispuso a golpear a los vampiros al mismo tiempo que és-
tos se acercaban a Kyrian.
Atrapado entre Cliff y los Daimons, Kyrian fue incapaz de maniobrar. Como resultado, el ex-novio de
Amanda acabó golpeándole en la cabeza con el palo. El dolor estalló de repente en el cráneo del cazador
y se tambaleó hacia atrás. Sacudió la cabeza para despejarse y se recuperó un instante antes de que
dos de los vampiros lo agarraran por la cintura y lo echaran al suelo. Sujetándole las muñecas, extendie-
ron sus brazos a los lados y lo inmovilizaron. El pánico se adueñó de él al instante, asaltado por los vie-
jos recuerdos.
–Hemos encontrado su punto débil –dijo uno de los Daimons–. Decidle a Desiderius que con los bra-
zos extendidos se vuelve loco.
Vale, puede que lo hubieran descubierto. Pero ninguno de ellos iba a vivir lo suficiente como para re-
velarlo. Rugiendo de rabia, Kyrian alzó las piernas hasta subirlas por encima de la cabeza y se impulsó
con fuerza, saltando hasta quedar en pie, libre de sus captores. Con los colmillos bien visibles, apuñaló a
un Daimon y luego al otro. El vampiro restante comenzó a alejarse camino de la calle principal. Kyrian le
lanzó el otro srad a la espalda y el Daimon se desintegró.
Cuando se dio la vuelta, vio a Cliff mirándolo con la boca abierta y el rostro ceniciento. Se le pusieron
los ojos en blanco y cayó al suelo, desmayado.
Kyrian se acercó para comprobar su estado, totalmente asqueado. Tenía el pulso acelerado, pero es-
table.
–¿Qué vería en ti? –se preguntó mientras cogía el móvil y llamaba a una ambulancia.
Horas después –una vez se convenció de que el ex-novio de Amanda sobreviviría–, volvió a casa. No
había modo de localizar a Desiderius.
Joder.
Se detuvo en la puerta de la cocina y observó a Amanda con curiosidad. Eran casi las cinco de la
mañana y, según parecía, estaba haciendo sopa y unos sándwiches.
¿Y esto?
Se movía por la cocina con la elegancia de una ninfa, totalmente ajena a su presencia. Estaba tara-
reando una melodía, «In the hall of the Mountain King», de Grieg, si no estaba equivocado. Una elección
extraña...
No había conocido a una mujer más fascinante en toda su vida. Llevaba un camisón de seda ligera-
mente transparente, pero que ocultaba sus curvas. El suave color azul le sentaba de maravilla a esa piel
pálida y al pelo cobrizo.
Su miembro reaccionó al instante y se endureció. Cuanto más la miraba, más la deseaba.
Estaba echando la sopa en dos cuencos y, una vez acabó, metió un dedo para comprobar la tempe-
ratura.
Eso era más de lo que un inmortal podía soportar. Se movió como una sombra hasta ponerse a su
espalda y la cogió de la mano.
Ella alzó la vista con un jadeo, asustada hasta que lo reconoció. Sin dejar de sonreírle, Kyrian se lle-
vó su dedo a la boca y pasó la lengua a su alrededor, saboreando tanto la sopa como la piel de Amanda.
–Delicioso –le dijo.
Ella se sonrojó.
–Hola, cielo, ¿qué tal te ha ido en el trabajo?
Kyrian soltó una carcajada por la imitación de Donna Reed.
–¿Otra vez has estado viendo Nick at Nite?
Amanda se encogió de hombros con timidez.
–Pensé que te gustaría un poco de comida caliente, para variar, cuando llegaras a casa. Debes sen-
tirte muy solo cuando llegas a una casa vacía y oscura, sin nadie que te dé la bienvenida.
No podía imaginarse cuánto. La miró, observando esos labios abiertos que lo llamaban a gritos. Ha-
bían pasado muchos siglos desde la última vez que alguien le diera la bienvenida al volver a casa. Siglos
de inenarrable soledad y abandono.
Pero ambos sentimientos habían desaparecido en el mismo instante que despertó en aquella fábrica
abandonada y contempló esos enormes y vivaces ojos azules que lo hacían arder.
Amanda no estaba preparada para lo que Kyrian hizo a continuación. La besó como un poseso. Le in-
trodujo la lengua en la boca, saboreando sus profundidades, mientras le acariciaba la espalda con las
manos antes de colocarlas sobre su trasero. Era la primera vez que permitía a un hombre tomarse esas
libertades; claro, que tampoco es que le importara demasiado. Nunca había creído ser una mujer parti-
cularmente atractiva. No hasta que lo conoció a él. Tratándose de Kyrian, parecía no tener inhibiciones.
Quería estar con él a todas horas; quería abrazarlo, tocarlo... estar a su lado. Si pudiera, se volvería a
ponerse los grilletes y, esta vez, para siempre.
Sin interrumpir el beso, Kyrian deslizó las manos por debajo del borde del camisón, en busca de ese
lugar cálido y húmedo que latía de deseo. Amanda gimió cuando la tocó; cuando sus dedos se desliza-
ron en su interior y comenzaron a atormentarla sin piedad. ¡Dios! Qué facilidad tenía ese hombre para
ponerla a cien.
–Kyrian, la sopa –le dijo sin aliento.
Él se retiró un poco, con la respiración alterada y los labios hinchados por el beso.
–Que espere.
Esa noche lo rodeaba un aura un poco más indómita; algo salvaje y malicioso. La llevó hasta la mesa
y la ayudó a tenderse sobre ella. Con una mirada hambrienta y apasionada, se puso en pie entre sus
piernas y la observó.
–Esto sí que es un banquete digno de un rey.
Y se inclinó. Ella emitió un jadeo al sentir la furia de esas manos inquisitivas, que parecían estar en
todos sitios a la vez. Sus caricias la electrificaban; la dejaban saciada y la hacían ansiar mucho más.
Mientras la besaba hasta hacerla perder la cordura, ella estiró un brazo en busca de la cremallera de
los pantalones y la bajó para poder tocarlo. Ya estaba duro como una roca y lo notó palpitar entre los
dedos. Kyrian soltó un gemido sobre sus labios.
Su actitud no dejaba de sorprenderla. Un guerrero inmortal que no necesitaba a nadie y que, aun
así, se comportaba con exquisita ternura entre sus brazos. Un hombre que se estremecía cuando ella
acariciaba su miembro y deslizaba la mano sobre él.
Las caricias de Amanda le nublaban la mente. No podía pensar. Sólo podía inhalar su aroma y sabo-
rearla. La deseaba con toda el alma. La pasión y el deseo le impedían razonar más allá de lo que estaba
sucediendo y, sin darse cuenta de lo que hacía, le apartó las manos y se hundió en ella.
Amanda dejó escapar un gemido ante la increíble sensación de tenerlo profundamente enterrado en
su cuerpo. Su miembro era tan grueso y estaba tan duro... la llenaba por completo. Le envolvió la cintu-
ra con las piernas al mismo tiempo que Kyrian comenzaba a mover las caderas, alternando un ritmo
suave con embestidas largas y profundas.
Se amaron muy lentamente. Ella se retorcía bajo los poderosos envites de Kyrian mientras éste le
mordisqueaba el cuello, arañándola con los colmillos. Al cerrar los ojos, volvió a sentir el increíble vínculo
que los unía. Eran un solo ser. En ese instante, Kyrian se estremeció y susurró su nombre sobre sus la-
bios, haciéndola temblar de deseo.
Y cuando el mundo se desintegró, Amanda creyó ver un millar de colores girando a su alrededor.
Kyrian la observó mientras llegaba al orgasmo y sintió cómo envolvía su miembro con más fuerza.
¡Por los dioses! Cómo anhelaba poder satisfacerse, pero no podía; sus poderes ya se estaban debilitan-
do, y los necesitaba para mantenerla a salvo.
Salió de ella de mala gana, rechinando los dientes.
Se colocó la ropa sin decir una sola palabra, aunque por dentro se moría de dolor, y dio un tirón a
los vaqueros intentando aliviar la incomodidad que le producía la presión de la tela sobre su erección.
Resultó inútil.
Amanda sintió pena por él al percibir su incomodidad y la rigidez de sus movimientos. ¿Cómo podía
llevarla al orgasmo y no buscar su propia satisfacción? Debía estar sufriendo una agonía.
Y sin quejarse.
Ninguno de los dos dijo nada mientras comían, pero Amanda lloraba por dentro. Por su pobre gue-
rrero. En el fondo de su mente, una vocecilla le decía que no importaba lo mucho que lo quisiera, por-
que entre ellos nunca habría lugar para una relación.
Se despertó pasadas las tres de la tarde. Salió de la cama, se dio una ducha y se vistió mientras Ky-
rian seguía durmiendo.
¡Dios santo! Era tan guapo... tenía un brazo alzado sobre la cabeza y, en esa posición, se asemejaba
más a un niño dormido que a un sombrío guerrero inmortal. Siguiendo un impulso, se inclinó y lo besó
en los labios. Él se incorporó y la aferró por el cuello; la apretaba con tanta fuerza que apenas podía
respirar.
–¿Kyrian? –jadeó, forcejeando para soltarse–. Cariño, me estás ahogando.
Él no le hizo caso. Le costó más de tres minutos librarse de sus manos.
–Muy bien –dijo sin aliento, mientras observaba cómo él se daba la vuelta y se quedaba de costado–.
Recuérdame que no se me ocurra volver a hacerlo.
Lo tapó con las sábanas y salió de puntillas de la habitación.
Encontró a Nick en el salón de la planta baja; se había calzado unos patines y se deslizaba de un la-
do a otro de la estancia, sorteando montañas de papeles.
–¿Qué estás haciendo? –le preguntó.
Él se detuvo y se encogió de hombros.
–Kyrian se cabrea si uso el monopatín dentro de la casa.
Amanda soltó una carcajada.
–Vale; aunque supongo que tampoco le harán mucha gracia los patines.
–Probablemente no, pero, ¡joder!, este lugar es enorme y tengo que ir del sitio A al B sin que me
acaben temblando las piernas.
Ella volvió a reírse. El humor del Escudero era contagioso, una vez que te acostumbrabas a él.
Describió una pequeña circunferencia y entró patinando a la cocina. Antes de que ella pudiese llegar
a mitad de la sala, Nick regresó, trayéndole un vaso de zumo de naranja.
–Gracias –le dijo mientras lo cogía–. ¿Qué se sabe de Rosa?
–Miguel dice que está mejor. Cuando llamé se había despertado y estaba viendo La Rueda de la For-
tuna.
–Estupendo.
–Sí, Kyrian se alegrará mucho.
Súbitamente, se escuchó tras ella un estruendo horrible. Aterrorizada por la idea de que fuese De-
siderius irrumpiendo de forma repentina, se dio la vuelta y vio en el suelo un enorme montón de oro y
diamantes; exactamente en el mismo lugar en el que solía estar una mesita tallada a mano del siglo XII.
–¡Mierda! –exclamó el Escudero con una mirada hastiada–. A Kyrian le encantaba esa mesa. Ahora sí
que va a cabrearse.
–¿Qué es eso? –preguntó Amanda, acercándose para ver mejor lo que podría ser el rescate de un
rey en lingotes de oro y diamantes.
Nick suspiró.
–Estamos a primeros de mes.
–¿Cómo?
El Escudero se encogió de hombros.
–Artemisa no acaba de entender que es más sencillo hacer una transferencia a las cuentas de sus
Cazadores Oscuros. Así que, una vez al mes, nos encontramos una montaña de oro y diamantes donde
menos lo esperamos. En una ocasión, todo cayó a la piscina; imagínate la putada.
–No te lo tomes a broma –contestó Amanda, maravillada por la cantidad–. Alguien podría acabar he-
rido.
–Eso es cierto. El tercer Escudero de Kyrian murió así.
Amanda se dio la vuelta para mirarlo a la cara y, al instante, se dio cuenta de que Nick no estaba
bromeando.
–Y, ¿qué hacéis con todo eso? –preguntó, señalando el montón de oro.
Él sonrió.
–Ejerzo de San Nick. Hay un Escudero en la ciudad que se encarga de cambiarlo a dólares. Desde
allí, la mayoría del dinero se destina a obras de caridad. El dos por ciento va a una fundación que se de-
dica a cuidar de las familias de los Escuderos que murieron cumpliendo con su deber y a los Escuderos
que se han retirado; otro dos por ciento se destina a una empresa de investigación, encargada de hacer
juguetitos electrónicos para los Cazadores Oscuros.
–¿Con cuánto se queda Kyrian?
–Con nada. Vive de los intereses del dinero que tenía cuando era humano.
–¿En serio?
Nick le contestó con un movimiento de cabeza.
¡Guau! Debía haber estado forrado en aquella época.
–Vale, ¿puedo hacerte una pregunta un poco impertinente?
Nick sonrió.
–¿Quieres saber cuánto gano?
–Sí.
–Lo suficiente para hacer de mí un hombre muy feliz.
En ese momento sonó el teléfono.
El Escudero se alejó patinando mientras Amanda se tomaba el zumo sentada en el sofá y leía el pe-
riódico. Cuando acabó dejó el vaso en la mesa de café... o ataúd.
Unos minutos después, Nick volvió con muchas prisas; tenía una expresión ceñuda y ni siquiera le
habló mientras se acercaba al armario situado en la pared del fondo. Cuando abrió la puerta, Amanda
vio un impresionante arsenal.
El terror se apoderó de ella.
–¿Qué ocurre?, ¿Quién ha llamado?
–Era Acheron, avisando que entramos en alerta roja.
Amanda frunció el ceño. Por las prisas que llevaba el Escudero, sabía que algo debía ir muy mal.
–¿Y eso qué significa?
La expresión de Nick le erizó la piel.
–¿Conoces el dicho «El infierno acaba de desatarse»?
–Sí.
–Se inventó para designar una situación de alerta máxima. Por alguna razón, hay una alta concen-
tración de Daimons en esta zona. Acaban de abandonar sus refugios. Cuando hay una aglomeración de
esta magnitud, los vampiros alcanzan su fuerza máxima y se alimentan, lo necesiten o no. No hay nada
más peligroso que una alerta máxima, exceptuando, claro está, un eclipse de sol. Las cosas se van a
poner muy feas esta noche.
A las siete en punto, Amanda supo –de primera mano– que Nick no mentía. Estaba limpiando los
restos del «desayuno» de Kyrian mientras su Escudero le contaba la conversación que había tenido con
Acheron.
Kyrian había cogido el doble de armas que de costumbre e iba de camino a la puerta cuando sonó el
teléfono. Amanda contestó.
–¿Mamá? –preguntó al reconocer la voz llorosa. El corazón dejó de latirle un instante–. ¿Qué pasa?
Kyrian se detuvo junto a la entrada y, sin perder un minuto, voló hasta su lado.
–Mandy –continuó la señora Devereaux entre sollozos–. Se trata de Tabby...
Amanda no quiso escuchar nada más. A punto de ahogarse por las lágrimas, dejó caer el teléfono al
suelo. Sólo era consciente de los brazos de Kyrian a su alrededor, sosteniéndola, y de Nick hablando con
su madre.
Kyrian comenzó a verlo todo rojo mientras escuchaba la explicación de la señora Devereaux, presa
de la histeria, y sentía a Amanda temblar entre sus brazos. Sus lágrimas le estaban mojando la camiseta
y, en ese momento, juró que mataría a Desiderius por haber provocado esta situación.
–No pasa nada –le susurró al oído–. Sólo está herida.
Ella se echó hacia atrás y lo miró a los ojos.
–¿Qué dices?
Kyrian le limpió las lágrimas con la mano.
–No la ha matado, cariño. –Aunque su estado era grave, según había dicho su madre, Tabitha so-
breviviría.
Desiderius, al contrario, no.
–Tabitha está en el hospital –dijo Nick mientras colgaba el teléfono–. Afortunadamente, sólo se en-
contraron con dos Daimons y ella y su grupo fueron capaces de acabar con ellos. –Miró a Kyrian–. ¿Sa-
bes lo que creo? Me da la sensación de que Desi sólo estaba jugando con ella, lo justo para cabrearte y
hacer que pierdas la cabeza. No hay otra explicación posible. Si no, no hubiese enviado sólo a dos vam-
piros.
–¡Cierra la boca, Nick! –masculló Kyrian. Lo último que quería era que Amanda se preocupara aún
más. La besó suavemente en los labios–. Nick te acompañará al hospital.
Cogió el móvil y llamó a Talon, que ya iba de camino a la ciudad. Le dijo que se pasara por su casa y
se encargara de proteger a Amanda, por si Desiderius estuviera esperándolos en el hospital.
–Kyrian –lo increpó Amanda cuando él acabó de hablar–, no quiero que salgas esta noche. Tengo un
mal presentimiento.
Y él también.
–Tengo que hacerlo.
–Por favor, escúchame...
–Shhh –murmuró, colocándole un dedo sobre los labios–. Éste es mi trabajo, Amanda. Esto es lo que
soy.
No tardó mucho en dejarla en el coche de Nick, con Talon en la Harley siguiéndolos de cerca; en
cuanto se alejaron, se encaminó al centro de la ciudad en busca de ese cerdo chupa-sangre y devora-
almas para hacerle lo que debía haber hecho la noche que se conocieron.
Las horas fueron pasando mientras recorría el Barrio Francés en busca de Desiderius. Los Daimons
recuperarían fuerzas esa noche y sabía que, tarde o temprano, harían su aparición en busca de sangre.
Más peligrosos que nunca. Y Desiderius, al igual que sus congéneres, prefería salir de casa en el Barrio
Francés, donde resultaba muy fácil encontrar turistas descuidados y borrachos.
Pero, de momento, no había ni rastro de ellos.
–Oye, nene –lo llamó una prostituta al pasar a su lado–. ¿Quieres compañía?
Kyrian se giró para mirarla, sacó todo el dinero que tenía en la cartera –unos quinientos dólares– y
se los ofreció.
–¿Por qué no te tomas la noche libre y te vas a cenar a un buen restaurante?
La chica lo miró, atónita, pero cogió el dinero antes de salir corriendo.
Kyrian suspiró cuando la vio escabullirse entre la multitud. Pobre mujer. Ojalá le diera un buen uso al
dinero. De todos modos, estaba claro que le hacía más falta que a él. En ese momento, vio un destello
metálico por el rabillo del ojo. Al girar la cabeza distinguió a dos muchachos entre la multitud. Definiti-
vamente, eran humanos.
Al principio, su apariencia le recordó a la de los chicos de la pandilla callejera con la que Nick se rela-
cionaba; tipos duros con chaquetas negras. Hasta que se dio cuenta de que lo estaban observando...
como si supieran lo que era en realidad.
Con todos los instintos en estado de alerta, Kyrian les devolvió la mirada. El más alto de los dos, que
aparentaba tener poco más de veinte años, arrojó el cigarro al suelo, lo pisó y cruzó la calle sin quitarle
los ojos de encima.
Al acercarse, estudió a Kyrian de arriba abajo con total frialdad.
–¿Eres el Cazador Oscuro?
Kyrian alzó una ceja.
–¿Eres el chico de los recados?
–No me gusta tu tono de voz.
–Y a mí no me gustas tú. Ahora que hemos acabado con las presentaciones y nos hemos declarado
nuestro mutuo desagrado, ¿por qué no me llevas hasta tu jefe?
El chico lo miró con los ojos entrecerrados.
–Sí, ¿por qué no?
Era una trampa. Kyrian lo sabía. Que así fuera. Estaba deseando enfrentarse a Desiderius. Estaba
más que preparado.
Los siguió sin que tuvieran que obligarlo. Atravesaron los callejones traseros hasta llegar a un pe-
queño patio, rodeado por una verja. Los arbustos tapaban los muros e impedían que la luz de las farolas
penetrase en el lugar. Kyrian no reconoció el sitio. Pero tampoco es que importara mucho.
Al rodear un seto muy alto, vio a Desiderius esperándolo. Tenía a una mujer embarazada entre los
brazos, a la que amenazaba con un cuchillo sobre la garganta, y exhibía una sonrisa diabólica.
–Bienvenido, Cazador Oscuro –lo saludó mientras acariciaba con la mano libre el abultado vientre de
la mujer–. ¿Sabes lo que me ha deparado la suerte? Acabo de encontrar dos vidas por el precio de una.
–Agachó la cabeza y frotó la nariz sobre el cuello de la embarazada–. Mmm... se huele la fuerza...
–Por favor –suplicó la mujer, histérica–. Por favor, ayúdeme. No deje que haga daño a mi bebé.
Kyrian respiró hondo, luchando contra el impulso a derramar la sangre de Desiderius y sentirla correr
entre los dedos.
–Déjame suponer... ¿su vida a cambio de la mía?
–Exactamente.
Intentando poner nervioso a su oponente, Kyrian resopló con cansancio mientras tomaba nota de los
seis Daimons y los dos delincuentes humanos que lo rodeaban. Si no fuera por la mujer, podría encar-
garse de todos ellos fácilmente, pero el más leve movimiento por su parte haría que Desiderius le corta-
ra la garganta a la mujer, sin duda alguna. De hecho, para un Daimon no había nada mejor que conse-
guir el alma de una embarazada.
–¿No podías haber planeado algo un poco más original? –se burló Kyrian, a sabiendas que Desiderius
era lo bastante pomposo como para tomarse el insulto al pie de la letra–. Lo que quiero decir es que a
ver si te superas un día de estos. Se supone que tienes una mente privilegiada y ¿esto es todo lo que se
te ocurre?
–Bueno, ya que no te veo muy impresionado, permíteme acabar con ella –contestó el Daimon acer-
cando aún más el cuchillo al cuello de la mujer.
La chica gritó.
–¡Espera! –exclamó Kyrian antes de que Desiderius le hiciera un corte–. Sabes que no puedo permitir
que le hagas daño.
El vampiro sonrió.
–Entonces, tira los srads y acércate a la valla.
¿Cómo sabe lo de los srads?
–Vale –contestó muy lentamente–. Y, ¿por qué tengo que hacerlo?
–¡Porque lo digo yo!
Intentando imaginarse lo que pasaba por la cabeza del Daimon, Kyrian sacó las armas de Talon de
debajo del abrigo y se acercó muy despacio a la valla. Una vez estuvo frente a ella, los dos humanos lo
agarraron por las muñecas y comenzaron a enrollarle unas cuerdas alrededor.
Súbitamente, se encontró atrapado, con los brazos totalmente extendidos a los lados y atados a los
barrotes de hierro. Luchó como si fuese un salvaje. Tiró de las cuerdas que lo mantenían inmóvil mien-
tras el corazón le latía en los oídos. La mente fría y racional del Cazador Oscuro lo abandonó, dejándolo
al borde del pánico. Luchó contra las cuerdas como un animal atrapado en un cepo.
Tenía que salir de allí. No iba a permitir que lo ataran hasta dejarlo indefenso. Así, no. Nunca más.
Los continuos tirones le estaban desgarrando la piel de las muñecas, pero no le importaba. Estaba con-
centrado en recuperar la libertad.
–Ya te dije que sabía cuál era tu debilidad –le dijo Desiderius–. Aparte de saber que jamás permiti-
rías que hiciese daño a una embarazada. –Se inclinó y besó a la chica en la mejilla–. Melissa, sé una
buena chica y agradécele al Cazador Oscuro su sacrificio.
Kyrian se quedó petrificado cuando la mujer se apartó de Desiderius y caminó hasta llegar junto al
humano que lo había atado. Había estado de acuerdo con ellos todo el tiempo.
Hijo de puta, ¿cuándo iba a aprender la lección?
–¿Estás preparado para morir? –le preguntó Desiderius.
Kyrian le enseñó los colmillos.
–Yo no sería tan arrogante. Aún no me has matado.
–Eso es cierto, pero la noche es joven, ¿no es verdad? Tengo mucho tiempo para jugar con el chico
de los recados de Artemisa.
Kyrian agarró las cuerdas y tiró de ellas con todas sus fuerzas, asaltado por una nueva oleada de pá-
nico. Tenía que calmarse. Lo sabía. Pero los recuerdos de las torturas a las que fue sometido en Roma lo
angustiaban.
–¿Qué te pasa? –le preguntó el Daimon, acercándose–. Estás un poco pálido, comandante. ¿Acaso
estás recordando la humillación de tu derrota? ¿O las manos de los soldados romanos mientras te clava-
ban en la cruz?
–¡Vete al mierda! –Kyrian liberó con el dedo del pie la hoja retráctil oculta en la bota, y atacó a De-
siderius.
El Daimon se alejó de un salto, quedando fuera de su alcance.
–¡Vaya! Me olvidé de esas botas. Una vez acabe contigo, el siguiente Cazador Oscuro de mi lista va a
ser el viejo Kell. Con él fuera de combate y sin sus armas, ¿qué será de todos vosotros? –Inclinó la ca-
beza hacia la chica–. Melissa, pórtate bien y quítale las botas al comandante.
Kyrian apretó los dientes al ver cómo la mujer se acercaba. El Código le permitía protegerse de los
humanos que quisieran hacerle daño, pero no era capaz de atacar a una mujer, y menos estando emba-
razada. No era más que una criatura, aunque ella quisiera dar otra imagen.
–¿Qué estás haciendo con esta gente? –le preguntó mientras le quitaba las botas.
–Cuando nazca mi bebé, él me hará inmortal.
–No puede hacerlo. No tiene ese poder.
–Estás mintiendo. Todo el mundo sabe que los vampiros pueden quitarte la vida, o hacer que vivas
eternamente. Quiero ser uno de los vuestros.
Entonces, así era cómo Desiderius conseguía a sus secuaces humanos.
–No podrás ser uno de nosotros jamás. Te matará cuando todo esto acabe.
La chica soltó una carcajada, burlándose de él.
Desiderius chasqueó la lengua.
–Eres capaz de seguir protegiéndola aun cuando te está preparando para que seas sacrificado. Qué
enternecedor. Dime, ¿con tus hermanos, los romanos, también fuiste tan considerado?
Kyrian se abalanzó hacia Desiderius, tirando de nuevo de las cuerdas.
En ese momento, salió un Daimon de las sombras, con una enorme maza en las manos. Kyrian se
paralizó en cuanto reconoció el instrumento. Hacía dos mil años que no veía uno igual.
–Sí –le dijo Desiderius al acercarse–. Sabes lo que es, ¿verdad? Dime, ¿recuerdas el dolor que sentis-
te cuando Valerius la usó para romperte las piernas? –El Daimon lo miró mientras ladeaba la cabeza–.
¿No lo recuerdas? Permíteme que te refresque la memoria.
Kyrian apretó los dientes cuando Desiderius le golpeó la rodilla izquierda con la maza, destrozándole
la articulación al instante. Sólo cuando la rodilla derecha recibió el mismo tratamiento, el vampiro se
atrevió a plantarse delante de él.
Kyrian se mantuvo en pie aferrándose con las manos a los barrotes. Intentaba sostener su peso con
las piernas, pero el dolor lo hacía imposible.
Desiderius le sonrió mientras le entregaba la maza al vampiro y sacaba algo del bolsillo.
La rabia se apoderó de Kyrian cuando reconoció los antiguos clavos romanos que habían utilizado
para crucificarlo.
–Dime, Cazador Oscuro –le dijo Desiderius sin dejar de sonreír–, ¿quieres que te ayude a pasar en
pie el resto de la noche?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Graciias por dejar tus palabras, estas hacen que quiera seguir escribiendo, y que cada día le ponga más ganas!!